41-Leo

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  Había estado hablando con Jorge sobre el Krav Maga, ya que, me sentí un poco culpable al ver la decepción en esos ojos que me volvían loco, tras dar a entender que no asistiría a verla. Él me animó a abrir la mente y darle una oportunidad, dijo que me sorprendería, que a veces nos dejábamos llevar por prejuicios injustificados y, lo decía su propio padre, que había sido el más escéptico de todos hasta que la vio en directo. Decidí hacerle caso e ir a la exhibición pero, primero, debía de hacer otra cosa muy importante y, tenía que ser, antes de que se desdibujara el grabado exacto en mi mente.

  A las cinco de la tarde me uní a la familia en el pabellón, Yai llevaba algo más de una hora concentrada dentro, cuando íbamos a entrar, Susi, me dio las gracias por asistir, me recordó lo importante que era para ella y me prometió que en un rato lo comprendería todo. La verdad es me costaba entenderlos ¿cómo podían aprobar que su propia hija recibiese palos? No obstante, por Yai haría de tripas corazón y me presentaría donde fuese. Me quedé un poco apartado, por un lado, no pretendía arruinarles su alegría con mi semblante preocupado y  por el otro, sabía que miraría hacia sus padres, no quería que mi presencia inesperada la desconcentrase.

  La exhibición era para dar a conocer esa nueva modalidad de defensa personal que empezaba a practicarse en el país, habían venido participantes de varios sitios y de distintos niveles, empezarían con una pequeña exposición y luego con demostraciones prácticas. Aunque apenas llevaba tres meses practicándolo ya era cinturón naranja, lo cual era un gran logro, normalmente ese color se conseguía al finalizar el primer año de entrenamiento. Imagino que los conocimientos de defensa que Jorge nos había inculcado, desde que nacimos, habían sido de gran ayuda. Me resultó curioso, y a la vez preocupante, ver que era la única chica, era innegable que nuestra Yai había nacido para brillar y romper esquemas, pero bien podía haberlo hecho con algo menos aventurado, como por ejemplo un club de ajedrez. Mientras, mi cerebro no paraba de repetirme inspira y abre tu mente, me temía que iba a necesitar muchas repeticiones de esas para calmar mis nervios.

  Pasadas las presentaciones y los ejercicios de calentamiento, que hicieron más para mostrar la buena condición física de sus participantes, empezaron los combates. El primero fue el de Yai ya que estaba en el año de iniciación, me asusté cuando vi al 4x4 al que se iba a enfrentar. Parecía que lo habían hecho a posta ¡si era el doble de ancho que ella, o incluso más! Por inercia cerré los ojos, no podía ver eso, pero, los aplausos y ovaciones de la gente me llamaron la atención, nadie aplaudiría que un armario empotrado derribara a una princesita, ¿verdad? Los volví a abrir por curiosidad pero aún con un poco de temor y entonces lo vi.

  Parecía la reencarnación de la mismísima Atenea, derrochaba seguridad por todos los poros de su piel, tenía una confianza y aplomo que jamás le había visto, entendí entonces las palabras de Jorge y de Susi, en realidad, lo entendí todo. Encajó algún que otro golpe pero solo para absorber su fuerza, se caía para inmediatamente levantarse con más vigor, se movía ligera como una pluma para atacar con la dureza de una roca. Lo más sorprendente fue ver al armario empotrado hecho añicos por una princesa con cara de ángel. Fui consciente de como, esa práctica, fue la que propició el cambio tan positivo en ella, la que le hizo resurgir del fondo del mar en el que se había hundido después de un año marcado por las tragedias y, eso, lo había conseguido ella sola. De repente creí haber crecido diez centímetros más, no cabía tanto orgullo en mi cuerpo, mi pequeño ángel se había convertido en la mismísima diosa de la guerra.

    
   Ojalá algún día llegase a extrapolar esa seguridad al resto de su vida.

 
  Volví a donde estaban nuestros padres y lo reconocí todo, estábamos orgullosos hablando de lo sucedido cuando, de repente, se empezaron a oír aplausos desde la grada, pero no iban dirigidos al centro del pabellón donde se seguía desarrollando la exhibición, sino hacia un lateral, me levanté para comprobar que la ovación era a Yai, que venía a reunirse con la familia después de ducharse. La pobre no sabía dónde meterse, estaba roja como un tomate y, como buenamente podía, daba las gracias sin levantar mucho la mirada, menos mal que no estaba lleno por la resaca de las fiestas, sino le hubiese dado algo con lo vergonzosa que era. Cuando alzó la cabeza para saludar a sus padres me vio y se tiró a mi cuello.

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora