21-Leo

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  Con la vuelta de los expulsados temí que se volviese a derrumbar y me convertí en su sombra, siempre que podía me escapaba para ver cómo estaba, para mi sorpresa lo estaba llevando bien y tampoco nadie volvió a molestarla. Sus heridas también iban cicatrizando, pero había una que se resistía, la del costado izquierdo, era grande y tenía un recorrido ascendente, siguiendo la línea de la costilla, sospechaba que le fuese a quedar la marca.

    —¿Cómo te hiciste esta? — le pregunté un día mientras la curaba.

   — Con un punzón, en la última etapa la sola idea de ir a clase y verles la cara me provocaba una angustia contra la que no podía combatir, seguir faltando  tampoco era una opción porque ya habían dado el toque a mi madre— me respondió mirándome con esos ojos que me volvían loco.

   Ya no agachaba la cabeza cada vez que hablábamos del tema, las sesiones de terapia estaban dando muy buenos frutos, quería pensar que también era porque confiaba en mí plenamente y sabía que yo no la juzgaba, mi misión en esta, y las siguientes vidas, era quererla y apoyarla. 

   El psicólogo nos había comentado que Yai era PAS, tenía algo así como un alta capacidad emocional, eso explicaba su nivel de intuición y empatía. Son personas con tendencia a la inseguridad, aunque ella siempre había tenido una personalidad muy marcada, en el momento en el que su burbuja se rompió, su autoestima se hizo muy voluble.
  Con esa condición cualquier sensación es elevada al máximo, ya sea buena o mala, lo cual es un arma de doble filo, porque vivir tan intensamente, sobre todo las sensaciones negativas, les lleva a buscar otros métodos con los que distraerse del dolor en el alma desgarrada, así como a aparentar ser impasibles o, incluso, disfrazarse de algo que no se corresponde con su esencia para poder protegerse.
  En mi mente adquirieron sentido las palabras de el mundo no está hecho para sentir de meses atrás y lo hermética que se volvió, tras una careta inexpresiva, todo el tiempo que duró su agonía.

  El curso avanzaba, ya estaba a punto de terminar y su media había subido considerablemente. Quédabamos todas las tardes para estudiar, no quería dejarla sola bajo ningún concepto y sabía que mi presencia la calmaba. Lo mejor era cuando terminábamos la tarea y nos dedicábamos a nosotros. Poco a poco fue perdiendo el pudor y llegó el día en el que dejó de cubrirse los pechos mientras la curaba, la imagen que se me apareció delante la llevaré custodiada en lo más profundo de mi alma hasta que me muera. Creí ver a una verdadera diosa descender desde el mismísimo cielo y pararse frente a mí, esa chica era el súmmum de la perfección. Comencé a besarle el cuello y fui descendiendo hasta cubrir con la lengua esa nueva zona que se exhibía ante mis ojos,  sus gemidos sonaban como sintonía de fondo.  Mis labios ya conocían cada centímetro de su piel y jamás se cansarían de recorrerla. 

  Aunque todavía le costaba dominar sus emociones, poco a poco se iba soltando y no dudaba en mostrarme el placer que mi tacto le causaba. A mí, literalmente, me estaba volviendo loco y, para mi desgracia, sentía que tenía que ir despacio, me daba miedo que no supiese hacer frente a tantos estímulos. Desde luego mi autocontrol estaba superando la prueba con nota. 

  Si la viéseis entenderíais de lo que hablo.

  Mis amigos me seguían llamando para quedar y les daba largas, en parte me sentía traicionado, dudaba de si ellos habrían estado al corriente de lo que sucedía meses atrás y no me habían avisado, por otro lado, no quería dejar a Yai sola ni un minuto, bastante me costaba hacerlo mientras estábamos en clase o los días que sus padres dormían en casa y no lo hacía en la mía. Un día nos cruzamos con ellos en los pasillos cuando íbamos de la mano, Patricia  también estaba, solo ver su cara me producía náuseas.

   —Leo, vamos a ir todos a la bolera ¿te animas? — me preguntó uno.

   —Lo siento, pero ya tengo planes— contesté y estreché el agarre.

   — Al final veo que te funcionó la táctica de dar pena.... — dijo Patricia mirando a Yai.

   —Te equivocas, la que no funcionó fue la tuya de víbora viperina— respondí apretando la mandíbula. — Cuando dejéis de quedar con escoria avisadme y, enconces, sí me uno— me dirigí entonces al que me había invitado antes.

  Seguí caminando unos metros antes de pararme y rodear a Yai por la espalda. 

  — ¿Estás bien? No le hagas caso, está amargada porque no consiguió su caprichito— quise animarla.

 — Podría haberle contestado yo, no soy tan endeble— me reprendió.

   — Créeme cuando te digo que eres la chica más fuerte que conozco. Pero lo de esa arpía fue por mi culpa y no pienso permitir ni que te mire — susurré a su oído mientras apretaba mi agarre.

  Y así era, admiraba su fortaleza por encima de todas las cosas, estaba enfrentando y superando, con una entereza impresionante, una situación que cualquier otra chica de su edad no hubiese soportado, podría ponerse el mundo por montera sin necesidad de ayuda. El problema es que, por un lado, no acababa de creérselo y necesitaba reafirmarse en ello y, por el otro, estaba mi excesiva necesidad de protegerla, que nacía de la redención que ansiaba por todo el tiempo en el que le había fallado. 

  

  

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora