36-Yaiza

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    El último día de clase, antes de las vacaciones de Navidad, había quedado con mis nuevos amigos para tomar algo, ya que no nos veríamos hasta Fin de Año que teníamos una fiesta. Al terminar la jornada estuvimos un buen rato charlando en la cafetería que estaba al lado del instituto, sacando conclusiones de lo que llevábamos de curso y bromeando entre nosotros. Al salir iba contándole a Martina lo que me aguardaba esa semana en Guadalajara cuando me dijo que Leo estaba esperándome, le contesté que eso era imposible que estaría confundida, sostuvo su percepción afirmando que él era inconfundible, ya que era toda una leyenda en el lugar. Para sacarla de su empecinamiento miré hacia donde lo hacía ella y entonces lo vi. No me acuerdo ni cómo me despedí porque en ese instante se me paralizaron todos los sentidos, creo recordar que hice el amago de alzar el brazo para tocarla cuando me dio un beso antes de marchar. Mi mirada seguía fija en el mismo punto, sin querer pestañear, por miedo a que al hacerlo descubriese que todo era una ilusión, lo nombré deseando que de esa forma se hiciese real, no fui consciente de que lo era hasta que me estrechó entre sus brazos y volví a sentir su protección. Una bomba de emociones amenazaba con estallar, pero, esa vez logré encauzarlas para disfrutar del momento mágico que estaba viviendo.

  Estaba muy cambiado, se había cortado el pelo, lo llevaba más rapado a los lados, atrás habían quedado sus mechones indomables que tanto me gustaba tener entre mis dedos,  pero ese look le quedaba muy bien, resaltaba más esa sonrisa seductora que lo caracterizaba y que a mí me volvía loca, le hacía parecer mucho más maduro, más hombre. Él también se había volcado en el deporte entrenándose, su cuerpo era un fiel reflejo de ello, estaba mucho más atlético y definido. Nos besamos, necesitaba ese beso más que el respirar, en ese momento no quise plantearme si sería o no un error, solo me dejé guiar por mi instinto y volví a probar el sabor de los labios que insuflaban vida en mi organismo. 

    Como él dijo fue como regresar a casa.

      Por lo que me contó luego, se había apuntado a una academia para ir preparando la oposición y esa era la razón de su ausencia los fines de semana, ambos sabíamos que no era solamente por eso, pero, imagino que no quería romper ese maravilloso momento ni hacerme daño. Me sorprendí cuando me afirmó que nuestros padres supieron de nuestra relación desde el principio, fue mi propia madre quien se lo había confesado aquella misma mañana y que, en contra de lo que yo siempre había pensado, a todos les encantaba la idea. Le puse al día con respecto a mis avances sociales, sorprendido me hizo saber lo orgulloso que estaba de mí.

   No hubo reproches ni malas palabras por ninguna de las dos partes, sí expresamos y sentimos lo mucho que nos habíamos echado de menos bajo la promesa de no volver a permitir que sucediese algo así. 

  Me aseguró que iba a esperar lo que hiciese falta hasta que me sintiera preparada. Por un lado quería decirle que ya había pasado el tiempo suficiente, que retomásemos lo nuestro ¿para qué aguardar más? quería volver a vivir bajo su embrujo, pero, mi parte racional me traicionó recordándome que no podía ser tan egoísta de darle las migajas de lo que yo podría llegar a ser, se merecía tener lo mejor de mí y aún no había conseguido sacarlo, tendría que seguir trabajando para alcanzar mi mejor versión antes de entregarme a él. 

   Cuando estábamos llegando a casa vimos como mi madre empezaba a cargar las maletas en el coche para pararse en seco con una sonrisa de oreja a oreja. Al vernos, le guiñó un ojo a Leo y le dijo:

  —Si por un par de horas casi me estrujas no quiero ni imaginarme la intensidad del abrazo que me tendrá que durar más de una semana.

  —Yo también me alegro de volver a verte tata, una pregunta ¿te extirparon alguna verruga, no sé, por ejemplo de la nariz? — Se mofó de ella.

  —Habláis raro— repliqué.

  Nos reímos todos, que bien sentaba volver a respirar armonía en el hogar. Leo se despidió de todos, cuando le tocó a mi padre estuvieron un buen rato abrazados hablando entre ellos, ya que no se habían visto desde hacía meses. Al llegar mi turno me pidió que lo avisase cuando llegáramos y que, si quería hablar, en cualquier momento, marcase su número, daba igual la hora que fuese.

   —Acuérdate entonces de desbloquearme— le contesté con ironía.

  —¡Auch!, vale, me la merezco— dijo llevando su mano al corazón de una forma muy teatral. —Ahora en serio, pásalo bien y disfruta mucho. Cuando te acuerdes de mí o si necesitas hablar con alguien, llámame. Me da miedo agobiarte si soy yo el que toma la iniciativa, pero créeme que si por mi fuese no despegarías el móvil de la oreja hasta tu regreso— confesó mientras me acogía entre sus brazos.

   El camino se me hizo muy ameno, mis padres iban hablando de lo cambiado que lo habían visto y yo me metía en su conversación para dar mi opinión, mi madre de vez en cuando me soltaba alguna ironía o me guiñaba el ojo, no hablamos de sentimientos, pero estaba claro que todos estaban al tanto de ellos. Cuando llevábamos casi dos horas de viaje me llegó una notificación con una foto al teléfono, en ella, se veía a Leo sentado en la acera de delante de la puerta principal de mi casa y la acompañaban unas palabras:

                          《Esperaré el tiempo que haga falta, no lo olvides》

        Unos golpes en el pecho con forma de latido me advirtieron que mi corazón había resucitado. 

                       《No cesaré hasta encontrar mi mejor versión para vivirla contigo》— Contesté.

  Al llegar a casa de mis abuelos le llamé para que se quedase tranquilo, para mi sorpresa todavía seguía en la misma posición que cuando me había enviado la foto, me hizo prometer que iba a pasarlo bien y disfrutar antes de despedirnos y empezar con la ronda de saludos familiares.

  En Nochebuena recibí otro mensaje suyo felicitándome las fechas, donde me deseaba una vida plena en la que todos mis sueños se lograsen, yo hice lo propio felicitándolo a él y rectifiqué el suyo manifestando que para lograrlo solo necesitaba que se cumpliese uno. En esa semana lo llamé un par de veces, no quería parecer muy desesperada, y en parte, el ver a la familia tan poco me hizo estar muy solicitada por mis primos para salir sin parar.

  Convencí a mis padres para regresar la tarde anterior a lo previsto, quería empezar el día treinta y uno con Leo, ser la primera en felicitarlo por su mayoría de edad, así que, al contrario de lo que había pasado el año anterior, nos fuimos antes de tiempo del pueblo. Cuando llegamos a casa eran las nueve de la noche, tata me dijo que él había quedado con unos antiguos amigos del instituto pero que no tardaría en llegar, que lo esperase en su habitación si quería, ya que ellos saldrían a cenar con mis padres. 

   Subí a su cuarto, se me hizo extraño después de meses sin entrar en los que no me había sentido capaz de atravesar la puerta que abría su intimidad junto a tantos recuerdos. Su cama me dio cobijo, estaba impregnada de él, su esencia me envolvía para cubrirme como una manta cargada de armonía. En esa calma me quedé dormida, respirando una paz que hacía mucho que no sentía.

  

    


Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora