32-Yaiza

86 24 36
                                    

  El último día que nos habíamos visto era consciente de que nuestro noviazgo no podía seguir por el mismo camino, las sesiones de terapia y todos los acontecimientos, me habían ayudado a entender que tenía una dependencia emocional de Leo que no me ayudaba a avanzar en mi recuperación, le había preguntado a Luis cuál era la solución y, su respuesta, fue que yo en el fondo ya la conocía, llevarla a cabo ya era cosa mía...

        ¡Pues sí que me servía de ayuda!

  Sabía que tenía que dar el paso de hablar con Leo sobre el ritmo y la intensidad de nuestra relación, eso era lo que debía hacer. Mi yo conformista me decía que lo dejase estar, yo era feliz ¿ por qué complicarme? Seguir viviendo en aquella burbuja disfrazada de eterna luna de miel, eso es lo que realmente quería hacer.

  Pero no podía engañarme pensando que rendirme a los hechos, sin enfrentarlos bajo la protección de Leo, me haría dichosa eternamente.
Me dolía en el alma, por nada del mundo deseaba que se molestase pensando que rechazaba su abrigo después de todo lo que había hecho por mí, pero sí necesitaba que empezase a soltarme un poco y a bajar la vehemencia de su tutela, tenía que enfrentarme por mí misma a las situaciones que me hacían vulnerable, sino, jamás saldría del pozo donde todavía seguía metida y, con el inicio del curso a la vuelta de la esquina, esa realidad cada día estaba más cerca.

  Cuando me propuso sacrificar un año de su vida, para no dejarme sola, me di cuenta de que mi plan inicial de pedirle un poco de espacio sería insuficiente. No quería abandonarlo, lo necesitaba en mi vida ya que desde siempre había formado parte de ella para, más tarde, convertirse en el timón que la guiaba, pero tendríamos que hacer un parón como pareja, dejarnos ir para luego volver a buscarnos cuando fuésemos una versión mejorada de nosotros mismos. Lo que jamás imaginé es que perdería también su amistad, que se rompería la simbiosis Leo & Yai, que la razón de mi existencia se marcharía para no volver. En definitiva, nunca pensé que esa decisión me llevase a quedarme sola y sentirme totalmente vacía.

  O conmigo o sin mí, o todo o nada, pero no voy a actuar a medias contigo. Si no podemos estar juntos prefiero olvidarte.

  Mi mente no paraba de reproducir sus palabras, mi cabeza era un plato y mi cerebro el disco que repetía, en bucle, esa frase que era la verdadera encarnación del dolor.

  En un intento desesperado de parar el tornado que amenazaba con arrasar mi sistema le pedí ayuda, a él, ¡cómo no! En un pricipio le escribí rogándole hablar cuando estuviese más tranquilo, quería retirar todas y cada unas de mis palabras, de hecho, mi intención era ignorar que esa tarde llegó a ocurrir, borrarla de cualquier grabación que hubiese en nuestros recuerdos, pero no contestó. Cuando los primeros movimientos del tifón empezaron a registrarse en mi organismo lo llamé, no hubo tono, entendí que me había bloqueado y que se había ido de verdad. Durante varios fines de semana esperé sin éxito su regreso a casa, supe entonces que estaba cumpliendo su palabra de olvidarme y fue, en ese momento, cuando el ojo del huracán empezó a absorberme por completo.

  Volvieron las parcas palabras, los largos encierros en la habitación, la sensación de ahogo y la falta de oxígeno. Resurgió el miedo y todos los monstruos internos que lo alimentaban. La pena, con más intensidad que nunca, esa vez acompañada de un desgarro en el alma que jamás hubiese querido experimentar.

  Descubrí entonces que solo había un dolor más grande que alejar de ti al amor de tu vida; el que sientes una vez que lo has conseguido.

  Aprecié los millones de tonalidades que pueden llegar a configurar el color negro, a cada segundo que pasaba se instalaba una más oscura en mí. No había solución, no había vuelta atrás, todo estaba perdido ¿Por qué vivir si ya no tienes motivos para hacerlo? ¿A qué agarrarte cuando tu único salvavidas se hundió contigo en lo más profundo de un mar embravecido?

Mas cuando mi cuerpo intentaba retener las últimas moléculas de oxígeno que le permitirían seguir con vida, un chasquido en el cerebro obligó a mis piernas a coger impulso para salir a flote de la profundidad del océano en el que se encontraba.

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora