5-Yaiza

167 45 73
                                    

  La primera evaluación estaba a punto de terminar, tenía que salvarla como fuese, pero concentrarme con un nudo constante en el pecho era difícil. Los ataques e insultos continuaban, lo más bonito que me llamaban era jirafa multicolor, si se sentían más inspirados me decían que en vez de una jirafa ya podía haber sido una avestruz para esconder mi asquerosa cabeza bajo tierra. Los insultos a la cara me afectaban, pero los peores eran los que decían por detrás, cuando estaban todos en grupito y lo suficientemente alto para que yo los oyese. Los accidentes, o más bien agresiones con registro en video incluido, también seguían al alza. Estaban los clásicos como ponerme la zancadilla, girarse justo y casualmente cuando yo pasaba para así darme un guantazo o empujarme por la espalda y hacerme chocar contra la pared.

  Me había vuelto más uraña, mis conversaciones se reducían a responer monosílabos, notaba a mi madre preocupada y eso era lo último que yo quería, por lo que me culpabilizaba de ello.

  Intenté centrarme en los exámenes en la medida de lo posible, no quería añadirle más disgustos, pero teniendo en cuenta que en mi cabeza había algo que parecía no funcionar, no era capaz de estudiar. Una niebla oscura que no me permitía pensar, ni razonar, parecía haberse instalado en mi mente, y las pocas cosas que se me pasaban por ella, no eran buenas.

  Tenía varias lesiones en los brazos, solo así era capaz de concentrarme un poco, luego empecé a arañarme también los costados, aquello se estaba convirtiendo en una forma de vida, o mejor dicho, en una forma para vivir.
Esos cortes me despertaban de mi letargo, el dolor me permitía pensar con lucidez, a veces lo hacía para alejar la ansiedad y poder sentir algo que sí estaba bajo mi control, otras para castigarme por lo fracasada que era.
De cualquiera de las dos formas, eso no era sano y aunque me diese cuenta ello, se había convertido en una adicción. Pedir ayuda tampoco estaba entre mis planes, sentía que yo era la culpable de todo lo que me estaba pasando y tenía que asumir las consecuencias.

  Unos días antes de navidades me quitaron al fin la ortodoncia, lo que en su momento iba a ser un gran acontecimiento se había quedado en una simple anécdota, ya que pasó totalmente desapercibido. Es lo que tenía no sonreír ni hablar...

  Desde hacía un mes seguía llevando un moño como único estilismo, no le había contado a nadie el incidente del corte de pelo, cuando mamá me preguntaba porque ya no me lo soltaba le respondía que era por comodidad, ya que no tenía que estar pendiente de peinarme, o eso creo, la verdad es que no soy consciente de la mayoría de las cosas que dije en aquella época.

  Al final conseguí aprobar todo muy a duras penas y por los pelos, aunque parezca una buena noticia, no lo es para nada, ya que hasta la fecha mis notas habían sido excelentes.

  Las Navidades siempre las pásabamos en Guadalajara con la familia de mis padres. Luego en Fin de Año, la tradición mandaba cenar en casa de los Aranda y celebrar al mismo tiempo el cumpleaños de Leo.

  En Nochebuena nos fuimos, lo que en años anteriores no me había hecho ni pizca de gracia porque no entendía que tenía que separarme de él una semana entera, ese año se había convertido en la mejor de las noticias, salir aunque fuese por unos días, de ese infierno que me estaba asfixiando. Cuando bajé del coche sentí que podía respirar como hacía tiempo que no me pasaba, lograba pensar mejor y aunque cuando la familia me preguntaba por el instituto me limitaba a responder con monosílabos, el resto del tiempo casi parecía una persona normal.

  Los días se me pasaron volando, como hacía mucho que no sucedía. El día anterior al regreso le pedí a mis padres quedarme un poco más, hasta tener que volver a clase, mi madre me preguntó si estaba segura ya que iba ser el primer año que faltaría al cumpleaños de Leo, le dije que los de segundo iban a ir a una fiesta después de las uvas —algo había oído por los pasillos— y tampoco lo iba a ver mucho, así que ya lo celebraríamos con el mío... Mentí, porque no tenía ganas de festejar nada. Como veía poco a la familia y en parte, al notar que volvía a ser persona, mi madre accedió y quedamos en que el día de Reyes vendrían a por mí.

  Era feliz, sabía que solo era una semana más, pero me hizo sentir como si se abriesen para mí las puertas del paraíso.

  Poco a poco y a medida que mi cabeza volvía a tener la capacidad de razonar, fui trazando un plan para mi vuelta. Estaba claro que tenía que cambiar, no quería seguir sintiendo miedo, ni dolor. La diferencia es que esa vez ya no me cogerían desprevenida como había sucedido en septiembre.

        La nueva Yaiza se ponía en marcha.

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora