Ya había terminado los exámenes, habían sido los tres días más largos de mi vida y no por el motivo que pensáis, sino porque, en ese tiempo, no pude ir recoger a Yai a la salida del instituto. Se había convertido en un hábito que casi me hacía más falta a mí que a ella, sabiendo que yo estaba cerca, a nadie se le ocurriría increparla, necesitaba ver que salía bien y no le había ocurrido nada, que notase mi presencia y protección.
Los resultados todavía tardarían unos días en publicarse, aunque yo estaba tranquilo, había salido muy satisfecho de las pruebas. En ese momento le tocaba a ella el sprint final, esa última evaluación había empollado muchísimo, lo que hizo mejorar sus notas una barbaridad, pero aún le quedaban exámenes que yo le ayudaría a preparar. Estudiar juntos se había convertido en mi pasatiempo preferido, a veces la pillaba mirándome embobada y, aunque me causaba una ternura extrema difícil de reprender, la bajaba de nuevo a la tierra con la promesa de que cuando termináramos me dedicaría a ella por completo.
También había progresado en otros aspectos, volvía a practicar deporte, estaba más habladora y expresiva, además, había rescatado sus lápices para dibujar, esos que habían estado meses guardados en el fondo de un armario. En definitiva, se empezaba a notar los beneficios que iba recogiendo de la terapia, aunque, todavía no acababa de superar algo; las inseguridades, se había convertido en un foco constante de preocupaciones, lo que era algo relativamente nuevo, ya que jamás había sopesado tanto las cosas, el miedo era algo que nunca estuvo presente en la Yaiza pre bullying. Tenía la esperanza de que superarlo solo fuese cuestión de tiempo, mientras tanto, yo estaría al acecho para ahuyentar a sus fantasmas.
Al final terminó el curso con una media de notable, todos estábamos muy orgullosos de ella y para demostrarlo estuvimos de fiesta en casa un fin de semana completo. Nuestros padres estaban emocionados, por un lado yo había conseguido la nota suficiente para estudiar derecho y, por el otro, estaba el enorme esfuerzo que hizo Yai en la recta final para terminar con broche de oro una etapa tan complicada de su vida. No podíamos estar más satisfechos, podría conseguir todo lo que se propusiera, aunque solo faltaba que ella se lo creyera.
Para premiarnos, nos organizaron una semana en un camping que quedaba a doscientos km de casa, como ellos no podrían venir con nosotros estaba lo suficientemente cerca para presentarse en poco tiempo si pasaba algo. El lugar era idílico, había rutas preciosas por montaña en las que divisabas la inmensidad del mar Cantábrico, actividades para practicar surf o rafting, el paraíso de cualquier amante del deporte y la naturaleza, como era nuestro caso. No me lo podía creer, la iba a tener solo para mí durante una semana, no me había dado cuenta de cuánto lo necesitaba hasta que nos anunciaron la sorpresa.
Si supiesen de nuestra relación no creo que nos hubiesen regalado ese viaje tan alegremente, recordé las palabras de Yai y no pude evitar reírme al ver la cara que se le quedó cuando nos dieron la noticia.
Susi y mi padre fueron los encargados de llevarnos, tuvieron que firmar un montón de consentimientos, nos dejaron unas tarjetas de crédito y ya, antes de marchar, tocó el ritual de besos y abrazos. Esa parte la sufrió más Yai, cuando vi acercarse a mi padre, luego de casi ahogarla de un apretón, le extendí la mano por si se le ocurría hacerme lo mismo, de tata ya no me libré tan fácilmente. Cuando nos quedamos solos dejamos el equipaje en el bungalow, constaba de dos habitaciones, menudo desperdicio cuando solo íbamos a usar una, el resto del espacio era diáfano y de dos alturas, en un altillo había una zona chill out interior, con un una cama hecha de cojines, desde donde se podía ver el cielo a través de las enormes velux que se abrían en el tejado.
Al terminar de admirar lo que sería nuestro nidito de amor durante una semana, quisimos aprovechar lo que quedaba de día e ir a conocer un poco la zona, pedí un mapa en recepción y nos decidimos por un mirador natural que no quedaba muy lejos de nuestra ubicación. Yai llevaba unos culotte cortos y un top que solo le cubría el pecho, esa mujer iba a acabar conmigo ¡a ver cómo aguantaba yo el tipo toda la caminata con semejante vista delante!
Ya sé que era lo más normal para hacer deporte, de hecho, hasta el año anterior era su equipación habitual cada vez que hacíamos una ruta, pero eso había sido antes de admitir que estaba perdidamente enamorado. Sin embargo, la última temporada sus camisetas habían sido más largas para tapar las cicatrices, pero como allí nadie la vería dejó sus reservas a un lado poniendo así todo mi autocontrol a prueba.
Al llegar al alto del mirador nos quedamos asombrados, delante nuestra se veía la inmensidad del mar en el horizonte, las vistas eran espectaculares. Yai se sentó en el suelo con las rodillas encogidas, yo lo hice justo detrás de ella, rodeándola con las piernas, como siempre, mi pecho era su apoyo. Noté que empezó a inhalar aire profundamente, como queriendo saborear y retener cada molécula de oxígeno que entraba en su organismo, abrió los brazos en cruz y estiró el cuello para profundizar más la acción, yo simplemente estaba mirándola medio alelado, en ese momento me hubiese dejado matar con la condición de que habitase permanentemente esa armonía en ella.
—Esto es precioso, desde aquí parece que tenemos el mundo a nuestros pies— me sacó de mi ensueño mientras se giraba para hablarme de frente.
—Yo lo tengo justo delante de mis ojos— respondí mirándola totalmente embelesado.
Se sorprendió, mi comentario había sido un pensamiento que adquirió voz propia.
— Te quiero Yai y tú eres mi mundo— aclaré mientras la acariciaba.
Quedó paralizada, no sé si fue porque no se esperaba esa declaración o porque no estaba preparada para corresponderla. Yo no pretendía que me contestase, cuando me lo dijese quería que saliese desde su alma, no por compromiso. De repente, mi mente se puso a funcionar a mil por hora y antes de que ella diese algún otro paso la besé, fue un beso tan especial como el primero, o como el que nos habíamos dado meses atrás cuando comenzamos nuestra relación.
Fue la primera vez que la besé tras confesarle la magnitud de mis sentimientos, un beso que nacía del amor más sincero y puro que jamás había sentido.
—Mi pequeño arilo¹— susurré cuando me separé de sus labios.
—¿Arilo, insinúas que soy tóxica? — preguntó sonriendo.
Había conseguido evitar el conflicto que supondría para ella contestar a mi anuncio anterior.
—Afirmo que eres hermosa y tu dulce sabor es peligroso si se ingiere en grandes cantidades— expliqué.
— Así que si me engulleses, básicamente te envenenaría… — continuó divertida.
— El peligro está en lo que yo estaría dispuesto a hacer por ti, no te imaginas de hasta dónde podría ser capaz de llegar— reconocí admirando el color verde que en ese momento se iluminaba en los ojos que eran mi perdición.
—Arilo, me gusta siempre y cuando tú seas mi Tejo— contestó acurrucándose en mi pecho.
—Lo soy arilita, lo soy— respondí mientras le besaba la cabeza.
Y estaba en lo cierto: yo sería su árbol y ella el hermoso fruto al que daría cobijo.
Me asustaba pensar que cuando se trataba de ella no tenía límites. Comprendí que era mi todo, sin Yai el significado de vida se quedaba vacío.
¹El arilo es el fruto del Tejo, un árbol muy común de la cornisa catábrica de España, donde viven Leo y Yaiza.
Es llamativo por su belleza, pero no es comestible dada su toxicidad. Gracias Ruty por tu aportación a la hora de escogerle un apelativo a Yaiza.
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Los colores del arcoíris©
RomanceYaiza es luz y color, ha crecido en un entorno idílico que reúne todos los elementos necesarios para ser feliz; sus cariñosos padres, unos vecinos que la adoran y en donde, sobre todo, está Leo. Lo ocurrido en el primer año de instituto hará tambale...