2-Leo

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  En cuanto entré por la cocina y vi a Yai toda emocionada para ir a su presentación me dio un vuelco el corazón. Estaba radiante, con sus ojos más grandes de lo normal por la emoción. Esos ojos con todas sus tonalidades donde uno podría perderse por el resto de la vida. Eran de color verde y un miel en forma de motitas los salpicaban, en verano, con la claridad, un tono lima ganaba la partida, mientras que la oscuridad daba paso a uno más pardo. Su mirada expresiva hablaba por sí sola, era transparente como el agua.

  De camino al instituto no paré de empujarla y buscarle las cosquillas, me encantaba como saltaba al más mínimo roce, si es que las tenía hasta en las pestañas. Su risa era contagiosa y al final acabamos los dos a carcajada limpia y con dolor abdominal. 

  En cuanto vi el edificio algo en mí cambió y simplemente le dije que la esperaba en la cafetería que estaba fuera.

  Mientras hacía tiempo entré al bar y pedí un café, el nuevo y adulto Leo ya no tomaba batidos ni refrescos, en ese momento consumía acorde a mi nuevo y maduro estatus. 

  Pasó un rato hasta que empezaron a salir los primeros estudiantes, Yai no estaba entre ellos, conociéndola, estaría investigando todas las instalaciones. Les escuché burlarse de una chica que parecía una hippie, sospeché que era por ella pero como no estaba seguro, no quise intervenir, hasta que en un momento dado, a una del grupo se le ocurrió decir: 

—Menuda ridícula, ¿no se ha mirado en el espejo al salir de casa? Parece haberse tragado a todos los teletubbies. 

  A lo que otro le contestó: 

  —Tragado no creo que la chica está muy buena, una pena que sea un poco hortera y viva en los mundos de yupi, pero tranquilos que eso se lo quito yo en cuanto le eche el primer polvo.

  No sabía que crítica me molestó más. Bueno, en realidad sí lo sabía pero no estaba dispuesto a admitirlo aún, el caso es que no pude más y decidí intervenir: 

— ¿Tú te has visto? ¿Te crees en condiciones de juzgar a alguien por su vestuario? Porque de ser así háztelo mirar, chata. 

  Luego posé mi mirada más furiosa en el cerdo que había dicho el otro comentario, y con toda mi rabia contenida, aseguré apretando los dientes:

— ¿Y tú? vuelve a soltar otra afirmación como esa y de la paliza que te meto, te garantizo, que no echas un polvo en tu vida. 

  Dicho todo salí y decidí esperarla en la entrada, le pregunté si no le importaba ir sola al día siguiente ya que había quedado con los compañeros de clase. La verdad es que era solo con Patricia, pero después de lo que acababa de suceder mejor que no viniese con nosotros, no me apetecía otro numerito así delante de la chica que quería conquistar, ni tampoco pretendía someter a Yai al escrutinio de nadie más.

  El resto del camino lo dediqué a trazar un plan para lidiar con esa situación, aunque tuviese otras aspiraciones no iba a permitir que absolutamente nadie se metiese con ella o la increpase, pero... ¿cómo hacerlo sin que los demás —Patricia— se diesen cuenta?

  A la mañana siguiente me pasé a buscar a Patri, tenía una melena rubia y lisa que le cubría media espalda, ojos azules, con tacones me llegaba al hombro, no es que fuese bajita, pero acostumbrado a la altura de Yai el resto de chicas se me hacían pequeñas. Llevaba un vestido corto, sandalias altas e iba maquillada. 

—Estás muy guapa— le dije en cuanto la vi.

—Gracias, qué pena que aún no tengas carné para llevarme en coche, porque caminar con tacones es lo peor.

  Me hizo gracia su comentario, ya que todavía me quedaba más de un año para cumplir los dieciocho. 

—Siempre puedes ponerte zapatos planos. 

A lo que me contestó que antes muerta.

  Cuando llegamos, nos unimos a nuestra pandilla y para mi alivio, vi por el rabillo del ojo que Yai ya estaba por allí, decidí hacerme el despistado, no era momento aún de presentaciones. Sí que presté más atención cuando vi el grupito que el día anterior había estado hablando de ella y les metí una mirada que los dejó a todos petrificados, me daba la impresión de que un problema ya estaba resuelto. 

  Entramos en clase y oficialmente el último año de instituto comenzaba, tenía que aplicarme al máximo hasta junio para aprobar el curso y la PAU, la facultad de derecho me esperaba. Era el acuerdo al que había llegado con mis padres y la recomendación que me hizo Jorge, estudiar derecho antes de opositar y en un futuro poder ascender a la escala ejecutiva de la policía.

  El resto de la mañana me lo pasé entre las clases y mis amigos, nos pusimos al día. Todo seguía igual que antes del verano, excepto que en ese momento éramos los más mayores del instituto, los del último curso. 

  Cuando sonó el timbre de la salida fui hasta donde estaba Patricia y la acompañé de vuelta a su casa, esa tarde había quedado con unas amigas para ir de compras y no iba a poder verla, así que cuando la dejé en su puerta me despedí de ella hasta el día siguiente y no pude evitar pensar que se me olvidaba algo.

  De tarde crucé el jardín y fui a casa de Yai, la puerta de la cocina, como siempre, estaba abierta. Cuando entré vi a su madre:

— Hola tata, ¿está Yai?

— Hola mi chico. Sí, está en su habitación.

  Le di un beso en la mejilla y subí al cuarto de Yaiza, donde hasta no hacía tanto habíamos dormido los dos cuando mis padres trabajaban.

—Toc, toc, ¿se puede? —dije para anunciarme.

  La puerta estaba medio abierta y entré antes de que ella respondiese. Estaba sentada en su cama abrazándose las rodillas. 

—Hola, Leo. Sí, pasa....

—¿Estás bien? ¿Te pasó algo en el instituto?¿Te dijo alguien algo?— En ese momento dentro de mi cabeza se formaron dianas con las caras de los imbéciles que había visto en la cafetería el día anterior.

—¿Eh? mmmm no, nadie me dijo nada, solo estaba pensando, nada déjalo.

—No quiero dejarlo, dime qué te pasa. Vamos Yai que soy yo.

—Está bien, simplemente que no es como me lo había imaginado, yo pensé que sería igual que antes, pero me doy cuenta de que todo ha cambiado y eso me da miedo. Estuve esperándote a la salida casi una hora, te mandé varios mensajes, pero ya cuando vi que no quedaba nadie en el instituto me vine sola para casa.

—¡Oh no! Perdóname pequeña, no me acordé de decirte que también había quedado a la salida, y el teléfono ya me conoces, soy un desastre, aún no lo he encendido.

  Con razón había tenido la sensación de que se me olvidaba algo. Algo muy importante para ser exactos.

—Tranquilo, lo entiendo, tendré que acostumbrarme a que ya no somos los mismos. Tú has evolucionado e imagino que yo en algún momento de mi vida también lo haga...— dijo con la mirada vacía intentando dibujar una sonrisa.

—Sí tengo nuevas amistades y tú también las harás, ya lo verás. Pero que te quede claro que seguimos siendo los mismos, porque somos Leo y Yai. Tú eres, y serás siempre, mi persona favorita del mundo, no lo olvides nunca.

Yai y Leo suena mejor— replicó en tono de burla.

   En ese instante sí sonreía y su preciosa mirada volvía a iluminarse.

—Ponte tus deportivas que Yai y Leo se van a hacer una ruta— dije recalcando bien nuestros nombres a la vez que me reía.

  Nos fuimos a hacer una ruta de senderismo, era otra de nuestras aficiones que habíamos heredado de mi padre. Muchas veces subíamos a la montaña y nos quedábamos horas admirando todo el paisaje. No pude evitar reprocharme lo descuidado que había sido. No quería volver a ver esa mirada vacía y mucho menos por mi culpa, eso no podría perdonármelo.

  Tenía que hacer todo lo posible para lograr un equilibrio en mi nueva vida. 

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora