16-Leo

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  Cuando su respiración empezó a normalizarse me levanté con ella aún en mis brazos y me dirigí a casa.

—No hace falta que me cargues, puedo andar— dijo avergonzada. 

  Era muy tierna, si no fuese por lo serio de la situación, me hubiese resultado hasta gracioso. 

—Quiero hacerlo— le contesté y besé su cabeza.

  La realidad es que necesitaba hacerlo, sentir que la protegía y que ella fuese consciente, era también una forma de redimirme por todo el tiempo que había estado ausente. Cuando llegamos a la puerta de mi cocina la bajé para poder abrirla.

—Te vendría bien un baño, voy a buscar una muda para que te cambies y luego deberíamos curarte esas heridas— dije mientras la llevaba de la mano hacia el baño. 

—Un baño me sentará bien, gracias. Sobre las heridas.... — bajó la cabeza y parecía que las palabras se le habían atascado en la garganta.

—Tranquila, ya hablaremos de ello, voy a preparar el agua y tu única preocupación ahora es no quedarte dormida dentro mientras te relajas. 

  Luego alcé su barbilla con mi mano y mirándola fijamente a los ojos dije:

—Ten por seguro que saldrás de esta.

  Quería que se tranquilizase porque nos esperaba una conversación muy dura, sobre todo porque tenía que convencerla de que la única solución pasaba por contar lo que había pasado y buscar ayuda.

  Mientras la esperaba fui hasta el botiquín a por lo que necesitaría para curarla. Al rato vino hasta mi habitación, llevaba una camiseta y unas bermudas mías, no me podía creer cómo conseguía que unas simples prendas masculinas se viesen tan sexis en su cuerpo. 

—Ven, siéntate aquí — golpeé la cama para que se acomodase a mi lado—. Tendrás que subirte la camiseta y mostrármelo todo.

  Los cortes se concentraban mayoritariamente en ambos costados, había alguno en el torso y también en la espalda. Empecé a curarla de delante hacia atrás. Cuando estaba a la altura de las costillas del lado izquierdo se tensó de dolor, no era un simple arañazo, se trataba de una incisión profunda que debía de haberse hecho con algo punzante, estaba abierta e infectada.

—Lo siento, estoy siendo lo más delicado que puedo, pero es necesario curarlo— me excusé.

  Me angustiaba mucho verla en esa situación, hubiese dado lo que fuese por invertir nuestros papeles.

—No te preocupes, tengo que soportarlo— respondió mirando al suelo de nuevo.

Seguí tratándola y luego la cubrí con un vendaje que le abarcaba medio tronco.

—Esto ya está— dije bajándole la camiseta— ¿Estás mejor?— Me senté en un taburete en frente de ella.

—Sí, no sé cómo agradecértelo, con lo mal que me he portado contigo… — tenía los ojos humedecidos.

—¡Hey, mírame! Soy yo el que no estuvo a la altura. Sé lo que ha pasado y dudo que pueda perdonarme por haberte fallado.

— No, no te culpes por favor— rogó.

— Cuéntamelo todo.

  Me relató todas y cada una de las humillaciones a las que la habían sometido, lo que me había dicho Patricia era solo la punta del iceberg. Más de uno tenía suerte de que no quería dejarla sola en un momento en el que estaba tan vulnerable, porque me hubiese presentado en la acampada en la que estaban todos para ajustar cuentas. La culpa me atormentó cuando me contó el motivo por el que había venido a buscarme aquel día en los pasillos del instituto; le habían mandado un anónimo bastante desagradable, y por el contenido sabía a quién pertenecían esas palabras. Expresó lo degradada que se sintió cuando le cortaron un mechón de pelo y luego exhibieron como si fuese un trofeo delante de toda la clase ¡Llegaron incluso a meterle excrementos en la mochila!

  Desde su perspectiva pude entender su cambio de look y de actitud, cualquier otra persona se hubiese vuelto loca estando sola ante tal situación, lo que me mataba era ver que había llegado al extremo de autolesionarse.

—¿Por qué los arañazos?— Intentaba comprenderla.

— Porque mientras me duelen me olvido de la opresión del pecho— dijo avergonzada.

—Ven aquí— me acerqué más a ella y la abracé—. Tienes que hablar con tu madre, tenemos que buscar ayuda.

— ¡No, a mi madre no! La decepcionará saber en el monstruo en el que me he convertido— estaba muy asustada.

—Yai, atiéndeme bien, tú no eres un monstruo, no vuelvas a repetirlo, lo son quienes te han hecho todo esto. Pequeña, por eso tiene que saberse, no podemos permitir que quede impugne ni que vuelva a ocurrir.

—Se va a disgustar y no quiero que sufra— contestó.

— Más le va hacer sufrir si ve que no estás bien y no sabe la causa ni cómo ayudarte, créeme porque lo sé de primera mano. Podemos omitir de momento el tema de tus heridas, hasta que te sientas confiada para contárselo, pero ella tiene que saber que te han estado acosando y ponerte en manos de un profesional, te prometo que yo estaré contigo en todo el proceso, pero tú tienes que dar el paso.

  Lloró hasta que se quedó dormida, luego la recosté y arropé en la cama, me senté leyendo un libro a su lado y de vez en cuando le acariciaba la cabeza. 

  No quería dejarla sola, se lo había prometido y pensaba cumplirlo. Al rato le mandé un mensaje a Susi para avisarla de que no se preocupara por ella, estaba conmigo y se iba a quedar a dormir. A la hora o así mi madre asomó la cabeza entre la puerta que había dejado medio abierta, llevé el dedo índice a los labios para advertirla de que no hiciese ruido, entró muy despacio y me preguntó cómo estaba la princesa de la casa.

—Estará bien— fue lo único que pude decirle.

—Seguro que sí, intenta dormir un poco. Os quiero— y nos besó la cabeza a ambos.

—Yo también te quiero, descansa tú también, mañana hablamos. — Iba a necesitarlo, cuando se abriese el melón todos lo pasarían mal.

  Esa noche apenas cerré los ojos, me la pasé velando sus sueños y pensando en el día que nos esperaba, se avecinaba una tragedia y tenía que estar preparado.

  A la mañana siguiente se despertó y me sorprendió mirándola embobado.

—¿Qué hora es? Me quedé dormida. — Dijo aún medio en sueños.

—Buenos días preciosa. Parecías un bebé y me daba pena despertarte.

—¿Días? ¿Tanto he dormido? ¡Mi madre seguro que estará preocupadísima!— Se alteró.

— Tranquila, ya la avisé de que te ibas a quedar a dormir. Ahora hay que levantarse, escuché a tu tata trastear en la cocina y debe de estar preparando el desayuno, mientras te aseas voy a cruzar a tu habitación a por unos pantalones. Aunque si quieres seguir llevando mis bermudas yo encantado...— le guiñé un ojo.

— La oferta es tentadora, pero si no quiero perderlas y enseñar todas mis vergüenzas, mejor vete a cogerme unas mallas. — Bien, la quería de buen humor, le iba hacer falta para lo que le esperaba.

— Pues vamos allá— me levanté y le extendí la mano para ayudarla— ¿Preparada?

— No, pero como tú dijiste, es necesario.

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora