Como un triste juego de cartas.

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Aposté todo al número trece, sin darme cuenta de que un dado sólo encierra hasta el seis.
Me pasé horas dibujando corazones en tu pecho desnudo, que ahora están hechos trizas.
Me aventuré en una carrera por las curvas finitas de tus labios, y el accidente terminó por dejarme más rota de lo que ya estaba.
Quise jugar a ser feliz contigo, dejando de lado que tú eras feliz con 100 más.
Pobre ilusa de mí.
Me enganché a ti como un yonki a su dosis, y la adicción terminó conmigo de una forma tan brutal como la explosión de una bomba atómica.
Lloré a las cinco letras de tu nombre, donde la dopamina sale a bailar sobre su trazo.
Me perdí en tus pupilas para terminar contando todos los lunares que posees.
Deposité mil y un besos en tu columna, hasta llegar a tu cuello y susurrarte al oído todo aquello que siempre te encantó oír.
De ti, aprendí a contar con los dedos de una mano la gente en la que puedo confiar,
a ser fuerte cuando todo se viene abajo,
a no mostrar mis debilidades.
Pero, ¡joder!
tú eras mi mayor debilidad,
hubiese cruzado mar, desierto y montaña sólo para verte.
Pero tú, cariño, tú escogiste follarte a cien en vez de abrazar sólo a una,
y dime, ¿de qué sirve querer a alguien que quiere a cien más?

Poesía y pipasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora