Capítulo 11

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Tú decides.

THIAGO

06:20

No dormí nada esperando su mensaje. Las horas pasaban extremadamente lentas, miré una vez más esos dos ticks azules. Había leído el mensaje y no dijo nada.

En mi mente se empezaron a fabricar cientos de escenarios del porqué no contestó, ¿le habría pasado algo? ¿Erik le habría comido la cabeza una vez más? ¿Se apartaría de mí por mi pasado? ¿Se habría dormido con el móvil en la mano? Después de sopesar tantas opciones, por mi tranquilidad, decidí escoger esta última opción.

Me levanté, me vestí con un chándal y bajé las escaleras. Era muy temprano, mis abuelos y el personal de servicio, dormían. Me preparé un café y salí a la terraza a respirar y ver el mar. Me transmitía tantas sensaciones mirarlo... hacía que mi mente se despejara. Siempre fue una manera de relajarme desde pequeño.

Mi madre nos llevaba a Leo y a mí a un parque en La Barceloneta, cerca de la casa de mis iaios. Mientras jugábamos, ella se sentaba a mirar el mar con la puesta del sol. Era algo que le fascinaba y, después de perderla, ver el mar era como si me conectara con ella. Una de esas veces le pregunté por qué le gustaba tanto mirarlo y no entendía por qué algunas de esas veces, hasta lloraba.

 Una de esas veces le pregunté por qué le gustaba tanto mirarlo y no entendía por qué algunas de esas veces, hasta lloraba

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«—Mami ¿por qué te gusta tanto?

—Cariño, con los años lo entenderás. Es inmensamente grande, nunca nadie sabrá la cantidad de diferentes especies de seres vivos que hay, ni todos los secretos que guarda. Es fascinante pensar en ello, en lo diminutos que somos, en lo nimios que se ven nuestros problemas. Transmite fuerza, calma, tranquilidad, aunque a veces se vea trastocada y se embravezca. Siempre que necesites respirar y tranquilizarte, míralo».


No lo entendí hasta años después, cuando hablé con mis abuelos. Me daban ataques de ansiedad al recordar aquella noche; pensaba en bucle. Ese momento se repetía una y otra vez en mi cabeza, hasta que un día subí a los Búnkers del Carmel, un mirador en la cima del Turó de la Rovira donde hay unas vistas espectaculares de Barcelona. Vi aquellas nubes teñidas de una indescriptible cantidad de degradaciones naranjas y rosas reflejadas por el sol, ocultándose lentamente en el mar, cientos de tonalidades bañaban el cielo. Ahí, por unos minutos me sentí en calma, como si de repente hubiera entendido a mi madre a la perfección, como si conectara con ella de alguna manera. Ese día sentí una voz que me hablaba y me decía: «Sigue adelante, cariño. No te rindas». Las lágrimas rodaban por mis mejillas al imaginarme todo el dolor que tuvo que vivir en silencio. Años de maltrato por parte de mi padre, hasta que el desgraciado acabó con su vida y con la de mi hermano. Desde aquel momento siempre que necesitaba respirar, recurría a ese olor, a esa vista, a ese sonido que tanto me llenaba y me consolaba en momentos de desesperación. A veces dudaba si los recuerdos con mi madre habían sido inventados. Los psicólogos dijeron que era normal generar escenarios ficticios en mi cabeza; era un acto reflejo para bloquear tanto sufrimiento. Había veces en las que ya no sabía si lo que vivía era real o un simple sueño, pero estaba seguro de que aquellas palabras habían sido reales.

Cuando mis abuelos me explicaron lo que les ocurrió a mi madre y a Leo, refresqué aquellos recuerdos. Ellos me contaron pequeños fragmentos que sacaron de la grabación que escucharon del 112 con mi ángel de la guarda, esa mujer que me ayudó a salir ileso de aquella dramática tragedia.

Esos recuerdos permanecieron ocultos en mi mente durante años hasta ese día. Rememoré perfectamente todos los detalles. Recordé con exactitud cada palabra y cada gesto de aquella noche. Fue la peor película de terror que nadie pueda haber vivido jamás. Ese año dos psiquiatras quisieron analizar mis recuerdos y mis estados de ánimo, quisieron ayudarme a salir de aquel trauma, pero solo yo sabía lo que sentía. Durante un tiempo me bloqueé, me cerré en banda y no quise hacer nada con mi vida, solo la vivía. Ausente de todo y de todos. Asistía y escuchaba las clases en alfa. No hablaba con nadie. Sabía todas las respuestas de los exámenes pero me negué a responderlas. El tutor me insistió una y otra vez en que me iba a ayudar, que conocía mi potencial, pero si yo no colaboraba, no podría evitar que repitiera. Y así fue, no colaboré y tuve que repetir. Mi abuela sufría muchísimo sin saber cómo me podía ayudar y un día cayó enferma. Estuvo a punto de morir con un coma diabético. Pensé que la perdía y ese día hubo un crack en mi cerebro que cambió mi rumbo. «Tú decides, Thiago». Conocía a la perfección mis capacidades mentales y a partir de allí mi decisión fue seguir adelante por mis abuelos. Eran lo único bueno que quedaba en mi vida. Mis iaios nunca fueron los mismos desde aquel fatídico día. ¿Quién podía superar la muerte de una hija y de un nieto? Creo que pocas personas, pero ellos salieron adelante solo por mí y yo no les podía fallar.

Un día Leo me dijo mientras jugábamos al Monopoly.

«—Thiago, tú eres más inteligente que yo. Siempre serás mejor».

Yo le quité importancia a su comentario. Me gustaba demostrar que era bueno, pero con Leo no. Para mi Leo siempre fue mejor. Él intentó ayudar a mamá y perdió la vida por ello. Yo me quedé escondido en aquel maldito armario. Fui un cobarde y mi inteligencia no valió una mierda.

Una brisa fría me envolvió regresándome a la realidad. Seguía sin saber qué hacer con Cloe; no quería que se sintiera agobiada pero necesitaba saber de ella, escuchar de sus labios que no se apartaría de mi. Probablemente sonará egoísta pero me urgía saber que no me rechazaría por mi pasado y que Erik ya no volvería a ser un problema para ella. Porque eso era lo único que me preocupaba en ese momento. Aunque no acabara conmigo, la quería a salvo.

Pensé en llamar a Yezzy. Cogí el móvil que había dejado en la mesa que estaba a mi lado, junto al café, y le escribí.


Hola Yezzy... ¿Puedo llamarte?


Todavía era muy temprano y me imaginé la posibilidad de que no me contestara.


No, no me llames. ¿Dónde nos vemos?


No estaba dormido. Aunque esto no le afectara directamente, sabía que estaba muy preocupado por nosotros y por cómo se estaba desarrollando todo. Estaba casi como yo, sin dormir, esperando un mensaje.

Mis días de adolescente. Decidir. II (Publicado en físico).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora