Capítulo 2

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Cuando creas que vives una desgracia, mira a tu lado, seguro alucinarás.

CLOE

Salí del hospital hasta la zona de ambulancias. Sentía una presión inmensa en el pecho, ¿en serio me acababa de decir eso? «Le voy a matar». Lágrimas descontroladas salían rebeldes y sin intención alguna de parar. Sentía que estaba viviendo la peor película dramática en primera persona.

Caminé con dificultad apoyando la muleta que me ayudaba a no tocar el suelo con la escayola. Con suerte, estaría con ella tres largas semanas.

Anduve hacia el exterior del porche que cubría las urgencias del hospital. El cielo de Coruña estaba como yo, ennegrecido, triste, desolado y frío. Llovía demasiado pero no me importaba, más bien me calmaba. Eché mi cabeza hacia atrás y sentía las gotas frías contrastando en mis ojos que ardían de tanto llorar. No sabía cómo asimilar las últimas horas, todo había pasado muy rápido.

Una mano se posó con delicadeza en mi hombro y me giré asustada con una sensación de pánico que inundó mi ser. Me separé rápidamente y el señor se sobresaltó dando un paso hacia atrás.

Era un hombre mayor, alto, con ojos claros, cabello corto gris y que extrañamente me sonaba conocido. Iba vestido con ropa muy elegante y un paraguas negro que lo protegía de la lluvia.

—¿Cloe? —me miró con lástima, observando mi brazo y luego la pierna.

Y en ese instante lo reconocí. Tenía los ojos azul grisáceo preciosos, inyectados en sangre.

—¡Al fin te encuentro! Soy Martí, el abuelo de Thiago. Un día nos presentó en el paseo marítimo ¿lo recuerdas? —asentí con la cabeza y a continuación mis lágrimas empezaron a brotar de nuevo.

Recordé su precioso mensaje que no había contestado porque, para mí, hay cosas que se debían hablar en persona.

Thiago y yo teníamos una conversación pendiente que estaba evitando porque no sabía cómo iba a terminar...

—Sí, claro que lo recuerdo... Dígame en qué le puedo ayudar.

—¿Podemos hablar? —preguntó nervioso—. Sé que seguramente no es el mejor momento para contarte ciertas cosas pero es urgente. Necesito que me ayudes —le corté en el momento extendiendo mi mano a su hombro.

—Si se trata de él, cualquier momento es correcto —contesté firmemente, sin saber de qué me iba a hablar el abuelo de mi querido desastre.

Thiago había pasado como un terremoto por mi vida y había devastado todo a su paso. El día que nuestras miradas se cruzaron me perdí en su laberinto y con él, no necesitaba encontrar la salida.

—Te invito a un café —me ofreció con un brillo especial en los ojos.

Le mandé un mensaje a mi padre avisando de que me había encontrado con el abuelo de Thiago y me había invitado a tomar un café.

Caminamos hasta una cafetería cercana al hospital. Iba a mi lado cubriéndome gentilmente con el paraguas. En el edificio donde estaba ingresado Erik solo había unas máquinas expendedoras. La cafetería central estaba al otro lado del complejo hospitalario y quedaba muy lejos. Martí abrió amablemente la puerta del establecimiento y me cedió el paso, al tiempo que cerraba y sacudía el paraguas. La pequeña cafetería era antigua, con decoración sencilla y unas pocas mesas de metal, acompañadas de unas sillas a juego con cojines negros. El cambio de temperatura al entrar me erizó por completo y me quité la capucha de la sudadera.

Mis días de adolescente. Decidir. II (Publicado en físico).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora