9-Yaiza

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  Cuando Leo vio mis brazos el miedo me paralizó. Estaba conmocionada y no era capaz de articular palabra, solo negaba con la cabeza, negaba la situación, negaba lo ocurrido y me negaba a mí. Me sentía abochornada, humillada y yo era la única responsable.

  Le escuché decir algo sobre Dani, se creía que había sido él y tampoco podía permitir que le echase la culpa. Vale que era un chulo engreído, lo supe desde el segundo día en el que lo vi, pero no era justo que cargase con algo que no había hecho y más siendo una acusación tan grave. Los dos guantazos sí se los tenía merecidos, aunque por otros motivos, sin embargo esos no me tocarían a mi decidirlos, ya se encargaría la propia vida de hacerlo.  Mientras estuve con él yo bien sabía donde me metía, así que no me sentía con derecho de saldar nada. Durante el tiempo  que habíamos estado juntos y hasta que lo dejé, puse en práctica la que era mi nueva filosofía de vida, nada de emociones y así fue hasta en mi primera vez, simplemente no sentí, que era exactamente lo que deseaba comprobar cuando accedí a hacerlo.

  En parte nos habíamos utilizado mutuamente, él para exhibirme como a su nueva conquista y yo para ahuyentar a cualquier emoción que me hiciese vulnerable. Cuando me enteré de que iba alardeando por ahí del hecho de que me había arrebatado la virginidad, aunque se le olvidase el detalle de que también había sido su primera y precipitada vez, lo dejé. Luego fui a caminar para despejarme porque no sabía si tenía que compadecerme o cabrearme con él, abstracta en mis pensamientos me metí por un camino de zarzas y me caí. Así que técnicamente no había mentido, solo que las heridas de esa caída eran en las piernas y no en los brazos.

  Cuando Leo regresó venía cargado con todo tipo de vendas, sueros y pomadas, parecía un sanitario del ejército en plena batalla. Quitó las gasas que yo había puesto para no manchar el pijama y me limpió las heridas con suero, luego echó una pomada que según me dijo llevaba antibiótico y me las tapó. Aunque me estaba escociendo yo permanecía hierática, me gustaba la sensación que me daba conseguir evadirme del dolor, pena que solo lo lograse con el físico. Me dio un antiinflamatorio y un vaso de agua para tomarlo, si la carrera de derecho no le gustaba estaba claro que podía decantarse por medicina.

  Ya un poco más tranquila y al recordar como se había puesto cuando pensaba que Dani me había agredido, quise que no le quedase ninguna duda al respecto:

—Yo no dejaría que me pegasen, sabes que puedo defenderme bien— le dije.

—Lo sé, pero me da miedo que alguien o algo haya hecho que lo olvides— contestó.

—Es innato, si me viese en peligro mi técnica es buena, ejercería por sí misma. Es más, puedo asegurar que incluso es mejor que la tuya— ironicé para quitar un poco de hierro al asunto mientras le guiñaba un ojo.

—Seguro que sí...— sonrió —Esto ya está— refiriéndose a los brazos— habrá que seguir haciendo más curas para evitar que se infecte.

—Gracias por preocuparte y también por no decirle nada a mi madre— expresé con toda sinceridad.

—No me des las gracias, soy yo y juntos formamos un equipo, ¿recuerdas? Siempre nos hemos apoyado y ayudado. No quiero presionarte, sé que algo ha pasado y me doy cuenta de tu lucha interior, soy consciente de que no estuve a la altura y tendré que ganarme tu confianza de nuevo, pero cuando te sientas preparada seguiré aquí, te prometo que no me volveré a ir jamás.

—Pues deberías hacerlo, deberías irte— respondí bajando la mirada, sus palabras eran como flechas que me habían atravesado todas las corazas hasta llegar directas al corazón.

—¿Por qué?— preguntó.

—Por que tú haces que sienta y no puedo permitirlo. Este mundo no está hecho para eso.

—Pequeña, la vida está hecha para sentir. No quiero intimidarte. Vendré a curarte los brazos hasta que estén bien, no sacaremos más el tema a no ser que tú quieras hablar de ello, pero por favor ten en cuenta mis palabras, permíteme entrar de nuevo. Deja que vuelva nuestra Yai, concédete eso a ti misma— dijo en un tono tan cariñoso que sentí que me abrazaban el alma.

  En la misma mañana me había llamado dos veces pequeña y la palabra tenía un significado nuevo para mí, distinto a como venía sintiéndome meses atrás, en sus labios representaba cariño, protección, complicidad, ternura, abrigo....

  Empecé a notar cómo más murallas se derribaban en mi interior.

  Leo era mi Talón de Aquiles, eso lo tenía muy claro. Si existía alguien capaz de atravesar todas mis corazas era él, si había alguien al que no me perdonaría jamás hacer sufrir era, también, a él, por eso muchas de mis cicatrices llevaban su nombre puesto. Sabía que lo había pasado mal eximiendo su culpa mientras yo me desentendía, como los remordimientos me axfisiaban lo solucionaba de la única forma que me resultaba, sustituyendo el dolor emocional por el físico. Hacía tiempo que le había perdonado porque, en el fondo, sentía que no había nada que disculpar, si lo rehusaba era para evitar emociones, algo que con él cerca no lograba.

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora