Hubiese podido evitar salir en el periódico, la grabación que tenía era suficiente prueba para no tener que verme obligada a llegar a ningún acuerdo con aquella gentuza, pero, cuando mencionaron lo del bullying quise aprovechar la oportunidad para dar voz a una causa que estaba en el olvido, la sociedad miraba hacia otro lado, desterrándola a un segundo plano, y de la que solo se acordaban cuando ocurría alguna desgracia.Durante esa semana hicieron varios reportajes opinando con expertos en la materia —policías, abogados, profesores psicólogos— sobre la gravedad del asunto, los efectos negativos que puede llegar a sufrir la víctima y las consecuencias penales para quien lo infringe, ya que muchos aún no eran conscientes de que era un delito. Se pusieron muchos ejemplos ya conocidos que habían terminado en tragedia, así como de testimonios anónimos que todavía no habían salido a la luz. Lo que iba a ser un pequeño artículo acabó siendo portada del periódico durante toda una semana. En casos así, el fin sí justifica los medios y yo estaba muy satisfecha de haber aportado mi pequeño granito de arena a la causa, aunque, para ello, hubiese tenido que posar para un fotógrafo una mañana entera.
Seguí a mi corazón como me había dicho Leo y me decidí por diseño de interiores, conseguí entrar sin problema en la universidad más cercana a casa, compartiéndo con él campus y teniendo, también, nuestras facultades pegadas. Desde siempre, la idea de nuestros padres había sido alquilar un piso para ambos y, aunque en plena adolescencia soñábamos con que llegase ese día, en ese momento que lo tenía tan cerca, ya no lo veía tan claro. La relación que habíamos compartido lo había cambiado todo, a pesar de que habíamos reestablecido completamente la simbiosis que siempre nos había caracterizado, dar ese paso tan importante, con nuestros antecedentes sentimentales, me forzaba a vivir un proceso para el cual no me sentía preparada todavía. El problema, iba a ser decirlo en casa y, sobre todo, a él. Por otro lado, Martina había entrado en derecho y en la misma facultad que Leo, si me iba a vivir con ella a lo mejor calmaba un poco los ánimos cuando rechazase la propuesta inicial. Solo deseaba que no sacasen el tema a relucir hasta terminar las vacaciones, ya que Tomás se había salido con la suya alquilando una autocaravana, no quería ni pensar en cómo sería la convivencia, durante dos semanas, en un sitio tan reducido si llegaba a estallar antes la bomba.
Todavía quedaba más de un mes para ese viaje, mientras tanto, las barbacoas en mi jardín y los chapuzones en la piscina de los Aranda estaban al orden del día. Un sábado —de los más calurosos desde hacía tiempo— estábamos todos sentados esperando a que mi padre terminase de asar las costillas, todos llevaban el bañador puesto para sobrellevar mejor la temperatura, excepto Leo y yo, que nos resistíamos a quitar la camiseta que nos cubría.
—¿No tenéis calor? Sacaros un poco de ropa, a este paso cuando vayamos de vacaciones vais a estar más blancos que los alemanes— nos animó Tomás.
—Yaiza, estamos en familia, nadie te va a juzgar— me alentó mi madre, ella era la única de nuestros padres que había visto el secreto que estaba intentando esconder.
Entonces, el resto, cayó en la cuenta de lo que pasaba, se miraron entre ellos para luego enfocarse en mí y decirme que siempre me apoyarían.
De repente, quien se levantó fue Leo y estiró su mano para invitarme a hacer lo mismo.
—¿Juntos? — Me preguntó.
—Juntos— respondí.
Una fuerza interior se apoderó de mí para ponerme frente a todos y desnudarme hasta quedar en bikini. Vi como las miradas se me posaban encima, pero por poco tiempo, porque, al instante, Leo hizo lo mismo y todos los ojos se clavaron en su torso desnudo.
—¡Hijo! Ven aquí y dame un abrazo, tendrás alma de policía, pero no puedes negar que por tus venas corre el fuego— dijo Tomás emocionado mientras lo abrazaba.
—No sé si matarte o comerte a besos. Creo que en mi vida había estado tan orgullosa de ti, has demostrado tener la nobleza propia de tu nombre, aunque, hubiese preferido enterarme de otra forma— continuó Rebeca entre lágrimas.
—Gracias Leo— agradeció mi padre sin poder articular más palabras que esa.
Mi madre simplemente no habló, estaba llorando a moco tendido y no era para menos, estaba viendo el acto más generoso que alguien podría haber hecho por mí.
—¿Cuándo te lo hiciste? — preguntó más tarde Rebeca, cuando los ánimos estaban un poco más calmados.
— A principios de año, fue su regalo de cumpleaños. En realidad el regalo fue para ambos, porque tomé prestada una parte de su historia para convertirla en nuestra— se sinceró mirando mi cara de asombro. —A ver si te creías que iba a regalarte por tu mayoría de edad un par de camisetas usadas— continuó con esa sonrisa que me volvía loca.
—Y dejaste el listón muy alto, te aseguro que, esto, no habrá nada que lo supere— contesté señalando nuestros costados.
—No sé vosotros, pero yo creo que después de hoy hay que dar el salto internacional. — Cortó Tomás.
—Estoy totalmente de acuerdo, opto por Maldivas— opinó mi madre.
—A mí me gustaría Cancún— continuó Rebeca.
—¡Mamá! — la reprendió Leo mientras se llevaba con resignación una mano a la frente. —No tenéis remedio— añadió mirándolos a todos.
—Y ahora, de repente, nos saltan con sus viajes, que obsesión tienen, cualquiera los entiende— le susurré.
—Ni lo intentes, hazme caso— me respondió.
Una vez superado un pequeño obstáculo más del camino, nos tocó vivir otra primera experiencia a la vez, la de sacarnos el carnet de conducir. En menos de un mes ya lo teníamos bajo el brazo, si es que la vida no paraba de mostrarnos que, cuando hacíamos algo juntos, éramos los mejores, no había nada ni nadie que nos parase.
Con la L en el coche aprovechamos para hacer rutas nuevas que quedaban más alejadas, era una buena forma de compartir tiempo y aficiones, a la que le acabábamos de sumar la de conducir.
Ese verano me examiné también para cinturón verde de Krav Maga y, a diferencia de las otras veces, no faltó nadie de la familia. A partir de ese año los entrenamientos pasarían a ser cada dos sábados debido a mi mudanza, aunque me recomendaron otro centro en la capital para ir entre semana y no perder el ritmo, ya que según mi maestro sería una pena porque yo era un diamante en bruto.
Estábamos ya a mediados de agosto, dos semanas recorriendo Galicia en caravana nos esperaban. Sonaba interesante, en plan mochileros y a la aventura, el problema iba a ser meter a nuestra familia de locos toda junta en un espacio tan pequeño, pero, qué le íbamos a hacer, si eran nuestros locos y así es como los queríamos. Seguro que sobreviviríamos, aunque, por si acaso, rezaba para que la noticia con forma de explosivo no estallara hasta la vuelta.
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Los colores del arcoíris©
RomanceYaiza es luz y color, ha crecido en un entorno idílico que reúne todos los elementos necesarios para ser feliz; sus cariñosos padres, unos vecinos que la adoran y en donde, sobre todo, está Leo. Lo ocurrido en el primer año de instituto hará tambale...