Habían pasado un par de meses desde la visita de Yai y el resto de la familia a Madrid, lo que también supuso el inicio de su vida laboral. Finalmente siguió el consejo de Érik registrando su empresa bajo el nombre de Los colores del arcoíris, poco después presentó una propuesta para remodelar la planta oncológica infantil de un hospital que resultó ser el proyecto ganador, terminando el trabajo justo a tiempo para la sorpresa que le tenía preparada en forma de viaje.
Por mi parte, daba por finalizado mi período de prácticas y tenía un par de semanas libres antes de reincorporarme a mi nuevo destino en Valencia. Quería aprovechar al máximo esas vacaciones porque, durante el año y medio que había pasado desde mi ingreso en la policía, nuestros encuentros habían sido más bien escasos. En cuanto a la relación, seguíamos en el mismo punto de partida, con la dificultad añadida de que nuestros paréntesis semanales habían pasado a ser telefónicos por la distancia.
Hacía semanas que mantenía contacto con Érik, su historia daba para escribir una novela, cuando le conté mi plan no dudó en facilitarme toda clase de información sobre el destino. Quería llevarla a Noruega en busca de las auroras boreales y, como el Dios Vikingo tenía raíces allí, me asesoró sobre los mejores lugares para apreciarlas, así como de alojamientos en la zona. Íbamos casi al límite de la época en las que se dejaban ver bien, así que esperaba tener a la diosa fortuna de nuestra parte.
Cuando le dije a mi arilita que echase en la maleta ropa de nieve y bikinis pensó que la estaba vacilando, pero, en cuanto vio en la pantalla del aeropuerto el destino se le iluminó la cara creyendo que adivinaba mis intenciones, pobrecita, eso solo era la punta del iceberg de lo que le esperaba. Nuestra primera parada era Oslo para después coger otro vuelo hacia Narvik, un municipio al norte del país donde había una estación de esquí con SPA y desde donde se divisaban bien las auroras boreales.
Había alquilado una cabaña en la montaña con jacuzzi privado al aire libre, el pueblo derrochaba encanto por todos los puntos de su geografía, mi consejero particular, una vez más, había acertado de pleno.
Desde la terraza en la que estábamos, más gente intentaba divisar el mismo fenómeno que nosotros, nos habíamos sentado en un escalón y la envolvía por la espalda con mi cuerpo. Estaba preciosa, se había vuelto a cortar el pelo por los hombros y, junto a su gorro fucsia, su expresión rebosaba dulzura. El abrigo era de color blanco que, en contraste con la oscuridad casi perpetua del lugar, le daba un aspecto angelical.
Mientras esperábamos a ver si se iluminaba el cielo, recordé una de mis conversaciones con Érik, la que tuvimos cuando le pregunté el significado de su tatuaje:
— Así Siempre es el sentimiento que te produce un momento único, que solo vivirás una vez y que desearías perpetuar eternamente.
Allí sentado y abrazando a mi alma gemela por la espalda, el cielo se iluminó de toda la gama de verdes posibles, una sensación de plenitud y paz me invadió por completo y fue, así, como entendí realmente el significado de esas palabras.
Era también la señal que el cielo me estaba enviando para dar el pistoletazo de salida a mi plan.
— Es precioso, gracias por esto Leo.— Manifestó Yai con la voz entrecortada por la emoción.
—Es increíble, pero soy yo el que te lo tiene que agradecer, no podría ver las auroras boreales de otra forma que no fuese con mi chica arcoíris. Te quiero mucho arilita y me da igual que no sea jueves, de hecho estoy cansado de tener que fingir el resto de los días de la semana. Una de las razones de este viaje... — Comencé mi magistral intervención hasta que, doña interrupciones, decidió hacer acto de presencia.
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Los colores del arcoíris©
RomantizmYaiza es luz y color, ha crecido en un entorno idílico que reúne todos los elementos necesarios para ser feliz; sus cariñosos padres, unos vecinos que la adoran y en donde, sobre todo, está Leo. Lo ocurrido en el primer año de instituto hará tambale...