Cuando llegué a casa subí corriendo a cepillarme los dientes, lo hice con fuerza y saña, quería borrar cualquier rastro del beso que me había dado con la mismísima reencarnación de Satanás.
Mi madre estaba en casa, se estaba preparando para a ir a cenar con Susi, sesión de chicas lo llamaban, siempre que podían lo hacían, y básicamente era para ponerse al día sobre Yai y yo. Se extrañó al verme tan pronto.
—Hijo, ¿ya llegaste? Pensé que te ibas a quedar más tiempo, ¿pasó algo? — Preguntó mientras ojeaba su móvil.
— Vine a recoger algo pero volveré a marchar...— No respondí directamente a su pregunta porque no quería mentirle.
—Ya veo que Yaiza también ha llegado, no vuelvas muy tarde entonces.
—¿Cómo sabes que Yai ya llegó?
¿Ya estaba en casa, no se había quedado con Manu?
—Susi me ha escrito que se va a retrasar porque tiene que hablar con ella, luego me lo contará. Menos mal porque iba muy mal de tiempo.
Salí al patio trasero, necesitaba aire para respirar, tenía que calmarme y ordenar mis ideas antes de hablar con ella. Me senté apoyado tras el pequeño muro que todavía se conservaba entre nuestros jardines y escuché la conversación. Yo tampoco sabía la historia de porqué Yaiza se llamaba así, ni de cómo sus padres se vinieron a vivir aquí. Siempre me extrañó que se hubiesen mudado desde Guadalajara cuando Jorge tenía allí su trabajo, cierto es que él trabajaba los días seguidos juntando así los libres y luego se iba a casa una semana entera. Pero como tenerlos de vecinos fue lo mejor que nos había pasado, tampoco pregunté.
Oía los sollozos de Yai, tenía que estar destrozada en ese momento escuchando el doloroso relato de su madre, me entristeció mucho pensar por todo lo que habían pasado Susi y Jorge, tuvo que ser muy duro, no quería ni imaginar lo que estaría sintiendo su propia hija, y más si le sumábamos todo el debacle interno que estaba viviendo sin que ninguno fuésemos conscientes.
Lágrimas silenciosas cayeron en cascada por mis mejillas mientras estaba ausente en mis pensamientos, hasta que unos gritos desgarradores me devolvieron a la realidad. Era Yai, de su garganta salían llantos de rabia como si de ese modo pudiese vomitarla. Susi y mi madre ya se habían ido, me necesitaba, no podía permitir que se sintiese sola, si tenía que romperse que lo hiciese, pero en mi pecho, al resguardo de mi abrazo. Me levanté, sequé mis lágrimas de un manotazo y caminé en silencio hasta ella, me senté detrás y la rodeé con las piernas y los brazos.
El coraje le salía directamente del alma quebrada, con cada chillido notaba como le costaba respirar, la abracé por la espalda y la atraje hacia mí besándole la cabeza.
—Échalo todo fuera— susurré.
No sé cuánto tiempo transcurrió mientras seguía gritando hasta que se quedó sin voz, me partía el alma verla en ese estado, pero sabía que era necesario, tenía que sacar todo lo que tenía dentro, debía derrumbarse para luego poder recomponerse.
—He decepcionado a mamá — dijo finalmente entre sollozos.
Seguía con la espalda y la cabeza recostada en mi pecho.
—Tú le has devuelto la vida— repetí las palabras de Susi.
—Te he alejado de mí— parecía hablar sola.
—Estoy aquí y no me voy a ir a ninguna parte — aseguré en un tono muy suave.
Con cuidado la giré ligeramente, hasta sentarla de lado para apoyar su cara en el hueco de mi cuello, para que de esa forma fuese consciente de mi presencia.
La abracé de nuevo, deseaba cubrirla entera para que ni el mismísimo aire la rozase, no iba a permitir que nada ni nadie le hiciese el más mínimo daño. La tenía protegida entre mis brazos en el momento en que una caricia a la altura de las costillas la sacudió, retrocedí la cabeza para mirarla a los ojos y volví a ver en ellos la misma expresión de terror de un par de meses atrás.
Fue entonces cuando todas mis alarmas saltaron.
Subí su camiseta, esa vez no me lo impidió, solo agachó la cabeza, y en ese instante se apareció ante mis ojos la viva representación del horror.
Tenía los costados rojos, llenos de sangre y de cortes, los había muy profundos, algunos estaban supurando. Mi cabeza empezó a cavilar a mil por hora y una imagen cogió fuerza, quería equivocarme, porque de ser verdad lo que estaba pensando, el problema era realmente grave.
—No te has caído— afirmé.
Ella negó con la cabeza corroborándolo.
—Nadie te lo hizo — aseguré.
Agachó más la cabeza confirmándolo de nuevo.
Mi niña, ¿qué te habías hecho?
No quería tener razón, por un momento hubiese deseado tener un culpable para poder partirle la cara y desquitarme. Pero la horrible realidad era otra, así que tuve que reaccionar rápido. Con una mano en su barbilla alcé suavemente su cara para que me mirase a los ojos, temblaba aterrada. Con mimo volví a colocar su mejilla donde estaba mientras se la acariciaba, entonces empezó a sollozar.
—Shhh, tranquila todo saldrá bien, no voy a permitir que te pase nada. — Susurré mientras la acunaba en mis brazos.
No recuerdo cuánto tiempo seguí meciéndola, a la vez que le besaba la frente, hasta que conseguí sosegarla.
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Los colores del arcoíris©
Roman d'amourYaiza es luz y color, ha crecido en un entorno idílico que reúne todos los elementos necesarios para ser feliz; sus cariñosos padres, unos vecinos que la adoran y en donde, sobre todo, está Leo. Lo ocurrido en el primer año de instituto hará tambale...