Capítulo 28

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El destino es la consecuencia de nuestras terribles decisiones.

CLOE

Abrió la puerta del garaje con un mando, lo guardó en su bolsillo y arrancó con suavidad. Cerré la visera para que no me diera el viento en los ojos. Aceleró y esa sensación era pura adrenalina; estaba pegada a su cuerpo y con mis manos abrazada a él sentía cómo apretaba su abdomen. Nos fuimos alejando poco a poco del centro. No sé adónde me llevaba pero me daba igual, quería que este momento no acabara nunca. Estar a su lado era maravilloso. Mi mente voló y quedó en blanco disfrutando el presente sin importar lo que pueda suceder. En alguna ocasión tuve una charla con el filosófico de mi padre. Me habló de una supuesta teoría de los tiempos. No sé si era un mensaje de autoayuda o qué pero a mi me sirvió y mucho. Él me insistía que todas las personas deberíamos vivir en presente porque el pasado es inamovible y el futuro una total incertidumbre. Muchas personas vivían enganchadas recordando el pasado y buscando sus fallos, arrepintiéndose de sus decisiones y eso, a decir verdad, es una tortura, porque el pasado jamás lo cambiará. Otras, en cambio, solo viven pensando en el futuro sin darse cuenta de que este dependerá exclusivamente de las decisiones que tomemos en el presente. Así que la mejor manera según mi padre era vivir en el presente. Cuidar con detalle esas decisiones de segundos que podían determinar nuestra vida. Y eso es lo que yo ansiaba vivir, mi día a día, sin importar nada.

Thiago frenó lentamente. Vi que llegábamos a un inmenso mirador. Me bajé con cuidado y me quité el casco. Él se bajó y ágilmente elevó la moto en su soporte, se quitó el casco y arregló su despeinado cabello. Crucé mis brazos. Sentía frío, no sabía si era por la brisa o por los nervios que recorrían mis células. Admiré encantada el paisaje, quería disfrutar cada segundo con Thiago porque no sabía cuánto duraría mi suerte de tenerlo tan cerca. Mi realidad con Erik me hacía cometer mil errores y el peor error, con diferencia, era alejarme de él.

Un cartel a la entrada indicaba una larga caminata que nos llevaría hasta lo alto de un acantilado.

—Esto es Seixo Branco, —explicó con la mirada puesta en la inmensidad que nos rodeaba—. Llegué aquí el otro día por casualidad. No sé, me pareció un sitio bonito y tranquilo para respirar y alejarme un poco de la realidad.

Me extendió la mano y yo le correspondí sin dudar. Caminamos diez minutos aproximadamente en silencio. Era un momento muy romántico, quizás el más emocionante que había vivido con un chico, porque con Erik nuestros encuentros me generaban estrés, angustia de esa temida primera vez. Sabía que eso él lo deseaba más que nada en el mundo y yo, pues yo ya no sentía lo mismo por él. 

Con Thiago sentía emoción y a la vez protección. Como cuando tus padres te llevan a un parque de atracciones y te montan en la noria. Sabes que te dará vértigo, que te podrás caer, que tendrás mil hormigas, pero, en ningún momento sentirás miedo porque el que está a tu lado te cogerá la mano y no te dejará caer. ¿Por qué sentía eso con Thiago? Pues no lo sé, solo sé que por alguna razón inexplicable algo me decía: «Él es diferente».

La inmensidad del mar acompañada del sonido de las olas chocando contra las rocas, el olor a sal y la fresca brisa nos envolvían. El lugar era increíble. Había oído que aquí se veían unos atardeceres de ensueño pero nunca había ido. Con este chico sentía que el tiempo pasaba muy rápido y eso me angustiaba, no quería que ese momento se acabara. Pasamos junto a una enorme veta de cuarcita que llegaba hasta el mar irradiando belleza allí donde miraras. Unas vallas de madera recorrían todo el perímetro. Caminamos el largo sendero y nos sentamos a admirar esas preciosas vistas en silencio en unos bancos de piedra mientras poco a poco caía el atardecer. El sol bajaba lentamente y se adentraba en el mar proyectando una degradación de tonalidades naranjas hasta llegar al amarillo del astro rey. Maravilloso no, lo siguiente. Era como estar en nuestro propio arcoíris como decía mi querido amigo Yezzy. Era paz, era tranquilidad; Thiago me generaba todos los sentimientos más bonitos que nadie me había hecho sentir jamás. No sabía qué decir ni cómo hacer para que me entendiera. No quería perderlo. 

Mis días de adolescente. Decidir. II (Publicado en físico).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora