Ya había comenzado el curso y el instituto me quedaba a media hora, aunque podía coger el autobús, andando no tardaba mucho menos, además, me gustaba mucho caminar. Como iba sola me ponía mi mp3 e iba escuchando música, muchas veces no me daba cuenta de que seguía con él puesto hasta que el profesor entraba en clase, me hacía sentir aislada, en mi mundo y, en cierto modo, eso me daba seguridad.
Empezaron a organizarse los primeros grupos: estaban los pasotas; que se tiraban más tiempo fumando fuera, en el jardín, que dentro de clase. Las pijas; que te miraban por encima del hombro creyéndose descendientes de una raza superior y más guapa y finalmente, los malotes; que solo acudían para encontrar una víctima a la que amargar la vida y así encontrar sentido a su propia existencia.
Aunque íbamos al mismo centro nunca veía a Leo, él quedaba todas las mañanas con sus amigos para ir juntos y una vez dentro parecía que se lo tragaba la tierra, luego en casa sí quedábamos y a parte de nuestros entrenamientos, hacíamos alguna que otra ruta, aunque cada vez con menos frecuencia.
Poco a poco un color negro empezó a instalarse en mi interior, sentía que no encajaba en esa nueva vida. Los recreos me quedaba en clase o me encerraba en el baño escuchando música, en mi mesa aparecían cada vez con más frecuencia notas insultándome, las había en las que incluso me preguntaban si cagaba en colores, el día que se les fue de las manos fue cuando me metieron una bolsa con excrementos de perro —o eso quería pensar— en la mochila. Yo nunca veía quienes eran, siempre lo hacían a escondidas, pero lo más preocupante de todo era que me empezaba a afectar cuando jamás me había importado lo que dijesen o pensasen de mí y eso me hacía sentir una fracasada.
Uno de esos días en los que había recibido un anónimo, en el que me decían, textualmente, que me iban a meter la polla en la boca hasta que viese en blanco y negro —sí, muy originales ellos— al salir, en el pasillo, vi a Leo con sus amigos. Esa nota me había dejado muy tocada y aunque no quería contarle todo lo que me estaba pasando, sí necesitaba su compañía en ese momento. Así que en cuanto lo vi fui corriendo hacia él:
—Hola Leo, ¿podemos hablar un rato?.
—Hola vecina, ahora estoy un poco ocupado, más tarde te busco, ¿vale? — Dijo en un tono sin a penas emoción.
¿Vecina? jamás me había llamado así, éramos mucho más que vecinos ¿Dónde habían quedado Leo y Yai? Estaba empezando a pensar que sus ausencias no eran tan casuales, ni por tener que estudiar como él decía.
Lo que jamás me hubiese imaginado es que se avergonzase de mi. Algo en mi interior se rompió en ese momento, de repente el anónimo era el menor de mis problemas.
Aunque eso sería por poco tiempo...
En cuanto llegué a casa subí a mi habitación, no quise comer, me puse los cascos con música a todo volumen y me quedé en un estado neutro, en el que solo respiraba, no sentía, no había emoción en mí, estaba vacía.
Al rato vi entrar a Leo y me quité los auriculares:
—Hola Yai ¿De qué querías hablar? — dijo sin un ápice de remordimientos.
— ¿Yai? ¿Quién es esa? aquí solo está tu vecina....
—Técnicamente sí somos vecinos, aunque tú y yo sabemos que somos mucho más. Eres mi Yai, pero sentía que si lo decía delante de todos ya no sería algo tan nuestro.
—Mira Leo no me vengas con tonterías, además estás muy ocupado ¿no? Venga, vete con tu chica y no pierdas tu valioso tiempo conmigo.
—Sobre eso... Patri cree saber lo que pasa, a lo mejor deberíamos hablar....
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Los colores del arcoíris©
RomanceYaiza es luz y color, ha crecido en un entorno idílico que reúne todos los elementos necesarios para ser feliz; sus cariñosos padres, unos vecinos que la adoran y en donde, sobre todo, está Leo. Lo ocurrido en el primer año de instituto hará tambale...