Capítulo 43

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Deja que fluya.

CLOE

A lo lejos, vi a Marco. ¿Qué hacía allí el chófer de los García? Estaba de pie, con los brazos cruzados, junto a una manta enorme y en el medio había una cesta. ¡Casi se me cae la mandíbula al suelo al ver todo lo que había preparado! Le miré y le abracé con un gritito de emoción, dando saltos.

—¡Thiago, me encanta! Esto..., ¡esto es precioso!

—¿El qué? —preguntó divertido—. No es allí adonde vamos.

Mi cara era un acertijo sin comprender nada.

—Es broma —alegó sacándome de dudas—. Agradécele a Marco por poner todo mientras te pasaba a buscar —se le escapó una sonrisa tímida.

—Thiaguiño, debajo de toda esa fachada de malote, ¡eres todo un romanticón! —afirmé picándole.

—En verdad no pero, no sé qué me has hecho —nuestras miradas se unieron mientras llegábamos al lugar.

—Cloe, no sé qué tipo de brujería has usado —habló Marco cuando llegamos a la toalla— pero si me pasas el truco te lo agradecería... ¡tengo a una chica casi en el bote!— No me lo esperaba, para nada, y supongo que Thiago tampoco. Los tres nos empezamos a reír enérgicamente.

—¿Y eso, que no me lo has contado? —le preguntó Thiago entrando en modo cotilla.

Hizo como que se arreglaba la camisa, se aclaró la garganta y dijo:

—Esto es una relación meramente profesional, señor García. No puedo contarle mis ligues —intentó hacerse el serio pero no contuvo la risa. Se notaba buen rollo entre ellos.

—¿Y con Cloe, sí?

—Cloe es una amiga, no trabajo para ella, don celoso —me guiñó un ojo.

—¡Pero si la has visto dos veces! —exclamó Thiago.

—¿Lo que escucho son celos, Thiaguiño? —dijo Marco imitando mi voz.

Thiago se quedó callado. ¡Le habían dado en el orgullo!

—¡Eres un picado!

—¡Calla, anda! —acertó de pleno. Se había picado.

Me hacía gracia porque Thiago era como un niño pequeño. Siempre quería tener la razón; resultaba tierno y a la vez era bastante cómico. Me cogió de la mano y nos sentamos en la manta azul que en el centro tenía dibujado un inmenso atrapasueños.

—Thiago eres mi favorito y ya te contaré lo de la chica, lo prometo —dijo Marco suspirando y mirando al cielo.

Al instante se le salió una sonrisa triunfante.

—Lo sabía, luego quiero detalles —le guiñó un ojo.

—Bueno chicos, pasadlo bien, ¡pero no demasiado! —soltó una carcajada y se marchó dejándonos solos en el inmenso y oscuro arenal que solo se alumbraba por las tenues luces del marítimo y la claridad de la noche.

—Chaoo —dijimos al unísono.

Cuando Marco se fue, nos quedamos mirando las suaves olas en silencio. Estaba en un momento de paz completa. ¿Sabes de esos momentos que te quedan grabados de por vida? Este sería uno de ellos.

—No te imaginas la cantidad de veces que me he imaginado esto —susurró Thiago.

—Sí, lo sé. Yo también lo he soñado muchas veces.

Estábamos cerca, lo tenía a mi lado, sentados muy juntos. Nuestras piernas dobladas estaban a nada de rozarse. Mis brazos abrazaban mis piernas. Se echó hacia atrás y se apoyó en los codos.

—Ni siquiera has visto lo que hay en la cesta, estirada —habló con una sonrisa provocadora.

Abrí los ojos como platos, sentí fuegos artificiales en mi pecho, ¿qué sería? Este chico estaba lleno de sorpresas y me encantaba ir poco a poco descubriendo cada uno de sus secretos.

—¿A qué esperas? ¡Ve a verla!

Me levanté muy rápido. Él se quedó tumbado en la misma posición observándome divertido. Era una cesta grande, marrón clarito, de mimbre, con una tapa a cada lado y un asa en el medio. Abrí lentamente y volví a cerrar, como si se fuera a escapar algo de adentro.

—Por tu cara, me da miedo que haya una rata muerta o un enjambre de abejas. Sabes que me muero de miedo con esas cosas —bromeé—. Por tu bien te deseo que no haya nada de eso.

—Casi aciertas, princesa. En realidad lo que hay es un gato, no una rata —ironizó.

—Eso me gusta más.

Abrí la tapa y me sorprendí.

—¡Qué! ¿Es una rata de las gordas? ¿No?

Sorprendida no, lo siguiente. Eran unos airpods y dos cajas, una rectangular grande y otra pequeña; estaban envueltas en un papel plata y atadas con un lacito azul eléctrico. En el fondo había una bolsa blanca cerrada, una libreta, un bolígrafo y un mechero. Miraba todo con cara de sorpresa.

—Pues sí, bastante.

Lo saqué todo y lo coloqué en la manta.

—¿No me digas que ahora fumas? —pregunté con dudas porque el mechero no me cuadraba. Thiago era una caja de sorpresas y la intriga me inquietaba.

—Si lo preguntas por el mechero, no. Eso es para algo mejor.

—¿Y para qué una cesta tan grande si son solo estas cosas?

—Sabes que me encanta el drama. Sigue abriendo, jodeeerrr.

Ni siis impicintii —dije burlándome de la frase que tanto me decía.

Se tumbó de lado apoyando la cabeza en la mano y se empezó a reír. Le quité el lazo a la caja grande y la abrí. Eran una caja de bombones roja. Mi cara de emoción dibujó en su rostro una sonrisa preciosa. ¡Me encantaba verle reír!

—No me mires así, esa no la escogí yo.

—¿Cómo que no la escogiste tú? Entonces, ¿quién?

—Marco, le dije que cogiera algo de dulces.

—Ajá, sí y yo soy rubia natural —ironicé.

—¡De verdad! Yo no escogí ese. El pequeño sí. Ese lo tengo desde hace tiempo. Te lo quería haber dado antes pero eres una pesada indecisa.

—¿Y por qué le pediste a Marco que hiciera esto?

—Porque me escribiste cuando estaba en el hospital con mi abuela y quise ir directo por ti. Él llevó a mi abuelo a casa y le pedí el favor.

Mi corazón se apachurró un poco al oír sus palabras. Quité el lazo de la cajita pequeña. Un collar plateado en forma de barra. Un detalle precioso. Me llevé las manos a los ojos para secar las lágrimas que empezaban a caer.

—No lo has visto, princesa. Fíjate bien —se incorporó nuevamente. Me extendió su mano para que me sentara junto a él.

Puse el collar en mi mano y en la barrita leí un grabado...  "deja que fluya".

Mis días de adolescente. Decidir. II (Publicado en físico).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora