33-Leo

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  Sabía que tarde o temprano tendría que verla, no podría huir eternamente, pero, no entraba en mis planes que ese fuese el día, todavía no, yo aún no estaba preparado.

  Habían llegado las vacaciones de Navidad y no me quedó más remedio que volver a casa, a pesar de la pequeña resaca que tenía por la fiesta de la noche anterior para despedir el año con Tony y sus amigos, cogí el autobús por la mañana para pasar por casa de los Santana antes de que se marcharan unos días a Guadalajara y, debía de hacerlo, mientras ella estuviese en clase. En Nochevieja no tendría más remedio que enfrentarme a lo inevitable, pero para eso quedaba todavía una semana que en ese momento me sabía a gloria.

  Durante esos meses de separación había pensado mucho en lo que pasó aquella fatídica tarde, estaba completamente seguro de que gran parte de la culpa de que Yai quisiera dejarme era por recomendación de su psicólogo, ella jamás hubiese catalogado nuestra relación como no sana y, eso, me enfurecía todavía más, ya que había sido precisamente yo el que la convenció para ir a terapia. No estaba tan ciego como para no darme cuenta de todos los beneficios que le causó, pero me sentía totalmente traicionado porque ese pseudo-médico no se hubiese dado cuenta de todo lo que yo era capaz de hacer por ella, que prácticamente se me acusase de ser quien le impedía avanzar, cuando, era el primero que quería que regresase nuestra chica arcoíris en toda su esencia. También estaba enfadado con ella, después de toda mi entrega lo anteponía a él, a un extraño que acababa de conocer, a mí, el que siempre estuvo en su vida y la única persona que veía a través de ella.

  Aunque había cortado cualquier tipo de contacto directo con ella, sí estaba pendiente de sus pasos, por muy cabreado que estuviese, a una persona no dejas de amarla de la noche a la mañana y, más, teniendo en cuenta el alcance de mis sentimientos. Tanto mi madre como Susi me tenían informado, sabía que en el instituto, aunque le había costado muchísimo, se iba integrando bien y hasta había logrado hacer alguna amistad. Preguntaba muy a menudo si le veían actitudes extrañas que pudiesen recordarles a las del año anterior, porque, si tuviese la menor sospecha de que podrían estar repitiéndose los hechos, me hubiese faltado tiempo para presentarme allí y llevármelos a todos por delante.

  Caminé los escasos pasos que separaban nuestras casas y reuní el valor para cruzar esa puerta trasera que siempre estaba abierta, Susi estaba en la cocina preparando todo para el viaje y, en cuanto me vio, casi se le cae la fiambrera que tenía en las manos de la emoción.

—¡Pero cómo has crecido! Ven aquí y dame un abrazo. —Dijo intentando contener las lágrimas de la emoción.

—Hola tata, te eché mucho de menos.— Declaré cuando nos fundimos en un abrazo.

  Los dos nos emocionamos, nunca habíamos estado tanto tiempo sin vernos y, teniendo en cuenta que esa mujer me había criado, era lógico que estuviese conmocionada, por mi parte había que sumarle que estaba evocando todos los lugares en los que había convivido, crecido y amado junto a mi arilita, todo me olía y recordaba a ella.

—Bueno, cuéntame ¿Qué tal todo?— Quiso saber.

—Bien, ya sabes, estudiando mucho, solo venía a despedirme, quería verte antes de que te marcharas. No quiero entretenerte más que supongo que estarás ocupada.

—No te preocupes, Yaiza ha quedado con una amiga del instituto y llegará más tarde, todavía no preparó su maleta así que, tardaremos en ponernos en marcha— noté un tono retraído en su voz al nombrar a Yai.

—¿Qué tal está? ¿Has notado algo raro? ¡No se habrá saltado ninguna sesión!

  Algo que me había estado torturando todo ese tiempo era el tema del cutting, como sabía que en terapia eso se lo tenían muy controlado, no podía evitar preguntar siempre por su asistencia e insistir, hasta la saciedad, en que se asegurasen de que acudía.

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora