Días después nos pusimos rumbo a Alicante en la furgoneta de siete plazas que habían alquilado nuestros padres, parecíamos una tribu. Delante y para turnarse al volante iban, como se suele decir, los cabezas de familia, aunque en el caso de la nuestra, en particular, ese término se ajustaba más a nuestras madres. En medio ellas, las artífices de lo que éramos y detrás del todo íbamos nosotros ¡Dios! adoraba esa palabra, había adquirido un significado nuevo desde que incluía a Yai en mi alma. Nosotros, ¿cómo una palabra tan común podía despertar tantas emociones? Representaba la consagración absoluta de dos espíritus que se habían unido, Yai y yo, expresaba que juntos éramos el todo.Entre chistes, risas y algún que otro tocamiento clandestino, llegamos a nuestro destino cuando tenía a Yai, con la boca medio abierta, babeando mi hombro por la siesta que se estaba echando. Le hice un gesto a Susi para que le hiciese una foto mientras yo hacía una mueca poniendo los ojos en blanco, no veía el momento de enseñársela y sacarle todos los colores. A su vez, mi madre hizo el ademán de querer rajarme el cuello por chincharla, si supiese que en realidad era su nuera y que yo ya me había prometido a mí mismo amarla por el resto de mi vida...
—Despierta marmota, que ya hemos llegado— no era la forma en la que desearía haberla despertado, pero había que disimular.
Luego de balbucear algo intraducible se dio cuenta de dónde y con quién estábamos y se espabiló.
La casa era impresionante, tenía una piscina enorme, no como la plegable que montábamos en mi jardín para el verano, pista de tenis, una gran barbacoa que sí se parecía a la que había en el jardín de los Santana y una enorme mesa con un cenador. Era de dos plantas, arriba había dos habitaciones de matrimonio con baño incluido y en la parte baja la cocina, el salón, un baño y otra habitación con camas gemelas. Pensé que me iba tocar dormir en el sofá, hasta me sorprendí cuando mi madre nos dijo que la de abajo sería nuestra habitación, que no nos peleáramos por la cama ya que ya éramos adultos. Luego caí en la cuenta de que no era tan extraño, en mi casa habíamos rescatado la cama supletoria de mi habitación — que habíamos usado hasta el año anterior que decidimos ser lo suficientemente mayores para poder quedar solos en casa—, así cuando Jorge no estaba y Susi tenía turno de noche, Yai se quedaba siempre conmigo. Desde todo lo que había pasado no quisimos dejarla sola nunca y mucho menos de noche.
Lo de que estuviésemos en pisos separados a nuestros padres era un extra añadido a tener en cuenta.
Deshicimos las maletas y vi como sacaba, con mucho cariño, los bañadores que le había regalado. Como iban a estar nuestros padres le daba miedo que se le viesen las cicatrices, así que, unos días antes, me la había llevado de tiendas y comprado un bañador fucsia precioso más un par de bikinis en naranja y púrpura, en los que la parte de arriba eran chalecos que tapaban completamente su torso y que también realzaban más esos pechos hechos para el pecado. Pero por desgracia, seguía siendo la única nota de color que había en su equipaje.
Lo que restó de día nos lo tomamos todos con calma para descansar del viaje, por delante nos quedaban unos días plagados de actividades y diversión. De noche, en la intimidad que nos proporcionaba el estar solos, nos entregamos al amor para luego dormir abrazados después de cinco días que se me habían hecho eternos. Esa vez no pudo ser desnudos, pero le presté mi camiseta para que cuando yo me moviese a mi cama, ella siguiese envuelta en mí.
El primer día nos fuimos a una playa cercana donde se podían alquilar motos de agua, a tata le extrañó un poco ver tan tapada a su hija, llevaba uno de los bikinis que le regalé, en realidad llevaba los dos porque se había puesto la parte de abajo púrpura y el chaleco naranja. Al verla, tras quitarse la ropa que vestía encima, creo que me volví a enamorar, si es que eso era posible. Parecía una sirena, con esa combinación de color encima de su ya bronceada piel y su larga y brillante melena que, aunque seguía oscura, algún mechón de su verdadero color empezaba a manifestarse... Por un momento nuestra chica arcoíris estaba de vuelta.
—¡Qué guapa estás cielo!, esos colores te sientan de vicio, aunque ya podía tener yo tu tipazo, créeme que no iba a ir tan tapada. Hija, aprovecha que ese cuerpo está hecho para enseñar— le dijo Susi.
—¡Mamá, qué cosas tienes! es cómodo y así no tengo que estar pendiente de si se ve algo indebido. Papá dile algo por favor...
Tata tenía razón, ese cuerpo de infarto estaba hecho para enseñar y, en este caso, tendría el privilegio de que fuese a mí todas las noches del resto de nuestra vida.
Hicimos carreras de motos por parejas, cuando le preguntamos al instructor si era muy difícil volver a subirse a la moto tras caerse, este nos contestó que lo complicado sería caerse de la moto de agua que no era como en las películas.
Esa aclaración no volvió a salir de su boca tras conocer a nuestra familia...
Acelerábamos a fondo para luego intentar hacer trompos, al que le tocase ir de paquete se pasaba más tiempo volando por los aires que en la moto. El premio al mejor giro fue para Yai, consiguió que la moto diese tres vueltas sobre sí misma antes de que yo me cayese al agua arrastrándola conmigo. Una vez debajo del agua, besé castamente sus labios antes de salir a flote de nuevo donde nos esperaban los aplausos del resto. Cuando devolvimos las llaves de las motos, el instructor no sabía si cobrarnos un plus, llamar al seguro para aumentar la póliza de responsabilidad civil o ser nuestro manager para dobles en películas de acción. Lo importante es que éramos genuinos y nos lo pasábamos de maravilla siendo así.
Ya de tarde, en casa, a Jorge se le ocurrió la maravillosa idea — nótese la ironía— de organizar una especie exhibición entre Yai y yo para poner en práctica, ante el resto de familia, todos nuestros conocimientos de defensa, así como las llaves que nos enseñó para reducir y bloquear a alguien en caso de una agresión. En menudo compromiso me había metido ¿Cómo iba a reducir yo a mi pequeña? Tendría que medir la fuerza, si le hacía el más mínimo daño no me lo perdonaría en la vida. Así que contención y dejarme ganar.
Os juro que mi intención era esa, no podría haber sido de otra forma. El problema fue que no hizo falta poner en uso ningún control porque me metió una paliza que casi me deja cojo. Besé el suelo como un campeón, yo creo que hasta comí hierba, estaba claro que con ella la táctica de machote fuerte salva princesas no hacía falta ponerla en práctica. Cuando terminamos, con Yai de ganadora absoluta, vi como Jorge y mi madre saltaban de alegría, mientras Susi y mi padre se llevaban las manos a la cabeza.
—¡Chicos poneros guapos que esta noche nos vamos de copas!— Gritó mi madre aún invadida por la emoción.
Fuimos a una terraza y cuando íbamos a pedir un refresco, Jorge se nos adelantó y pidió por nosotros un par de combinados.
—Y para ellos unos mojitos— dijo al camarero mientras nosotros nos quedábamos asombrados—. No pretenderéis dejar a vuestros viejos de alcohólicos, un poco de alegría que ya sois adultos y ¿qué mejor manera de empezar a beber que con nosotros delante? Aprovechad a pedir lo que queráis que la noche corre a cargo del mangueras— continuó.
—Le recuerdo a tu cianótico cerebro que la otra mitad la pone tu mujer— protestó mi padre.
—Eso no me preocupa siempre y cuando, tú, palmes pasta— se mofó Jorge.
Yai y yo nos miramos sin entender nada de lo que pasaba, nos parecía increíble que hubiésemos salido tan cuerdos en semejante familia de locos.
—Y luego a la que mandáis al psicólogo es a mí..... — Intervino ella, a lo que no pudimos evitar reírnos a carcajadas.
Lo importante es que dentro de nuestra locura de familia éramos felices y, aunque a mí cada día me costaba más no confesarles lo nuestro, respetaba que Yai necesitase más tiempo. Parte del problema es que en el fondo me sentía un traidor, ellos nos lo daban todo mientras nosotros les escondíamos algo tan importante. Por otro lado, quizás tenía razón y romperíamos la magia que se había creado en nuestra tribu, así que lo mejor era tantear y allanar un poco más el terreno antes de soltar la bomba.
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Los colores del arcoíris©
RomanceYaiza es luz y color, ha crecido en un entorno idílico que reúne todos los elementos necesarios para ser feliz; sus cariñosos padres, unos vecinos que la adoran y en donde, sobre todo, está Leo. Lo ocurrido en el primer año de instituto hará tambale...