Final

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  Yaiza

  Nuestras madres se habían puesto manos a la obra para organizar una boda de ensueño en menos de dos meses, las hubiese animado a que montasen su propia empresa de Wedding Planner si no fuese por el hecho de que eran una pieza fundamental en el funcionamiento de la fábrica. El enclave escogido donde celebraríamos tanto la ceremonia como el convite, era un palacio apartado de la civilización, estaba rodeado de amplios jardines que lo envolvían en un aura que te hacían sentir partícipe de un cuento de hadas, del cual, Leo y yo, éramos los protagonistas. No fue difícil conseguir reserva con tan poco tiempo de antelación ya que el día escogido, por expreso deseo mío, había resultado ser un miércoles, lo hice siguiendo mi instinto, al fin y al cabo se trataba de nuestro momento y no de cuadrar la agenda de nadie.

  A la hora de decidir quiénes serían los testigos no tuvimos ninguna duda, serían ellas, nuestras madres. No podríamos haber escogido solo a una de las dos cuando ambas eran el motor de nuestra familia, tanto una como otra habían dedicado el mismo tiempo y esfuerzo en educarnos, criando a dos niños, muchas veces solas, sin importarles lo cansadas que regresaban de su jornada laboral, haciendo encaje de bolillos con horarios imposibles para que siempre estuviese, para nosotros, una de ellas disponible. Ellas eran las creadoras de nuestra tribu.

  Tampoco sería justo desmerecer la labor de nuestros padres que, aunque no hubiesen participado tan activamente en nuestro cuidado, hicieron todo lo posible para no faltar a ninguna función ni suceso importante de nuestra vida, los mismos que habían invertido hasta el último segundo de su tiempo libre en jugar con nosotros, los que nos habían inculcado unos fuertes valores, el amor por el deporte y la vida sana. Ellos, que durante años se habían jugado la vida al ir a trabajar, con la duda de si volverían a casa, para que no nos faltase de nada. Para los reyes de la familia teníamos otro cometido, llevar a su princesa al altar, tras veinticuatro años y medio llamándome así sería un gran honor dar sentido a su apodo.

  Los pocos metros que me separaban de Leo se me hicieron eternos mientras que la película de mi vida se reproducía en mi mente. Un filme en el que él siempre fue el co-protagonista, desde nuestros primeros pasos hasta el beso con el que nos habíamos despedido la noche anterior, un recorrido desde que éramos Leo & Yai hasta que nos convertimos en nosotros. Al final de ese pasillo me esperaba el amor de mi vida, mi mitad, mi complemento.

  Jamás dudé de que era él a pesar de que al principio no estuviese muy dispuesta a reconocerlo, además, tras el suceso que en mi adolescencia me obligó a renacer, volví a elegirlo y es por esa razón que estaba totalmente segura de que lo amaría, tanto en esta, como en todas las vidas que me sucediesen.

  Los brazos fuertes de mis particulares escoltas no les permitieron a mis piernas flaquear en los últimos pasos que me quedaban hasta alcanzarle, ya que, había concentrado todas mis fuerzas en los ojos para lograr contener las emociones que amenazaban con salir a través de ellos. Me centré en como él intentaba calmarme a través de su mirada y, eso, fue el impulso que necesité para llegar al final de ese camino, lugar donde nuestros dos padres me entregaron al hombre que estaba flanqueado por las mujeres que nos habían dado la vida y, cuyos maquillajes, habían dejado de correr la misma suerte que el mío.

—Ya estás conmigo arilita, todo estará bien— y una vez más, le creí.

  Fue lo único que necesité para que todos mis nervios se evaporaran.

Leo

  Cuando la vi aparecer por ese pasillo, del brazo de Jorge y de mi padre, pensé que un ángel se había escapado del cielo para aparecer ante mí en forma de mujer. Estaba preciosa, jamás me hubiese imaginado verla tan sumamente bonita vestida de un solo color, de blanco. Fui testigo de como le invadían las emociones a cada paso que daba, quería salir corriendo y envolverla en mi abrazo pero sabía que, como siempre, ella sola llegaría al final del camino que se había marcado. A pesar de lo extremadamente emocional que era, había demostrado tener más fortaleza que el resto de la gente que la rodeábamos, no conocía límites, solo metas, luchaba como una jabata por lo que se proponía y no paraba hasta conseguirlo. Le susurré que ya estaba conmigo y que todo estaría bien, y así era, con su mano entrelazando la mía sentía que nada malo me podría ocurrir.

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora