50-Yaiza

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  Llevaba tiempo pensando en un plan para sobrellevar mejor la situación, aunque Leo había demostrado tener más paciencia que Santo Job, la idea de que mi indecisión lo superase me atormentaba cada día. Muchas noches mientras dormía, se me aparecía la imagen del chico de la playa, revivía la misma escena una y otra vez hasta que un día, en uno de esos sueños, levantó la cabeza de su block y vi claramente el rostro de Leo inundado en lágrimas. El dolor que me produjo esa escena, a día de hoy, aún sigue presente en mi organismo. Se me ocurrió así la idea de concedernos un día, quería que pudiésemos, de algún modo, exteriorizar todos los sentimientos que guardábamos, sin miedo a equivocarnos o a traspasar ningún límite, ambos lo necesitábamos y, de esa manera, yo no sentiría que me precipitaba a hacer algo para lo que todavía no me sentía preparada.

  Cuando volvimos a casa, una cena familiar nos esperaba con los Aranda como anfitriones, estuvimos relatando como nos iba en la universidad, nos contaron que la vida allí se había vuelto muy aburrida sin nadie correteando y cruzando de casa en casa, nos echaban mucho de menos y, la verdad, es que nosotros a ellos también, teníamos la mejor familia del mundo y jamás habíamos dudado de ello. Cuando empezaron con sus propuestas de destinos vacacionales, Leo se llevó, desesperado, las manos a la cabeza y les preguntó si iban en serio, ya me había acostumbrado a esos arranques, aunque, algo me decía que había un trasfondo en ello y, por lo que veía, todos lo sabían menos yo. No les contamos nada de nuestro acuerdo semanal, en realidad, esa información solo la sabía Martina, no creía que alguien más lo fuese a comprender y no estaba dispuesta a que nadie dudara o juzgase algo tan nuestro que hacíamos por nuestro futuro, por tener uno juntos. En un momento de la conversación, Rebeca, le preguntó a Leo si había traído la camisa azul para lavarla, con una sonrisa de oreja a oreja, que daba a muchas interpretaciones, le contestó:

  —Lo siento mamá, pero esa camisa ya no figura entre mis posesiones. — Dijo enfocando su mirada en mí.

  Los susurros y risitas del resto de la familia no se hicieron esperar, a la misma velocidad que el ardor de mis mejillas empezaba a manifestarse.

—Tras la última visión que tengo de ella, no podría volver a ponérmela jamás. — Continuó el muy descarado.

—Acláralo bien, no insinúes cosas porque están pensando lo que no es. — Protesté.

  Las risitas ya no eran disimuladas, se habían convertido en carcajadas,  mientras que yo, ya no sabía donde meterme.

—Lo aclaro, lo aclaro, no os preocupéis. Lo que pasa es que, tras verla puesta sobre el cuerpo de una diosa descendida directamente del cielo para rescatar mi alma perdida, he decidido que quiero quedarme con esa última imagen de ella, no podría mancillarla usándola de nuevo.

—¡Leo, explica lo que pasó, no tergiverses que los estás confundiendo!

—¿Estás segura que quieres que lo explique todo? —Preguntó con una mirada traviesa iluminando su rostro.

    Yo fijé la mía en el suelo, a ver si se abría de una vez y me tragaba. 

— Vaaale está bien, lo cuento todo. Ayer entré a un local y fui testigo de como, un séquito de moscones, rodeaban a una diosa con cara de ángel que estaba espectacular. Jorge, en serio, deberías de vigilar como sale la niña de casa… —Le guiñó un ojo. — Como buen caballero andante que soy, fui a su rescate, no quería que acabase en comisaría por haber roto las piernas a más de un baboso, todos sabemos que nuestra Yai es de armas tomar cuando se lo propone— una sonrisa pícara que no auguraba nada bueno se dibujó en sus labios. — Tras una alegre velada juntos nos fuimos a mi piso y ...

—¡Basta! ¡Déjalo! Mejor no aclares nada porque lo estás empeorando— las risas de los presentes no se hicieron esperar y subían de tono a cada segundo que pasaba. —¡Te odio! — Bramé.

—Y yo a ti..... te contesto el jueves. — Musitó tras el silencio, que mi anterior declaración, había producido.

  Ante esas palabras no pude más que sonreír y, con la mirada cargada de ternura, se las tomé prestadas para expresar lo que realmente sentía: 

—El jueves lo aclaramos.

—¿Sabéis? De repente, el jueves, se ha convertido en mi día preferido de la semana. — Informó a nuestros padres.

—¿Se puede saber qué ocurre los jueves? — Preguntó mi madre.

—Lo sabrás el día que me expliques qué es lo que traéis con las vacaciones. — Respondí.

Touché — contestó.

—Algún día lo averiguaré. — Sentencié ante la resplandeciente sonrisa de Leo.

  Sonreía como jamás lo había visto, supe entonces que habíamos tomado una gran decisión, solo teníamos que seguir el camino que nos habíamos marcado con los paréntesis semanales y con su particular forma de expresar lo nuestro al mundo. Noté como, de algún modo, compartir nuestra dicha lo hacía plenamente feliz y, para mí, eso era lo más importante, quería ser la dueña de esa expresión y la causante de su alegría, así tenía que ser, aunque, para ello, acabase con coloretes perpetuos en las mejillas.

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora