35-Yaiza

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  Aquellos habían sido meses muy difíciles, en los que estuve a punto de tirar la toalla muchas veces, así fue que cuando vi el anuncio de un gimnasio donde instruían Krav Maga, lo valoré como si se tratase de la aparición de la mismísima Virgen. Mentiría si no reconociese que en un principio me llamó la atención por el hecho de que quería volcar mi rabia a través de dar y recibir golpes, teniendo en cuenta mis antecedentes, el que me infrigiesen daño resultaba incluso más satisfactorio que propinarlo para mi causa. A medida que lo fui practicando descubrí como ayudaba a canalizar mis frustraciones y emociones negativas de una forma más sana y disciplinada de lo que yo pretendía a priori, más basada en la filosofía deportiva y no tanto por ser la camorrista suicida del lugar. Con el tiempo también me di cuenta de que me aportaba seguridad en mí misma, lo que hizo aumentar la autoestima que creía extinta.

  Fue el primer paso de un camino que se antojaba largo y lo di yo sola. Aunque suene triste no es para nada negativo, porque hacía tiempo que era consciente de que tenía que ser así, aunque me empeñase en posponerlo. Poco a poco los cambios se fueron sucediendo, mi primer paso fue coger a mi madre e irnos de compras para renovar todo mi oscuro armario.

  Esa tarde de chicas me sentí tan cómoda que acabé abriéndole mi corazón con respecto a las autolesiones, le enseñé la cicatriz que me quedaría permanentemente en el costado, reconocí que ese tema solo lo conocían Leo y Luis y que, este último, llevaba un control de mi cuerpo para vigilar que no hubiese nuevas heridas. Lloramos mucho y después de un rato abrazadas, dijo algo más para sí misma que para mí, porque no lo llegué a comprender muy bien: por eso él insiste tanto en que no faltes a tus sesiones.

   Superado el momento emociones me armé de valor y reconocí que llevaba un mes asistiendo a un gimnasio, le expliqué de qué iba la modalidad que practicaba, ya que ella no la conocía, se asustó mucho dado lo que le acababa de confesar, pero la persuadí de los beneficios que había descubierto aprendiendo a canalizar mis emociones y no a bloquearlas. Menos mal que la había convencido porque posteriormente, para tratar el asunto con mi padre, necesité todos los apoyos posibles.

  A medida que se restauraba mi seguridad fui sumando más cambios que recordaban a la chica multicolores de tiempos atrás, así, un día reuní la suficiente fuerza para la prueba de fuego; ir a la peluquería. Quería un cambio radical, que fuese original y alegre, me corté la melena como jamás lo había hecho, tardé días en reconocerme dejando al desnudo mis hombros, me hicieron un tratamiento del color para volver al mío original y añadieron unas mechas más claras que, con las ligeras ondas naturales que se formaban en mi pelo, le daban un efecto muy fresco y divertido. 

  Ese toque de luz en mi exterior pareció iluminar parte del interior porque empecé a mostrarme más extrovertida. Aunque muchos de mis compañeros de clase eran los mismos que el año anterior me habían hecho la vida imposible, por primera vez desde que acudía a ese centro, abrí los ojos lo suficiente para ver que había personas que merecían la pena que hasta entonces no había apreciado. Empecé a hablar con Martina y poco a poco fuimos haciendo muy buenas migas, era una chica muy introvertida, igual esa era la razón por la que me había pasado desapercibida. Lo que empezó siendo casi un intercambio de compañía para no sentirnos solas, acabó por convertirse en una gran amistad, nos hicimos inseparables. El ir juntas a todas partes debió de llamar la atención porque la gente empezó a unirse a nosotras, era curioso cómo habíamos pasado de ser casi invisibles a estar tan solicitadas. Quiero creer que el motivo es que veían en nosotras una amistad sana que todos querrían tener.

  No pretendo engañar a nadie diciendo que todo fue un maravilloso camino se rosas, porque lo único positivo de esa época es la lección que aprendí con respecto a interactuar con los demás, es algo que nunca había hecho ya que  básicamente la única persona con la que me había relacionado era con Leo. ¿Lo negativo?,  pues sí, lo habéis adivinado, lo que él abarcaba, que en mi caso significaba prácticamente todo. Lloré muchísimo a escondidas, me rompí infinidad de veces, sentí mucho su falta, me intentaba consolar, sin éxito, creyendo que todo aquello era necesario, que solo tenía que reconocer lo mucho que había avanzado en ese tiempo sin él, pero la duda de si su ausencia sería permanente me atormentaba a todas horas. Su nombre empezó a monopolizar las sesiones de terapia, Luis era con la única persona con la que podía hablar del tema ya que nuestra familia desconocía que habíamos estado juntos y, tampoco, quería que supiesen el estado en el que nos encontrábamos. Con el tiempo sí conseguí abrirme un poco a Martina y le confesé que él era el amor de mi vida y que en ese momento estábamos distanciados, los pormenores me los guardé para mí, lo nuestro había sido una historia tan íntima que no me veía capaz de compartirla, sentía que era algo nuestro y de nadie más. Nunca lo culpé por su sobreprotección, yo hubiese hecho lo mismo si se llegase a dar el caso, era a mí a la que responsabilizaba de mi incompetencia, por crear una dependencia insana que solo conseguí superar cuando se marchó y no me quedó más remedio que reaccionar. 

  Porque como ya dije en su momento; o me impulsaba o la presión del agua me aplastaba para ganar la partida.

  Desde que se había marchado no había vuelto a dormir en su casa los días que quedaba sola, todo me recordaba a nosotros, a lo que habíamos sido juntos. Sabiendo lo enfadado que estaba conmigo, entrar en la intimidad de su habitación me hacía sentir una intrusa. Las primeras noches que me enfrenté a la soledad de la mía, las pasé en vela intentando contener el miedo que ello me producía y, gradualmente, fui desafiándolo hasta lograr superarlo.

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora