34-Leo

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  Estaba en la cafetería, la misma en la que, hacía más de un año, yo la había esperado antes de que comenzase a vivir un infierno. Iba acompañada de un grupo que suponía serían sus nuevos amigos, hablaba distendidamente con una de ellas, mientras, un chico la miraba totalmente encantado y, no era para menos, ¡estaba impresionante!

  Tenía el pelo más corto, apenas le cubría los hombros, y había vuelto a su color claro con algunas mechas rubias que le daban un efecto espectacular. Yo hacía un tiempo que también había hecho lo mismo, pegando un buen rape al mío, porque me martirizaba recrear la sensación que me producían sus masajes cuando me atrapaba el pelo entre sus finos dedos. Su ropa también había cambiado, atrás había quedado el negro para volver al mundo cromático, pero con un estilo totalmente distinto al anterior, mucho más sofisticado. Llevaba unos Levi 's que se ajustaban bajo unas botas color cámel, el jersey era fucsia y, un largo chaleco blanco, completaba su outfit. El conjunto de su look le daba un aire angelical del que era difícil resistirse.

  Se la veía animada conversando con su amiga. Me percaté de que antes apenas la había visto interactuar con gente, por lo menos con esa calma y, eso, me proporcionó una paz que hacía tiempo que no experimentaba.

  Comprendí entonces que la causa de que no hubiese avanzado anteriormente había sido mi sobreprotección.

  Seguía sumido en mis pensamientos cuando vi que se empezaba a despedir del grupo para salir de la cafetería, la acompañaba la chica morena con la que había estado tan relajada, mientras venían en mi dirección, esta última me señaló y le dijo algo a Yai al oído que estaba mirándola, giró su cabeza y me vio, se despidió de ella sin apartar la vista de mí. No sé cuánto tiempo estuvimos estáticos, con los ojos fijos el uno en el otro, hasta que ella rompió el silencio que parecía haber dejado una congregación de ángeles.

—¡Leo!— Dijo con una mezcla de duda y esperanza.

  No pude resistirme más, recorrí la distancia que nos separaba y la abracé, fue un abrazo cargado de nostalgia y cariño, pero también uno que imploraba su perdón.

—¡Ahora lo entiendo todo!— conseguí decir al cabo de un rato.

  Alzó la cabeza que con mimo yo había acurrucado en el hueco de mi cuello, apoyando luego mi mejilla sobre ella, y vi esos luceros multicolor que eran mi perdición, aprecié algo que hacía mucho tiempo que no veía en ellos, el brillo, ese que había perdido tras su época más oscura.

—Perdóname Yai, tenías razón y tardé mucho en comprenderlo. Lo haremos a tu manera pero, por favor, no volvamos a alejarnos— me disculpé mientras la miraba.

—Leo ¿Estás aquí?— seguía incrédula.

—Estoy aquí preciosa, estoy aquí.

  Volvimos a abrazarnos, esa vez mi agarre fue un poco más fuerte, llegando a alzarla en el aire, mi intención era que no le quedase duda de mi presencia, pero, un pequeño quejido por su parte hizo a mi memoria viajar a un tiempo que ninguno quería recordar, la dejé de nuevo en el suelo y me separé un poco para mirarla, afortunadamente no tenía la expresión de pánico que tan malos recuerdos me traía, creo que leyó mi mente porque rápidamente se excusó.

—No te asustes, es que tengo un moratón y ya sabes que cuando tienes uno todo va a parar a él.

—¿Y cómo es qué tienes un golpe?—  Aunque la veía relajada no podía evitar pensar que estábamos en el mismo sitio donde ya la habían maltratado una vez.

—Tranquilo, me lo hice entrenando, está todo bien, de verdad— estaba claro que no habíamos perdido nuestra capacidad telepática.

—¿Entrenando? ¿Con tu padre?— Me parecía increíble que Jorge le hiciese daño, por mínimo que fuese.

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora