38-Yaiza

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  No había podido evitar dormirme mientras lo esperaba, su aroma me envolvía de tal manera que navegué en un mar de calma respirando la paz que hacía tiempo que no encontraba. Cuando abrí los ojos y lo vi mirándome de aquella manera, creí estar entrevistándome con el mismísimo San Pedro para mi ingreso en el cielo.

  Habíamos tenido sexo ¿a quién pretendo engañar? aquello era amor puro por mucho que pretendiésemos disfrazarlo de amistad. Había sido espectacular, incorporamos a la pasión que nos teníamos toda la culpa y frustración contenida a lo largo de aquellos meses, hasta conseguir vivir un cóctel de sensaciones que nuestros cuerpos recordarían durante días. ¿Arrepentida? para nada, era consciente de que quería sentirlo dentro de mí por el resto de mi vida, pero, cuando me invitó a quedarme a dormir, el Pepito Grillo que habitaba en mi conciencia me advirtió de que si aceptaba podría causar un conflicto en nuestros sentimientos demasiado pronto, así que, muy a mi pesar, me armé de valor y crucé sola a mi casa, afianzando así mi independencia.

   El día de Fin de Año nuestros jardines se convertían en autopistas donde el tránsito de ollas y cacharros era continuo, aunque siempre se celebraba en casa de los Aranda por ser el cumpleaños de Leo, todos contribuíamos a preparar la cena. Cada vez que entraba en su casa cargada, o él venía a la mía a por algo, notábamos las sonrisitas y cuchicheos de nuestros padres, miedo me daba lo que estarían pensando. Bien entrada la tarde, tocaba pasar por chapa y pintura a cargo de mi madre, para estar lista antes de ir a cenar, ya que, justo a continuación, tenía la fiesta y no quería perder más tiempo que el que tardase en cambiarme de ropa. Mamá se había puesto muy pesada con el tema del vestido, si más que a una fiesta de instituto parecía que iba a desfilar por la alfombra roja, yo hubiese elegido uno más sencillo y, añadiendo un poco de colorete en las mejillas, sería suficiente, pero a la mujer le hacía ilusión porque decía que era lo más parecido a un baile de fin de curso que iba a vivir conmigo, así que me dejé hacer. Me puse en sus manos mientras me marcaba más las ondas del pelo, me pintó los labios de rojo y maquilló los ojos de una forma que resultaba muy natural pero a la vez aparentaban el doble de grandes y expresivos.

  Cruzamos de casa y estaban todos en la cocina ultimando detalles, cuando me vieron aparecer se quedaron con la boca abierta y, a Leo, casi se le cae la copa que tenía en la mano.

   —¡Estás preciosa! — se emocionó Rebeca conteniendo una lágrima que amenazaba con salir.

   — ¡Mi niña ya es toda una mujer! — dijo mi padre.

   —Immmpresionannnnte— consiguió articular Leo sin poder cerrar todavía la boca.

   —Pues esperad a ver el resultado final, cuando se ponga el vestido— presumió mi madre.

  Nos sentamos a cenar y las miradas eran continuas, no me hubiese hecho falta ni el colorete porque notaba como ardían mis mejillas. Las copas de cava corrían como la espuma, de seguir así no iba ser capaz de subirme a los tacones, llegó la hora de cantarle el cumpleaños y me alegró ver que él también se ponía como un tomate, no iba ser yo la única. Ya con las uvas en la mano, esperando la cuenta atrás, Tomás nos recordó que pidiésemos un deseo, por el rabillo del ojo miré hacia mi izquierda donde Leo estaba sentado y observé cómo él hacía lo mismo conmigo. Con el deseo en mente, todos nos comimos las uvas y al terminar comenzamos la ronda de besos y abrazos con la que todos los años nos felicitábamos. Cuando estábamos bebiendo para brindar por el nuevo año, Rebeca alzó su copa:

  —Por las vacaciones de este año y que sea yo la que elija destino.

  Tomás y mis padres empezaron a reírse y Leo a toser, tras atragantarse con el cava que estaba bebiendo. 

  —Sois todos muy raros— hice una panorámica entrecerrando los ojos para mirarlos a lo que obtuve, como respuesta, una carcajada grupal.

  Pasados unos minutos fui a mi casa a cambiarme, él me recogería allí en un rato para ir juntos a la fiesta, nuestros padres se iban a ir de cotillón a un hotel y no llegarían hasta la noche siguiente. Subí a mi habitación y me puse el largo vestido rojo que con tanto cariño me había comprado mi madre, la verdad es que era precioso, pero, para mi gusto, enseñaba más de la cuenta. Me subí a los tacones de ocho cm negros que también me regaló para la ocasión, a veces pensaba que no se daba cuenta de que su hija ya era lo suficientemente alta como para tener que añadir más elevación, menos mal que esa noche Leo sería mi acompañante y, a su lado, mi estatura no llamaba tanto la atención. Me cubrí con un abrigo y bajé al salón donde ya debería estar esperándome. En cuanto crucé la puerta noté como todas las miradas se me posaban encima y, la reacción que habían tenido al verme antes, casi se había quedado en una anécdota. Yo, por mi parte, solo tenía ojos para una persona, para él. Se había puesto un traje negro con la camisa del mismo tono y una corbata roja. El mismo color oscuro que tan malos recuerdos me traía, de repente, me parecía el más hermoso de la paleta cromática. El conjunto le quedaba como un guante para marcar su atlético y bien definido cuerpo y resaltar, más, sus pícaras facciones. Si no fuese por el hecho de que no estábamos solos me hubiese tirado a su cuello en el mismo momento en el que me miró y en su rostro se dibujó una enorme sonrisa.

   ¿Es posible enamorarse más de una vez de la misma persona? La respuesta es sí, a lo largo de mi vida descubriría esa sensación cada vez que lo viese.

   —Poneros aquí para sacaros una foto— nos instó Rebeca.

  —¿A qué parece que van al baile de fin de curso como en las películas? — Se emocionó mi madre.

  Nos miramos a la cara sin poder evitar reírnos, nuestras madres y sus cosas. Justo en ese momento sonó el flash de la cámara y, el resultado, quedó espectacular; nuestras miradas cruzándose para hablar, sin palabras, mientras en los labios se esbozaba la sonrisa más grande que eran capaces de perfilar. 

  La misma sonrisa que me volvía loca y, la única, que lograba activar todos mis sentidos a la vez.

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora