44-Yaiza

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  Había finalizado el curso con una media de sobresaliente, estaba muy satisfecha, pero, tenía la temida PAU a la vuelta de la esquina. En el último trimestre apenas había salido de casa, excepto para volver con normalidad a mis entrenamientos, ya que, tras el sermón de mi madre, no quería preocuparla demasiado, a parte, era algo que me venía muy bien, me hacía sentir una persona totalmente distinta, más grande y fuerte, durante las dos horas semanales que duraban, derrochaba seguridad por todos los poros de la piel, pena que se esfumase en cuanto entraba de nuevo al vestuario.

  Leo y yo habíamos estado mensajeándonos a diario, cuando no volvía el fin de semana esperaba con ansia la videoconferencia de la noche de los sábados. Sus amigos le preguntaban mucho por mí y, según me decía, estaban deseando verme de nuevo, me habían caído muy bien, todos excepto Laura que, después de conocerla, algo me decía que el famoso malentendido no lo había sido tanto, la veía capaz de haber recreado el ambiente perfecto para que yo malinterpretrase la situación, a parte, la gente normal no va cogiendo las llamadas de teléfonos ajenos, hay un botón maravilloso para silenciarlos en caso de que moleste el ruido. Tenía gracia la cosa ya que, según Leo, la ingenua era yo.

  El fin de semana anterior a mis exámenes de acceso universitario regresó a casa, quería animarme antes de la gran prueba y, aunque se lo agradecía mucho, tampoco tenía intención de verlo demasiado porque no pretendía perder ni un minuto de estudio. Como habréis imaginado mi plan se fue al garete, me amenazó con quemarme los libros si no salía a refrescarme un poco y, aunque esa misma amenaza ya la había utilizado el resto de la familia, solo le funcionó a él. Tras salir a correr un rato —y tengo que reconocer que me quedé nueva— fuimos a su casa para comer con todos. Mamá se había alegrado mucho de que por fin saliera un poco de mi habitación y se lo agradeció, algo me decía que había sido ella la que le pidió venir. Todos me recomendaron que los días que me quedaban para las pruebas procurase distraerme un poco, sino a la hora de la verdad los nervios me traicionarían, había sacado muy buenas notas y, estaba claro, que los conocimientos ya los tenía. Tras ese fin de semana acabé dándoles la razón, porque, una vez que desconecté del bucle dormir-estudiar en el que estaba inmersa, lo vi todo desde otra perspectiva y mucho más relajada. 

  Durante la comida y para mi sorpresa, Leo me invitó a ir con él unos días cuando terminase los exámenes, las risitas de nuestros padres en la mesa no se hicieron esperar, al mismo tiempo que mis mejillas empezaron a arder, y eso que en nuestros últimos encuentros no había pasado nada que no se pudiese contar —que la tensión sexual estuviese más latente que nunca era otra cosa—.

—No sé si es buena idea, además, tú estarás liado— me excusé muerta de vergüenza.

—Solo me faltan un par de trabajos que entregaré esta misma semana y, el resto de los días, me quedaré para ver las notas. Te vendrá bien cambiar de aires un poco que este año te has esforzado muchísimo, a parte que, apenas nos hemos visto, tenemos mucho tiempo que recuperar— se explicó.

  En ese momento quise que se abriese la tierra y me engullese.

—Bueno chicos, ¿entonces vosotros dos...? — empezó a preguntar Tomás.

  También pedí un tren en marcha para tirarme a él de cabeza, por si no era suficiente con que me tragase la tierra.

—Aunque ya tuvimos la charla sobre el sexo cuando teníais catorce años, y sabemos que sois muy responsables, quisiera recordaros que tuviéseis cuidado y....

—¡¿Mamá?! —la corté. 

  Salté como si me hubiesen electrocutado, las palabras de mi madre me cogieron totalmente desprevenida y, no fue a la única, ya que Leo casi se atraganta de la impresión, aunque luego oí como susurraba por lo bajo a buenas horas...

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora