51-Leo

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  Llevábamos un año con nuestros paréntesis semanales y, como ya había dicho anteriormente, el jueves se había convertido en mi día preferido de la semana, pero llegados a un punto necesitaba más. Cuando le había prometido que esperaría el tiempo que fuese lo decía muy en serio, quería darle el espacio suficiente que necesitaba para que se sintiese realizada, el problema era que sus avances habían sido brutales en casi todos los sentidos y, digo en casi todos, porque no estaban incluidos los que a mí me afectasen de alguna manera. Me cabreaba mucho ver la seguridad que desprendía con todo menos cuando se trataba de mí, quitando las excepciones que hacíamos cada jueves en las que sí se entregaba por completo, dentro del confort que le proporcionaba nuestro paréntesis, el resto del tiempo tenía que sacarle las palabras a la fuerza. Si me veía hablando con alguien le daba miedo acercarse a saludarme, la postura que mejor la definía cuando yo estaba cerca era la de la cabeza gacha, notaba como mi presencia la intimidaba y se hacía de menos conmigo al lado, no sabía cómo actuar ante eso, porque tampoco me hacía saber cuál era mi fallo para poder poner solución. 

  El vaso fue llenándose poco a poco hasta que se derramó, sucedió un día que vino a mi facultad, imagino que a buscar a Martina porque como se trataba de un martes yo no existía para ella, pasó a mi lado bajando la mirada, en ese momento yo estaba hablando con una compañera y, sin siquiera despedirme, la seguí hasta ponerme delante, levanté su barbilla y me sorprendí cuando vi que tenía los ojos cristalizados a la vez que mi cuerpo se transformaba en un volcán a punto de entrar en erupción, porque aunque por un instante me había apiadado de ella, pronto me volvió a invadir la rabia y acabé estallando. Cuando le pregunté —de malas formas, todo hay que decirlo— qué le pasaba, me respondió que es que no se encontraba demasiado bien y esa respuesta fue el detonante de la bomba de contención que llevaba dentro. 

  Discutimos, bueno, más bien discutí yo solo, porque no la dejé ni hablar, le eché en cara todo lo que llevaba dentro, el hecho de que fuese la personificación de la seguridad excepto cuando se trataba de mí, de que tuviese una fortaleza fuera de lo común de la que, tanto ella, como el resto del mundo, podían percatarse, pero parecía que solo quería compartir su parte buena con los demás, mientras que yo me llevaba las migajas e inseguridades. Acabé asumiendo que la culpa era totalmente mía por haberla comprendido siempre, se había acostumbrado al tonto de Leo que todo lo consentía y por esa razón no quería avanzar cuando se trataba de mí, llegué a plantear que a lo mejor tenía que tratarla mal para que reaccionase y, no contento con solo decirlo, le pregunté si es lo que realmente deseaba. No contestó a mi pregunta, lo único que salió por su boca fueron las palabras: Leo, hoy no, antes de marchar llorando. 

  Dos días después en los que no supe nada de ella, ya que siguiendo en su línea no me había escrito, tenía la intención de ir a buscarla a su facultad y hacer uso de nuestro encuentro semanal, pero antes debía disculparme, aunque en muchas de las cosas sí creía llevar parte de razón, las formas me habían perdido completamente, por no nombrar el hecho de haber insinuado que la tenía que tratar mal, eso sí que era imperdonable, a la vez que imposible y quería hacérselo saber. Cuando estaba saliendo a toda velocidad de mi última clase, me sorprendió una notificación en el móvil con un mensaje suyo:

《Hola Leo, desde lo del otro día no sé si nuestros paréntesis siguen en pie, de no ser así házmelo saber para no volver a molestarte, lo entendería perfectamente así que no tengas miedo a decírmelo. Si por el contrario, seguimos en ello, olvida la primera parte de este mensaje y no te enfades si hoy no puedo quedar, se me ha complicado todo y me es imposible, pero prometo que te lo compensaré.》

  Si en ese momento me hubiesen pegado una paliza os juro que ni lo sentiría, no entendía nada, por un lado me decía que comprendía si no quería saber más de ella y por el otro tampoco quería poner fin a lo nuestro, bueno, a lo que eso significase porque yo ya ni lo sabía. ¿Qué era eso de que se le había complicado todo para no quedar? Nunca habíamos faltado a nuestra cita de los jueves, eso era sagrado, pasase lo que pasase siempre se había respetado. Podía entender que estuviese enfadada por mi actitud, pero ese mensaje tenía más interpretaciones que un simple cabreo. Sucedía algo y yo estaba dispuesto a averiguarlo, así que cambié de rumbo y me fui a su piso a esperarla, lo que tuviese que decirme que fuese en persona y se dejase de mensajitos.

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora