Siempre he creído que estábamos hechos para estar el uno al lado del otro, por muchos baches, curvas, o piedras que se interpusieran en nuestro camino. Crecí a tu lado como persona, me hiciste ver que la realidad era muy distinta a como la pintaban los cuentos de hadas que tanto me gustaba leer cuando era una niña, me hiciste levantarme después de cada caída, y joder, cómo te necesitaba. Éramos perfectos, nos entendíamos de todas las formas en las que dos personas pueden entenderse. Follábamos como animales, y luego nos dábamos todo el cariño del mundo, porque a darnos mimos no nos ganaba nadie. Nos faltó querernos bien y nos sobró querernos tanto a ratos. Se nos daba tan bien eso de estar juntos a escondidas y dejar de existir el uno para el otro un rato después que acabé acostumbrándome al juego del uno más uno que nunca daba dos. Fuiste mi mitad, el pilar fundamental de mi vida que acabó cayéndose por su propio peso. Como tú bien decías, hay momentos que no se olvidan, y es que hay cosas que no puedo sacar de mi cabeza (aún menos de mi corazón). Dejaste un vacío tan enorme en mí que ni el mejor de los abrazos conseguía llenar. Me equivoqué y busqué en otras drogras el placer que me hacía sentir el tacto de tu dedo escribiendo sobre mi piel desnuda. Tropecé, me caí y me acomodé en una esquina del suelo, no quería levantarme, no podía levantarme. Dejé de ser una persona, dejé de estar viva, respiraba por pura inercia. Te buscaba entre el humo de todos mis canutos y tú ya no estabas. Buscaba tú mirada entre los ojos de miles de calaveras, y tú ya no estabas. Me destrozaste por completo, me rompiste más incluso de lo que ya estaba, no sabía en lo que me había convertido, me ponía hasta el culo de verde y ni así era capaz de sonreír, pero dicen que la realidad es más llevadera cuando no te das cuenta de lo que pasa a tu alrededor, y yo, como buena ilusa, me lo creí. Intenté odiarte y sigo en ese desesperado intento de dejar de lado todo el cariño que hiciste que sintiera. Confié en ti más de lo que nunca fui capaz de confiar en la persona que se refleja en el espejo. Aposté al número trece tantas veces que acabé perdiéndome a mí misma. Te quise. Te quise más de lo que nunca pensé querer a nadie, más de lo que nunca querré a nadie. Pero todo pasa, y hasta las heridas más profundas acaban cicatrizando. Después de tantas noches en las que el desvelo llamaba a mi puerta y las lágrimas afloraban vete tú a saber de qué parte de mi alma, conseguí sorprenderme sonriendo frente al espejo, sonriendo de verdad, por mí y por todos aquellos que me sacaron una vez más del pozo sin fondo en el que me hundía cada vez que te alejabas un poco más de la cuenta. Me di cuenta de que dos personas no pueden luchar por estar juntas si una de ellas no quiere, mucho menos sentirse llenas queriéndose mal y a ratos. Y aquí estoy hoy, de pie, rota, pero de pie, con más miedo que nunca, pero de pie. Gracias por haber aparecido, y gracias por haberte ido.
ESTÁS LEYENDO
Poesía y pipas
PoetryBienvenidos a lo más profundo de la jaula de grillos que es mi mente. Pasen y vean, soy un todo un desastre.