Capítulo 4

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Mírate en el espejo.

CLOE

El abuelo de Thiago era encantador; me daba mucha pena porque entendí en ese momento que el señor era un gran sufridor. Tuvo que vivir la muerte de su hija y de su nieto a manos del gran cabrón que tenía Thiago como padre. Me dio mucha tristeza pensar que ese chico, al que supuestamente no le afectaba nada, en realidad había tenido la vida más jodida que nunca había oído. Siempre pensé que era el típico chico que todo le daba igual y que tenía una vida muy cómoda; pero no, no era así. Había tenido una infancia muy complicada. Vio cómo su padre mataba a golpes a su madre y a su hermano. ¿Quién puede ser capaz de recuperarse de ese trauma? Es que de pensarlo, ya odio infinitamente a ese desgraciado y se me encoge el corazón. Thiago era un niño. No se merecía eso. Nadie se lo merece pero, un niño, menos.

El abuelo me contó que en la declaración policial dijo que su papá le pegó mucho a su mamá y a su hermano y que no sabía el porqué. Su abuelo en cambio intuía que su hija sufría maltrato por parte de su marido desde hacía años. Leonardo, como se llama el tipo, igual que el hermano de Thiago, siempre fue muy celoso con ella pero nunca se imaginaron que ese hombre sería capaz de cometer aquella barbaridad. Thiago se salvó porque se escondió en un armario y quizás su padre creyó en aquel momento que estaba con sus abuelos. El destino quiso que se librara de aquella terrible desgracia de morir ese día pero vivió aquel horror en directo. Los agentes dijeron que cuando detuvieron a Leonardo, el desgraciado amenazó al pequeño cuando vio que este había avisado a la policía. Le dijo que faltaba él pero el abuelo cree que Thiago eso no lo recuerda. O espera que así sea.

Al fin pude descubrir por qué vino a Coruña. Thiago era muy reservado y escondía más secretos de los que me esperaba. Su padre estaba a punto de salir de la cárcel en régimen de tercer grado y sus abuelos tenían pánico de que pudiera hacerle algo. Y a eso añádele el terror de que a su nieto lo denuncie Erik y lo lleven a un centro de menores. Para él y para sus abuelos sería la muerte.

Me había quedado de piedra con todo lo que me había contado. No sabía qué hacer o qué decir. Solamente quería ver a Thiago, abrazarlo y ayudarlo si era posible.

—¿Cloe? —dijo sacándome inmediatamente de mis pensamientos.

—Perdone, ¿qué ha dicho? —respondí con vergüenza. Me estaba hablando y no lo había oído.

—Que si quieres venir, bueno... a ver a Thiago; entendería que...

—Sí, sí, por favor. —Interrumpí cortando lo que estaba diciendo. —No solo quiero sino que necesito verlo y hablar con él.

—Vale, ¿vamos en mi coche? —sugirió con cortesía.

—Sí, por supuesto pero primero tengo que avisar a mi padre. Voy a llamarle.

—Perfecto, mientras voy llamando al chófer —habló con total naturalidad.

«Joder, Cloe, chófer, y tú que pensabas ir a patita con la escayola», soltaron mis diosas sorprendidas ante su comentario.

Después de llamar a mi padre y que me dijera que le avisara para buscarme cuando saliera de guardia, me acerqué a Martí. Había dejado de llover pero la humedad se sentía. Tapé mi cabeza con la capucha y cerré la cremallera hasta el cuello.

—Mira, justo a tiempo —señaló un BMW último modelo de color negro con los cristales tintados, como los coches de los famosos o de los políticos que no se ve nada para adentro

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—Mira, justo a tiempo —señaló un BMW último modelo de color negro con los cristales tintados, como los coches de los famosos o de los políticos que no se ve nada para adentro.

Aparcó frente a nosotros con suavidad y Martí abrió la puerta indicando que entrara en la parte trasera; cerró la puerta y se sentó de copiloto saludando con cariño al chico que conducía. El coche olía muy bien. Tenía un aroma a coco muy dulce que alegraba los sentidos. Me acomodé con dificultad en los asientos de cuero beige cogiendo la muleta y colocándola a mi lado, y me ajusté el cinturón de seguridad.

—Marco, llévanos a casa —le pidió al chico. Él asintió con la cabeza.

No era muy mayor, quizás unos treinta años. Se notaba cierta confianza entre ellos.

Fuimos en silencio, un silencio cómodo pero lleno de nostalgia y de tristeza. El chico puso la radio y en ese momento sonaba 1 step forward, 3 steps back, de Olivia Rodrigo. En ese viaje de quince minutos pasaron muchas cosas por mi cabeza. Se reproducía como una película los momentos vividos con Thiago. Pensé en todo lo que tenía que decirle, aunque en la realidad mi mente estaba meditando en todo lo que me había confesado el abuelo.

«...Me tienes jodida en la cabeza, chico. Nunca dudé tanto de mí misma.

Como, ¿soy linda? ¿Soy divertida, chico? Odio darte poder sobre ese tipo de cosa.

Porque siempre es un paso adelante y tres pasos atrás.

Soy el amor de tu vida hasta que te haga enojar.

Siempre es un paso adelante y tres pasos atrás.

¿Me amas, me quieres, me odias chico? No entiendo...».

La maravillosa Olivia Rodrigo me torturaba con esa letra. Sabía que lo que tenía con Erik no era una relación sana. Todos los sentimientos que albergaba en mi pecho le daban sentido al nudo que tenía desde el día anterior, ¡y a eso súmale la bomba molotov que acababa de descubrir!





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Mis días de adolescente. Decidir. II (Publicado en físico).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora