Llegas a ese punto en el que o frenas, o te esterellas, en el que ni el cigarro de la suerte te produce la menor satisfacción, las cervezas ya no saben como antes, y seguir adelante parece algo más que estúpido.
Te caes, y ya no sabes encontrar la forma de levantarte.
Tropiezas con lo mismo, una, y otra, y otra vez más.
Aceleras, para que el golpe sea mortal, para que se borren todas las secuelas y no quede ninguna más.
Acabas contigo mismo por no acabar con los demás, y joder, cómo duele esto.
Y ahí está, otra vez lo mismo, otra vez el pozo sin fondo por el que caes y nadie puede evitarlo (ni siquiera tú mismo).
Ya ni la escalera más larga puede sacarte, ni cien mil besos de cien mil bocas pueden curarte las heridas, ni cien mil polvos distintos pueden hacerte sentir placer.
La lluvia no es eterna, dicen. Después de cada tormenta sale el sol, dicen. Pero no es así, ya nunca sale el sol, ya nunca cesará de llover.
O frenas, o aceleras y te matas.
Y decides acelerar.
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Poesía y pipas
PuisiBienvenidos a lo más profundo de la jaula de grillos que es mi mente. Pasen y vean, soy un todo un desastre.