31-Leo

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  No fue difícil encontrar habitación en un piso compartido, el mismo día en el que llegué me pasé por la facultad y respondí al primer anuncio que vi colgado. Mi nuevo compañero se llamaba Tony, estaba en segundo año y el último inquilino lo había dejado tirado. El piso estaba muy bien situado, cerca del campus, tenía una cocina americana en un espacio abierto que conectaba con el salón y las dos habitaciones. Poco a poco me fui dando cuenta del motivo de haberse quedado sin compañero; a Tony le iba más la fiesta que a un niño un parque de atracciones, el mismo día que me instalé ya me organizó una de bienvenida.

  No quise hablarle nada sobre mi vida amorosa, pensaba que si no exteriorizaba el tema dolería menos hasta acabar olvidándolo, aunque, no podía estar más equivocado. Cuando me preguntó si tenía novia simplemente le dije que no y me contestó que mejor, porque a la universidad se iba soltero, ¿para qué quedarse solo con un pez cuando allí se nos abría un inmenso océano de posibilidades? Se notaba que nunca había estado enamorado porque, de haber sido así, se hubiese dado cuenta de que cuando el amor de tu vida se cruza en tu camino, el resto del mundo, ya sean peces, mares u océanos, dejan de existir para ver solamente a través de sus ojos.

  El piso estaba hasta la bandera de gente, había invitado a amigos suyos para presentármelos y a un grupo de chicas de la facultad, quería que me fuese integrando en la vida universitaria y las chicas, pues porque intuía que me vendría bien una distracción. 

   Fue la primera vez que bebí sin conocimiento, el alcohol nunca me había gustado demasiado, exceptuando alguna cerveza que tomaba solo cuando estaba con la familia, pero sin abusar, ya que no me agradaba perder el control de mis actos. 

  Familia, eso me recordaba a ella, de todas las chicas de las que podría haberme enamorado tuve que elegir a la única que siempre iba a formar parte de mi vida, quisiera o no. Tomé otro whisky a ver si el alcohol me fundía las neuronas y dejaba ya de pensar. Se me acercó una chica, su pelo era largo y de color castaño claro, me recordaba a la preciosa melena que hasta, hacía casi un año, había lucido mi Yai. 

     ¡Pues sí qué empezaba bien la noche!

   —Hola ¿tomas algo? Por cierto, mi nombre es Laura.

  —Leo. Otro de estos — contesté alzando mi vaso medio lleno aún, para inmediatamente bebérmelo de un trago. 

  Empezaba a temer que iba a necesitar muchos para achicharrar a todas mis neuronas.  

—Leo y Lau, suena bien ¿no? Quizás es una señal... — Dijo con un tono que pretendía ser seductor.

  —¡Ajá! — respondí agitando el vaso vacío. 

  Había otro nombre que sonaba mejor en esa frase, de hecho, era el único que encajaba en ella y no iba a permitir que nadie pretendiese suplantarlo, por mucho que yo quisiera borrarlo a base de copazos en aquel momento.

   —Este es mi primer año, vine con una amiga que está en segundo. ¿Cual es tu historia, Leo? — preguntó cuando me acercó otro whisky.

  —Empiezo derecho este año— contesté de forma autómata con la mirada perdida en el licor.

  —¿Derecho? ¡Cómo yo! ¡Vamos a compartir clases! Esto tiene que ser cosa del destino... ¡Leo y Lau descubren juntos la universidad! — dijo con una emoción casi pueril y muy forzada.

   —No vuelvas a repetir eso, por favor— la interrumpí clavándole los ojos. —Nuestros nombres de esa forma— aclaré cuando vi su cara de circunstancia.

   —Perdona, estoy un poco nerviosa, soy nueva en esto y a veces actúo sin pensar— se disculpó mientras me acariciaba el brazo.

  Su tacto me quemaba, no era un calor envolvente y acogedor como el que Yai me proporcionaba, que me llevaba a necesitar más conexión hasta que ninguna parte mi anatomía se sintiese desnuda por la falta de su roce. Este era un ardor que me picaba, un contacto abrasador que mi piel pedía a gritos que alejasen de ella.

  La noche y las copas se sucedieron, no sé a qué hora quedé dormido medio tirado encima de mi cama, sí fui más consciente del dolor de cabeza a la tarde siguiente, cuando conseguí volver al mundo de los vivos. En cuanto logré levantarme, sin que todo diese vueltas, salí al salón, en donde todavía quedaban los restos de la fiesta. 

   —No vuelvo a beber— dije a Tony mientras sujetaba mi cabeza para que no explotara.

   —Jajaja, eso decimos todos pero siempre caemos de nuevo. La pillaste gorda, lo que me costó llevarte hasta la habitación.

   —¿Me llevaste tú? ¡Joder, no me acuerdo de nada! — pregunté mientras intentaba hacer memoria de lo sucedido.

   —Sí tío, estabas muy pasado ya. Laura, la amiga de Amalia no paraba de meterte ficha y tú no te enterabas de nada. Sí que ibas ciego, colega— me informó.

   Agradecí que mi sistema hubiese seguido funcionando a pesar de que su parte racional estuviese anulada. Tenía algún recuerdo de aquella chica, era simpática, quizás un poco sobreactuada, pero parecía buena tía, por lo menos no había salido corriendo ante mi indiferente comportamiento. No obstante, sí tenía presente lo incómodo que me hizo sentir el roce de sus manos.

  Cuando mi cerebro volvió a tener la capacidad para funcionar decidí que el alcohol no era la solución para olvidar, resultaba durante unas horas pero, luego, la resaca duraba días en los que te rayabas más todavía y no lo compensaba. Recibir un mensaje de Yai en el que me suplicaba que cuando estuviese más tranquilo hablásemos, tampoco es que ayudase mucho a la causa. 
  
   Nunca contesté a ese mensaje porque, la palabra tranquilidad, ya no se ajustaba a ninguna descripción que incluyese a mi persona.

   Así determiné poner fin a lo que podría empezar a ser una espiral de dolor y autodestrucción. Me inscribí en una academia para preparar la oposición, era consciente de que aún me quedaban cuatro años de carrera por delante y no los descuidaría, pero, centrarme en mi otra pasión ayudaría a sobrellevar la pérdida que sentía, a parte que, el horario de clases, que era los sábados, era la excusa perfecta para no tener que ir a casa los fines de semana y, así, poder evitarla.

  Con respecto a Tony, desde que comenzó el curso impuse la regla de hacer fiestas en el piso solo los miércoles, él tendría los jueves tiempo suficiente para curar la resaca antes de volver a casa el fin de semana y yo podría encauzar mi futuro sin distracciones innecesarias. Pocas veces me uní a ellas, como dije, intenté centrarme en estudiar todo lo posible, si mis notas se resentían mis padres me obligarían a dejar la academia de lado hasta que no terminase la carrera y, en ese momento, era el único bastón que sostenía mi funesta vida. No obstante, alguna vez sí salí a tomar algo con ellos, pero moderadamente, de vez en cuando había que aflojar, y socializar era otra buena manera de intentar sobrevivir cuando el motivo de tu existencia ya no estaba presente.

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora