La semana pasó volando, hicimos de todo, por el día dábamos largos paseos cogidos de la mano y practicamos la gran variedad deportes que teníamos a nuestra disposición. Era agradable poder actuar como pareja sin tener que andar disimulando delante de nadie. Fui consciente de que llamábamos la atención, tan altos, atléticos, guapos —bueno él sí lo era, la impresión que tenía de mí misma se ajustaba más a normalita de nivel bajo— y, sobre todo, enamorados, no escapábamos a la percepción del ojo humano.
Cada vez que Leo se quitaba la camiseta, ya fuese en la piscina o para realizar alguna actividad, se podía apreciar como el sector femenino del lugar giraba el cuello en masa para comérselo con los ojos —chicas, se siente, pero yo llegué primero...—
Lo mejor de todo era despertarnos desnudos, abrazados después de una noche llena de amor y pasión, en solo unos días nos habíamos convertido en expertos en la materia, no tenía límites porque con él estaba segura, me podía entregar completamente ya que sabía que cuidaría de mí mejor que yo misma.
A veces me asustaba lo bien que me conocía, se adelantaba a todas mis emociones, se dedicaba completamente y me animaba en el momento exacto que sabía que me haría llegar al clímax, quería que disfrutara y se preocupaba mucho de que lo hiciese, cuando me alentaba a ello me dejaba llevar por todo el cúmulo de emociones para rendirme a él y explosionar repetidas veces.
Me resultó curioso descubrir los orgasmos múltiples cuando, desde aquella fatídica primera vez —en la que no sentí nada— había estado convencida de que era frígida. Dicen que el epicentro de esa sensación tan placentera se localiza en el cerebro, yo creo que está en la persona que te lo provoca, porque nadie podría estimularme como él y yo no podría abandonarme a los deseos de otro que no fuese Leo.
Me costaba creer que yo era la primera chica con la que estaba, parecía que llevaba toda la vida haciéndolo, transmitía una seguridad que te envolvía para rendirte a su hacer. Me dolía que en mi caso él no lo hubiese sido, querría haberle hecho el mismo regalo que me hizo a mí, como tenía un recuerdo muy borroso de lo que había sucedido meses atrás me persuadió para que pensase que sí lo había sido:
—Porque conmigo fue la primera vez que hiciste y sentiste el amor y eso es algo solo nuestro que recordaremos durante el resto de nuestras vidas— dijo una noche mientras lo hablábamos tras una sesión de entrega mutua.
¿Se podría ser más generoso? ¿Cómo no podría amarlo?
En parte llevaba razón, con él fue la primera vez que hice el amor, que lo disfruté y que me dejé llevar completamente por el deseo carnal. Solo cambiaría de su discurso la palabra recordar, porque, lo que realmente esperaba era repetirlo durante el resto de nuestras vidas.
Como decía, la estancia en el paraíso llegaba a su fin, aunque tenía ganas de volver a ver a nuestra familia, no podía evitar la pena que me producía el tener que actuar delante de ellos como si siguiéramos siendo los mismos chicos que habían compartido chupetes.
Esa vez vino a recogernos mi padre que acababa de empezar sus vacaciones.
—¡Parece que habéis madurado de repente, qué mayores os veo! — Dijo en cuanto nos vio.
Tenía gracia que lo dijese él porque, por su trabajo, era precisamente el que más tiempo pasaba sin vernos de los cuatro.
—Hola papi, a ti también te salió otra cana— me burlé de él.
— Ven aquí princesa, aunque te hayas convertido en toda una mujer me seguirás dando abrazos ¿no? — Ironizó y me apretó hasta casi asfixiarme.
Leo extendió su mano queriendo repetir la misma jugada que había hecho con Tomás.
— ¡Qué mano! ¡Eso le colará al bombero de tu padre, ven aquí chaval y dale un abrazo al tito Jorge! — Tiró de él hasta rodearlo y darle un buen apretón.
Se me saltaron las lagrimas de tanto reírme.
El viaje se nos hizo muy ameno mientras le relatábamos todo lo que habíamos hecho esa semana, por el día, claro. Mi padre junto con Tomás fueron los que nos había inculcado, en mayor medida, la pasión por el deporte, parecía disfrutar mientras le contábamos lo bien que lo habíamos pasado haciendo rafting y las risas que se había echado Leo todas y cada una de las veces que me caí de la tabla de surf...
—Te lo digo de verdad Jorge ¡se le da peor que bailar! Si estudiamos a fondo ese deporte a lo mejor descubrimos el origen de su problema arrítmico.— Explicó Leo.
— Ja, ja, ja, tranquilo, que ya descubriré tu debilidad y te atacaré con ella— repliqué mientras intentaba mirarlo con los ojos entrecerrados y no sonreír.
—¿Aún no la conoces? — Contestó girándose desde el asiento delantero y levantando una ceja sin que mi padre lo viese.
—Lo que yo decía.... habéis crecido ¡Si ya parecéis un matrimonio de abuelitos que se pican entre sí para pasar el rato! — Dijo papá riéndose a carcajadas. — Chicos, nunca dejéis de ser así— continuó.
Hasta esa última época en la que Leo había cuidado y mimado tanto mi bienestar, nuestro gran pasatiempo siempre había sido chincharnos infinitamente, así que no entendía cómo se sorprendía tanto. Imaginaba que, en parte, se alegraba de que las cosas volviesen a ser como antaño....
Si él supiera.... Ya nada podría volver a ser como antes, porque era en ese momento cuando mi vida había conocido el verdadero sentido de vivirla.
Ya en casa volvimos a repetir todas las anécdotas del viaje durante la cena que había organizado mi madre para todos. Nos anunciaron que habían alquilado una casa en Alicante e iríamos todos una semana de vacaciones, últimamente todo eran sorpresas y, mi yo negativo, no podía evitar pensar que algo muy malo vendría luego para contrarrestar tanta buena fortuna.
Esa noche dormí sola, lo correcto sería decir que me acosté en la cama sola, porque me estaba costando horrores dialogar con Morfeo, mi mente estaba en esa misma habitación de la casa de al lado. Me faltaban sus fuertes brazos para protegerme y su pecho, que hacía las veces de almohada, con el sonido del latido de su corazón de fondo funcionando a modo de canción de cuna. Me estaba preguntando si a él le pasaría lo mismo cuando, desde mi mesita de noche, se escuchó el sonido del Skype de mi teléfono con una videollamada entrante.
—Estaba seguro de que no podrías dormir— dijo desde su cama.... ¡Lo qué hubiese dado por estar allí!
—¿Cómo lo sabías? — respondí sin poder evitar que se me cayese la baba ¡el muy bribón estaba sin camiseta!
—Porque a mí me sucede lo mismo. Venga princesa cierra los ojos que yo velaré tus sueños. No pienso colgar hasta asegurarme de que duermes tranquila y plácidamente.
—Te quiero mi arbolito — respondí totalmente enamorada.
—Te quiero arilita.
Leo, como siempre, adelantándose para cubrir mis necesidades, tan comprensivo y detallista, ni en mis mejores sueños hubiese imaginado encontrar a alguien que cuidase de mí tanto como lo hacía él. Finalmente me dormí sabiendo que al otro lado estaba él asegurándose de que todo estaba bien, con esa agradable sensación de que nada malo podría sucederme.
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Los colores del arcoíris©
RomanceYaiza es luz y color, ha crecido en un entorno idílico que reúne todos los elementos necesarios para ser feliz; sus cariñosos padres, unos vecinos que la adoran y en donde, sobre todo, está Leo. Lo ocurrido en el primer año de instituto hará tambale...