49-Leo

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  Ya instaladas, las chicas, se iban adaptando muy bien a la vida universitaria. Tener a Martina en mi misma facultad era un puntazo, porque, le pedía un informe sobre como había amanecido mi chica de ojos multicolor cada mañana. Me alegraba que Yai tuviese una amiga tan leal y, tras el tostón que me había dado Tony el día de la fiesta, cuando no paró de hablarme de ella, decidí ir al grano y preguntarle qué opinión tenía sobre mi compañero, no se anduvo con rodeos y me respondió que no entraba en sus planes tener nada formal, ¿para qué iba a quedarse con un pez teniendo, allí, un océano plagado de ellos?... Sin duda alguna, estaban hechos el uno para el otro, a veces me preguntaba dónde había quedado la chica tímida e introvertida que Yai me había descrito al principio.

  Me advirtió que ambos estábamos cometiendo el error de sobreprotegerla demasiado, con esa actitud lo que le transmitíamos es que era débil y, aunque la bondad de Yai nos llevase a querer cubrirla lo suficiente como para que nada la rozase, teníamos que trabajar en ello porque flaco favor le estábamos haciendo. Era plenamente consciente de que tenía toda la razón, de hecho,
sus avances más importantes los había logrado lejos de mi amparo, pero mis sentimientos, a veces, tomaban caminos distintos a los que les guiaba la razón.

  Siguiendo su consejo empecé a dejarla un poco a su aire, nos mensajeábamos y, alguna que otra tarde, quedábamos en grupo para hacer algo todos juntos, aunque, lejos de mi actitud casi acosadora de los primeros días. A Martina sí la seguía friendo a preguntas, pero eso quedaba entre los dos y no suponían ningún obstáculo para la autoestima de nadie.

  Unos días antes del puente de la Constitución, en el que volveríamos a casa, la vi en mi facultad, en un principio me emocioné pensando que vendría a verme, hasta que caí en el detalle de que su compañera también estudiaba allí. Cuando me iba a acercar a saludarla fui testigo de como, Laura, la agarró con fuerza del brazo y la hostigó:

—¿Buscas a Leo? Por mucho que te metas en su cama es, a mí, a quien llama después, cuando no queda satisfecho.

  No me podía creer que esa escena estuviese ocurriendo delante de mis ojos, le había dado varias veces el toque a Laura por como la trataba y me había prometido que iba a cambiar, sabía que los celos la podían y, siempre, la disculpaba bajo ese pretexto y de que era buena chica, aunque, no podría haber estado más equivocado... Cuando iba a intervenir para detener ese atropello y desmentir semejante falacia, Yai se defendió:

—Procuraré entonces no echar ajo a las comidas la próxima vez que tengas que comerte mis babas. —Contestó dejándola humillada y sin necesidad de entrar en su provocación. —Otra cosa, no vuelvas a tocarme así porque no respondo y, créeme, que no querrás conocer esa faceta mía— continuó mientras, de un tirón, se soltaba de su agarre.

  Me escondí rápidamente totalmente impresionado. Martina llevaba toda la razón, tratándola como a una niña emocionalmente hablando, no la dejábamos convertirse en una mujer y, señores, yo acababa de ser testigo de parte de esa transformación y menuda mujer que nos esperaba. Seguí observándola desde mi escondite y vi que, efectivamente, había ido a buscar a su amiga, la saludó como si nada hubiese pasado, demostrando, una vez, más la fortaleza que tenía.

  Esa misma tarde quedé con Laura para decirle que nuestra amistad se había terminado, no quise dar más explicaciones, como alguien muy sabio había dicho una vez, no iba a malgastar energía en quien no se lo mereciese.

  El miércoles había quedado con unos compañeros de clase para salir, no sabía nada de Yai desde el incidente del día anterior, en el que ella tampoco me había visto. Por decisión de las chicas entramos en un local de salsa, una vez dentro, advertí que a parte de la comunidad masculina se le iba la mirada hacia una esquina del local, eran Yai y Martina flanqueadas por varios moscones intentando meter ficha. Estaba preciosa, llevaba unos pantalones negros ajustados con la cintura baja y un top azul eléctrico que, a excepción de unas finas tiras que lo cruzaban, le dejaban la espalda totalmente desnuda, se había puesto tacones y le sacaba una cabeza a la pobre Martina. Seguía embobado mirándola cuando se encaminó hacia la barra, momento en el que su amiga advirtió mi presencia y, soltando una evidente carcajada, me hizo un gesto con la cabeza sugiriendo que la siguiese. Una vez que mi chica arcoíris llegó a su destino, se le unieron más babosos que, muy sutilmente, se fue quitando de encima, vi como un camarero se apresurada, sin éxito, a servir a un grupo de chicos para poder ser el primero en llegar a ella. Estaba de espaldas y no se había dado cuenta de mi presencia, así que la rodeé con los brazos apoyándo, a continuación, mis manos en la barra.

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora