Ninguno de ellos sabía el motivo por el que nos llamaron al despacho, se agruparon a un lado de la sala a cuchichear mientras yo me quedaba en la otra esquina haciéndome cada vez más pequeñita. Yo sí sabía a lo que iba y me estaba causando una angustia difícil de controlar, inconscientemente llevé mis manos hacia los costados, hasta que noté el vendaje que con mucho mimo Leo me cambiaba diariamente, me di cuenta de lo grave de esa acción, tenía establecidos unos patrones para lidiar con mi frustración que serían difíciles de superar. Al notar mi inquietud, la orientadora, me preguntó si necesitaba llamar a alguien y sin dudarlo di su nombre. Una vez que se sentó y tomó mi mano me sentí más fuerte, a pesar de que la conversación me estaba causando ansiedad, no volví a acordarme de mis costillas, solo me centré en el tacto y en el calor que me transmitían su agarre.
Sentí la autoridad que mi padre desprendía. Con sus palabras, porte y altura, creí retroceder diez años, cuando estaba convencida de que era un superhéroe. La intervención de Leo fue magistral y pude sentir como, diez años después, mi vida no solo contaba con un superhombre, sino que lo hacía con dos. Aceptamos la solución que propuso el centro, deseaba darles un voto de confianza y por eso no quise poner una denuncia, papá transigió siempre y cuando viese resultados, de no ser así lo resolvería, sin opción a réplica, por la vía judicial.
Estuvimos allí hasta casi terminar la jornada, cuando llegamos al coche vi como mi padre se paraba en frente de Leo.
—Has estado soberbio. Estoy muy orgulloso del hombre en el que te has convertido. Serás un gran policía y yo tendré la satisfacción de poder verlo— dijo mientras lo abrazaba.
—Gracias Jorge, esas palabras significan mucho para mí viniendo de ti.
—Aunque hayas demostrado una gran madurez siempre serás mi niño chico, dale un abrazo a tu tata— intervino mi madre estirando su brazo para unirme a ellos.
Ya había dado otro paso, pero el camino continuaba. Esa misma tarde tocó la cita con el psicólogo que mamá había concertado, eso me daba un poco más de miedo, porque nadie, salvo Leo, sabía toda la verdad y tampoco estaba segura de si alguien más debería de saberla. Temía que mis padres acabasen enterándose de todo, pero por otro lado, si no me abría por completo no me serviría de nada la terapia.
—Debes contárselo, él sabrá cómo proceder. Pequeña, todo se va a solucionar, pero ya sabes que tienes un problema para lidiar con ciertas emociones— me aconsejó Leo antes de ir a la consulta.
—¿Y si se lo cuenta a mis padres? — me preocupaba mucho eso.
— La terapia es confidencial, si tienes dudas pregúntale, ya verás como tengo razón. Es importante que lo hagas bien, tú y yo sabemos el motivo— dijo desviando la mirada a mis costillas.
Como había prometido desde que se enteró de todo lo que había pasado, no me dejó sola. Entré en la consulta, en la sala de espera quedaron Leo y mis padres, pregunté al psicólogo si lo que se fuese a hablar saldría de allí y me contestó que no, siempre y cuando no supusiera un riesgo para mí. No obstante, su trabajo también consistía en hacer que si había algo que mis padres tuviesen que saber yo misma se lo confesase. Fue una primera toma de contacto para exponer un poco los hechos, nos quedaría un largo tratamiento por delante, no le comenté nada de mis heridas, sabía que Leo no estaría de acuerdo, pero necesitaba más tiempo para confiarle a alguien más mi oscuro secreto. Luego entraron mis padres y acordaron que de vez en cuando la gente de mi entorno —lo que se reducía a ellos y los Aranda— se entrevistaría con él para asesorarles sobre cómo proceder.
Leo volvió a recogerme todos los días para ir al instituto, una vez dentro, no se despegaba de mí hasta que sonaba el timbre y cada uno tenía que irse a su aula. La mía estaba casi vacía por todos los expulsados, fue un respiro porque habían sido unos días muy intensos, pero volverían y no sabía qué iba a pasar entonces. En todos los cambios de clase se escapaba para venir a verme, a veces solo conseguía robarme un beso antes de salir corriendo de nuevo porque entraba el profesor. La gente empezaba a hablar de nosotros, para disgusto del colectivo femenino, la noticia de nuestra relación había sido el bombazo del momento. Yo dejé de andar con las malas compañías a las que me había acercado anteriormente, imagino que el día de la acampada ya les había quedado clara mi postura cuando los dejé sin ninguna explicación, o simplemente les importaba una mierda, ya que nadie vino a preguntarme si me pasaba algo. Sí seguía quedando de vez en cuando con el grupo de los pasotas, aunque lo hacía en los ratos libres, sin hacer novillos como en el pasado, le expliqué a Leo el malentendido que habíamos tenido cuando me pilló con ellos aquel día, le convencí para que viniese conmigo y les diese un voto de confianza. Al final, se hizo más amigo de ellos incluso que yo, reconoció que eran muy buena gente, las palabras exactas fueron de lo mejor que he conocido en mucho tiempo, les pidió perdón por haberse dejado llevar por un estúpido prejuicio el día de nuestra pelea, pero, eso sí, también los sermoneó hasta la saciedad sobre los efectos nocivos de la marihuana.
Todas las tardes quedábamos para estudiar, si tenía alguna duda él me la resolvía sin problemas. Me podía concentrar mucho mejor, teniendo en cuenta las vistas que tenía delante eso era todo un logro. Mi padre tenía razón, se había convertido en un hombre y lo mejor de todo es que era mío, no podía ni creérmelo.
—¡Pequeña despierta!— Dijo para sacarme de mi sueño— ¡Tierra llamando a Yai!
—¿Eh? — Volví en mí.
—¿En dónde estabas?
—Mejor no te lo digo— sonreí.
— No te imaginas lo feliz que me hace verte así — dijo acariciando mi mejilla — cuando terminemos te prometo que subimos a la luna los dos juntos pero, ahora, céntrate— con semejante monumento delante difícil me lo ponía.
Cumplió su palabra, luego me hizo subir a la luna y aprovechando el viaje me dio un tour por media vía láctea.
¡La de cosas que conseguía hacer este hombre con las manos!
Las visitas al psicólogo continuaron, en la tercera sesión decidí desahogarme más y le confesé mis lesiones, me confirmó lo que ya intuía con respecto al dominio de mi ansiedad y frustración. En la terapia que nos esperaba íbamos a tratar ese tema hasta conseguir manejar cualquier situación que se presentara a lo largo de mi vida. Me comentó que yo era lo que denominaban PAS —Persona de Alta Sensibilidad— los que poseemos esa condición, entre otras cosas, nos cuesta mucho controlar las emociones porque las vivimos al límite. En cierto modo eso me tranquilizó un poco; parecía haber una explicación para mi forma de actuar.
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Los colores del arcoíris©
RomansYaiza es luz y color, ha crecido en un entorno idílico que reúne todos los elementos necesarios para ser feliz; sus cariñosos padres, unos vecinos que la adoran y en donde, sobre todo, está Leo. Lo ocurrido en el primer año de instituto hará tambale...