48-Yaiza

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  Martina y yo habíamos cogido el piso en la calle paralela a la que vivía Leo, quedando así todos complacidos con la decisión, tras el cambio de planes que supuso mi idea de no hacerlo juntos. Les había dicho que quería vivir la experiencia con ella sin querer entrar en los detalles emocionales que supondría hacerlo con Leo; sentía que toda mi vida había girado en torno a él y, aunque estaba encantada con esa idea, una parte de mí también deseaba probarse a sí misma, pero teniéndolo cerca a la vez. 

  La imagen del chico que había visto aquel día en la playa no dejaba de atormentarme, al cruzarme con él había sentido un gran pesar al apreciar como estaba lidiando con una gran pena, lo envolvía un aura triste y algo me decía que era el resultado de una gran pérdida. Estaba escribiendo mientras miraba al horizonte, parecía querer hablar sobre sus sentimientos al mar y esperar su respuesta a través del sonido de las olas al romper. Aunque no llegué a verle la cara, sabía que tras esa gorra se escondían unos ojos inundados de lágrimas, por un breve instante mi imaginación ebocó la imagen de Leo, por su complexión bien podría haberlo sido y, eso, me partió el alma. Fui entonces consciente de que él, mi alma gemela, también sufría por mi forma de actuar y, aunque mi intención jamás había sido dañarlo, inevitablemente mis decisiones le afectaban, aunque bajo su eterna comprensión no lo pareciese. Tenía que trabajar en eso y buscar una solución, me juré a mi misma que ese chico jamás iba a ser Leo.

  El piso tenía dos habitaciones, yo me quedé la más grande ya que tenía que instalar una gran mesa de dibujo en ella, al entrar había un recibidor en la que se abrían tres puertas: la cocina, el salón y el pasillo que llevaba a las habitaciones y el baño. Toda la familia ayudó con la mudanza, estaban encantados con Martina y, no era para menos, era una gran amiga y empezaban a percatarse de ello. Leo, como ya había adelantado, le rogó que me cuidase, a parte le grabó su número de teléfono, también lo dejó escrito en la nevera por si algún día se quedaba sin batería además de pedirle que, ante cualquier problema, le llamase, sin importar la hora, y en dos minutos se presentaba en casa. La pobre se quedó hasta cortada, menuda responsabilidad le estaba echando encima, cuando mi padre se empezó a reír por la situación —y es que no era para menos, parecían haberse invertido los papeles— el ambiente se relajó un poco, aunque luego Leo gesticuló las palabras  a cualquier hora, mientras se llevaba el teléfono a la oreja haciéndonos estallar, en carcajadas, al resto del grupo.

  Días después, Tony, en su línea, organizó una fiesta de bienvenida en el piso de ellos. Me alegró volver a ver a todos los amigos de Leo, bueno, a todos excepto a una. Me felicitaron por haberme matriculado en lo que quería y también porque habían visto mi hazaña en el periódico.

—Os dije que iba a entrar por la puerta grande. — Comentó orgulloso Leo.

—En el instituto es ya toda una leyenda. — Continuó Martina.

—Aquí estamos en la universidad y esto es otra liga, atrás quedaron los jueguecitos de niñatos de instituto, cuanto antes lo aprendáis, mejor. — Apostilló soberbiamente el grano en el culo, digo, Laura.

—Y será otra liga de la que salga vencedora, porque... hay gente que nació para ganar y otras para ver como es ella la que triunfa. — Respondió Martina.

     ¡Ole mi niña!

—Me gusta esta chica, pisa fuerte. Laura ¡Menudo bofetón sin mano que te ha dado la morena! Ja, ja, ja. — Se rio Tony.

—Por mi amiga, sí. — Afirmó Martina.

  Siguieron comentando como habían sido sus vacaciones cuando, Leo, se levantó para traerme otra cerveza y vi como Martina lo seguía.

—Perdóname, en su día vi como la humillaban y no tuve el coraje suficiente para hacer nada por ella, esa espinita la llevaré clavada el resto de mi vida, así que siento haber sido una borde con tu amiga, pero, no voy a permitir que algo así ocurra de nuevo. — Oí como, una vez apartados del resto, hablaban.

—No lo sientas, Laura no es mala chica, pero a veces necesita que alguien le calle la boca. Si se trata de Yai, recuerda que para mí no existen los límites, yo también tenía la escopeta cargada para contestar, pero te me adelantaste.— Contestó Leo— Me alegro mucho de la decisión de iros a vivir juntas, sé que vais a estar bien..... Pero, por si acaso, memoriza mi número.— Continuó mientras le guiñaba un ojo al final de su intervención.

  Esos dos estaban tan concentrados, que no se daban cuenta de que yo estaba detrás y oyéndolo todo.

—Hola, estoy aquí y siento deciros que también tengo boca para defenderme, solo que, las energías, me las reservo para quien realmente merece la pena. De todos modos muchas gracias, os quiero muchísimo y no sabéis lo feliz que me hace teneros a los dos cerca.— Reconocí totalmente emocionada.

—¡Abrazo a tres! — Gritó Martina abriendo los brazos para acogernos.

—Si ven esto las super-suegris ya te veo comprando el primer billete a Rusia. —Bromeó Leo mientras apretaba su agarre sobre nosotras, para luego depositar un beso, con suma ternura, en mi mejilla y, por cuestión de altura, otro en la cabeza de Martina.

  Más tarde, ya en casa, —no habíamos podido evitar que nuestro escolta particular nos acompañase y entrase primero para controlar que estaba todo bien— mi amiga y yo estuvimos un buen rato hablando y comentando la noche.

—Que mal me ha caído la Laura esa, no sé que se cree. — Opinó.

—Únete al club, yo la llamo grano en el culo mientras la asesino, muy lentamente, en mis sueños. Es broma, bueno, lo de grano en el culo, no. — Reí. — Le gusta Leo e imagino que cualquier fémina que se le acerque es una rival a derribar. He aprendido que lo mejor es pasar de ella, cuanto menos protagonismo se le dé es mejor. 

—Yaiza, él te quiere muchísimo. — Apreció Martina.

—Lo sé y a veces me frustra mucho no poder corresponderle, no me malinterpretes, lo quiero tanto como él a mí, pero pretendo ser y sentirme más fuerte antes de dar un paso más, no veo justo que tenga que estar más pendiente de mí que de él mismo. Una relación tiene que ser con responsabilidades a partes iguales, no me gusta que caiga ese peso solo en sus hombros. — Reconocí.

—Lo que dices es muy generoso, pero también peligroso, porque uno puede llegar a cansarse de esperar. — Explicó.  — Aunque no tienes que preocuparte por eso, lo vuestro sí es amor de verdad y estoy segura de que será para siempre. —Aclaró cuando notó el desánimo que sus anteriores palabras me habían producido.

—Gracias, eso espero.— Contesté de forma casi automática. —Bueno dejemos de hablar de mí ¿qué te ha parecido Tony? —  Pregunté queriendo cambiar de tema.

  Tampoco me habían pasado desapercibidas las miradas de fascinación que, el juerguista del compañero de Leo, le había procesado durante toda la noche.

—Muy mono, pero no busco nada serio, tras lo de Damián quiero pasármelo bien, sin compromisos ni ataduras de ningún tipo. — Miedo me daba, al final iba a darle la razón a mi morenazo.

           ¡Estaba desenfrenada!

—Pues brindemos por ello. — Alcé mi cerveza.

—Mejor brindemos por nosotras. — Corrigió.

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora