18-Yaiza

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  La conversación con Leo había tenido una potente carga emocional, me abrí en canal y saqué todo lo que tenía enquistado. Él llevaba razón y expresarlo, en cierto modo, me hizo sentir más libre. Me quedé exhausta y dormí como hacía tiempo que no sucedía, cuando me desperté lo sorprendí mirándome, parecía estar cuidando mi sueño y supe entonces que esa era la razón de mi descanso, mientras él estaba cerca ningún tormento podía asaltarme.

  Contárselo a mamá fue otra historia, después de lo que me había confesado la noche anterior, lo último que quería era verla sufrir y saber que yo era la causa, me estaba matando. La vi pasar por todos los estados negativos de ánimo, desde la pena a la culpa, ella, que era el positivismo personificado. Cuando pensé que ya estaba llegando a mi límite, Leo propuso ir dar un paseo, parecía conocerme incluso mejor que yo misma y saber lo que necesitaba en cada momento.

  Habíamos hecho ese camino millones de veces, pero hasta ese día nunca lo había apreciado de una forma tan emocional. Sentí tanta calma caminando bajo las sombras que nos daban los árboles con el ruido del río de fondo que, después de meses, pude respirar profundamente y cuando nos paramos a escuchar los saltos de agua, me quedé hipnotizada con el sonido tan rítmico que emitían. 

  Se preocupó por mis heridas y rememorando la otra vez que también me las curó, decidí añadir una dosis de humor a nuestra conversación proponiéndole que cambiase de estudios, solo quería que me viese más relajada, era lo mínimo que se merecía. Lo que jamás me hubiese esperado es que eso diese pie a declararse y besarme. Me quedé en shock. Yo empezaba a tener sentimientos por él, bueno, lo correcto sería decir que empezaba a aceptar mis sentimientos por él, porque la realidad es que llevaba tiempo teniéndolos. Cuando salí de mi trance lo besé con toda la pasión que emanaba de mí si él estaba cerca. La emoción por volver a sentir y no tener miedo a ello me hizo gemir, creí estar tocando el cielo con la punta de los dedos y cuando escuché de sus labios la palabra cariño, lo confirmé. Estaba tocando el cielo con la punta de los dedos.

  —Lo hemos hecho mejor que cuando teníamos catorce años— conseguí pronunciar ya que todavía estaba volando entre las nubes.

— Y eso que entonces ya dejaste el listón bien alto— dijo sonriendo, sorprendiéndome con su confesión. —Me encantan tus ojos, tan coloridos y expresivos... Por favor, no vuelvas a perder la viveza de tu mirada— me pidió acariciando todavía mis mejillas.

—Contigo cerca no podría— volví a besarlo.

— Siento... romper... este... momento... tan... mágico, pero... deberíamos... volver—  me besó con cada palabra.

—Toca el tercer asalto. Hablar con tus padres— volví a inquietarme mientras lo decía.

—Ya debe de haberlo hecho tu madre, pero sí, comeremos en mi casa... — Aclaró y yo me tensé de nuevo — ¡Hey! tranquila, tú no tienes que preocuparte de nada, estamos aquí para apoyarte, nadie te va a juzgar, solo pretendemos ayudar. 

—Lo sé, pero en el fondo no puedo evitarlo, porque yo soy la primera que me he sentenciado todo este tiempo— reconocí.

— Pues se acabó, además conociendo a mi madre sacará su vena de super tata y te va a mimar hasta la saciedad, es más, no sé si sentirme celoso....

—¡Es tu madre, te quiere más que a nadie! —Le reproché.

—No es de ti de quién tendría celos...—  guiñó un ojo y me besó.

—¡Eres tremendo! — Sonreí.

—¿Qué estoy tremendo? Bueno, tú tampoco estás nada mal— vale, ya me estaba riendo a carcajadas.

— Gracias — dije sinceramente— necesitaba esto.

— Verte feliz es la mayor satisfacción que puedo sentir. Y ahora vayamos a casa que nuestra familia nos espera.

  Llegamos a su casa, estaban los tres, los ojos de mi madre daban la impresión de haber estado llorando sin parar y eso me hizo sentir cargo de conciencia, Leo pareció darse cuenta porque me susurró que me tranquilizase, que no era mi culpa. Rebeca y Tomás me abrazaron como si hiciese años que no nos veíamos, las palabras de Leo cobraron sentido en ese momento, no me sentí juzgada para nada, la descripción exacta era arropada.

— ¿Qué tal estás mi niña? — Preguntó mamá.

— Mejor, el paseo me ayudó a despejarme y a aclarar los sentimientos—- no pude evitar mirar de reojo a Leo.

—He hablado con papá y está de camino.

—Pero, ¿por qué tanta prisa? Seguro que se ha asustado ¿ Y si le pasa algo con el coche? — Me tensé de nuevo, mi mente se había convertido en una montaña rusa de emociones.

— Yai, es normal que quiera estar aquí. No va a pasarle nada, no pienses en eso— me tranquilizó Leo.

—Lo que te ha sucedido es serio, el acoso es algo muy grave, es normal que tus padres se preocupen e intenten poner solución a esto cuanto antes— opinó Tomás.

—No te angusties, estamos aquí y te tomamos el relevo en cuanto a preocupaciones, bastante has soportado ya tú sola. Ahora sentémonos a comer, que hay que reponer fuerzas— intervino Rebeca—. Hice paella, comida especial para mi chica— era mi plato preferido, vi como Leo intentaba contener la carcajada con la expresión de te lo dije grabada en la cara.

  Cuando estábamos terminando de comer llegó mi padre, en cuanto lo vi abrir la puerta me quedé petrificada en mi sitio, vino hacia mí y me abrazó, entonces volví a romperme, lloré en sus brazos como no hacía desde que era pequeña. Reconocer ante mi padre todo lo que había permitido que me hiciesen me avergonzaba más que cualquier otra cosa. Él, que me había estado entrenando desde que era un bebé para que nadie pudiese abusar de mí.

  —Tranquila, ya estoy aquí, no permitiré que te vuelvan a hacer nada— sus palabras me consolaron, no apreciaba reproche ni decepción en ellas.

—Lo siento papá— aún así necesitaba su perdón.

—¡Tú no tienes por qué excusarte! No quiero que vuelvas a pedir disculpas. Los que hicieron esto son quienes lo van a lamentar— afirmó.

— He pedido cita a un psicólogo, sé que aún guardas cosas dentro y que te será más fácil contarlas a alguien ajeno, es especialista en estos casos, él nos asesorará para saber cómo proceder— dijo mi madre.

— Lo entiendo…— Se sorprendieron cuando lo acepté tan rápidamente, pero Leo ya había hablado ese tema conmigo y, después de lo sucedido esa mañana, quería estar bien, tenía muchos motivos para hacerlo. 

—El lunes os llevaremos al instituto e iremos a hablar con el director— anunció mi padre mientras se sentaba en su sitio y yo me angustiaba de nuevo—. Princesa, deben saberlo, si tienen un protocolo anti-bullying está claro que no ha funcionado y hay que  averiguar dónde está el fallo para que algo así no vuelva a pasar— prosiguió.

  Bajé la mirada y cogí la mano de Leo bajo la mesa, él apretó mi agarre, confirmando así lo que necesitaba sentir en ese momento, que no me soltaría.

  —Está bien— dije finalmente con la seguridad que el gesto me brindó.

  Tanto en casa de los Aranda, como en la mía, todos teníamos un sitio adjudicado desde el principio de los tiempos. Las mesas eran rectangulares, en las cabeceras se sentaban nuestras madres, en un lateral Leo y yo, él al lado de mamá y yo de Rebeca. Esto era así porque cuando éramos pequeños y dábamos guerra, solo comíamos si era la tata quien sujetaba el cubierto. Nuestros padres nos quedaban en frente nuestra, creo que era por eso de tener una figura que te causara respeto, mirándote fijamente, si hacías algo malo.

  No volvimos a hablar del tema, estaba ya un poco saturada y creo que me lo notaron, simplemente volvimos a actuar como en nuestras reuniones familiares, fue como un pequeño paréntesis que me recordó lo que éramos y me ayudó a coger fuerzas para la batalla que me esperaba...

  Pero esa ya no la iba a combatir sola, sino con mi familia.

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora