11-Yaiza

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Leo estuvo curándome los brazos diariamente hasta que las heridas se cerraron por completo y, también se aseguró de que no me quedasen cicatrices.

Él calmaba mi mente y mi alma, daba igual si el mundo estallaba porque en mi burbuja, llamada Leo, nada malo podría afectarme. La palabra sentimiento amplificaba su significado cuando él estaba cerca, ¿me estaría enamorando? No, seguramente era por la sensación de protección que me provocaba y, eso, era algo que no podía permitir, no quería ser frágil de nuevo, así que tenía que alejarme de él.

Empecé a hacer todo lo contrario a lo que se esperaba de mí. Mis compañías no eran las que presentarías a tu madre, menos mal que la mía no me lo pidió porque sino se quedaría asustada. Salía mucho con unos de segundo que eran famosos por meterse en peleas y hacer carreras con las motos, a mí no me gustaba ni una cosa ni la otra, pero si estaba con ellos no pensaba, cuando la situación se salía de tono, simplemente, me marchaba.

En clase, para no variar, era la comidilla, aunque viendo quienes eran mis nuevos amigos se cuidaban mucho de hablar de mí cuando estaba delante. ¡Qué curioso! Habían pasado de aterrorizarme a temerme. A mí simplemente me daban asco, en parte era porque es lo que sentía por mí misma y ellos habían sido quienes lo provocaron. Con los únicos que no tenía problemas era con el grupo de los pasotas, en realidad me gustaba pasar el rato con ellos, en el fondo les envidiaba porque todo les daba igual -siempre y cuando tuviesen reserva de marihuana- nunca los vi acosando ni destripando a nadie, me invitaban a fumar y, aunque yo me negaba, jamás me juzgaron ni aislaron por no seguir sus roles, simplemente me unía a sus conversaciones surrealistas y dejaba el tiempo pasar.

Hasta que Leo me pilló saltándome una clase acompañada de ellos, la mala suerte decidió que él apareciese justo en el momento en el que me pasaban un porro y, aunque yo, como siempre, me negué, creyó que lo hice porque lo vi aparecer. Se enfadó como nunca lo había hecho conmigo y me amenazó con mi otro punto débil; mi madre.

Con la amenaza de Leo en el aire, en casa las cosas empeoraron un poco. Empecé a mostrar peor conducta, apenas hablaba con mi madre, así no se impresionaría tanto al ver en lo que se había convertido su hija, en un monstruo, eso es lo que era, lo que cada día se reflejaba en mi espejo. Los remordimientos y la angustia regresaron y con ellos mi modo de apartarlos, con la primavera a la vuelta de la esquina volví a ensañarme con los costados, las camisetas dejaban al descubierto los brazos, pero nadie me vería el cuerpo lleno de unos cortes que cada vez eran más profundos.

Llegaron las vacaciones de Semana Santa y a pesar de que mis notas habían mejorado algo, seguían a años luz de lo que se esperaba de mí. Aun así, mi madre, no puso demasiados impedimentos cuando le pregunté si podía ir a la acampada que se celebraba todos los años por esas fechas, una vez que se aseguró de que Leo iba a estar, accedió. La fiesta era impresionante, había gente que construía auténticas cabañas solo para esos tres días. Música, alcohol y adolescentes de varios kilómetros a la redonda me esperaban. Quedé en ir con el grupo de los moteros, solo iba a ser durante el día ya que no había conseguido que me dejasen quedar a dormir, así que tenía que aprovechar cada minuto al máximo. El alcohol serviría para evadirme del mundo durante unas horas y no era nada ilegal, -bueno, teniendo en cuenta que tenía diecisiete años sí lo era, pero preferí obviar ese detalle- así, no tendría remordimientos por probar esa nueva experiencia.

El ambiente era increíble, y el tiempo acompañaba, yo iba enfundada en unos ceñidos pantalones negros, una camiseta de tirantes del mismo color y mis botas estilo militar. Estábamos sentados en corro, se escuchaba música de las casetas de al lado y las copas rodaban, no sabía lo que me habían servido, yo simplemente me dejaba llevar, al principio me daban arcadas pero, luego de un par de tragos, ya entraba mejor. Notaba como el alcohol empezaba a hacer efecto y me desinhibía, era agradable sentir que todo daba igual, nada importaba y el mundo que cargaba en mis hombros parecía pesar menos. Empecé a saltar y gritar al ritmo de la música, bailar no era mi fuerte, se me daba de pena, pero en ese momento no me importaba si hacía el ridículo o quién estuviese mirando, todo aquello era lo más parecido a felicidad que había sentido en meses, aunque fuese consciente de que era una falsa sensación que duraría el mismo tiempo que el alcohol en la sangre. Más tarde los chicos empezaron a rivalizar entre ellos sobre qué moto era la mejor y más rápida, en mi inconsciencia acepté acompañarlos y monté sobre una de las motos que estaba aparcada, como por arte de magia apareció Leo justo en el momento que alguien proponía una carrera para solucionar el debate, parecía tener un don para encontrarme en situaciones comprometidas. Como era de esperar, iba acompañado de su apéndice llamado Patricia, en cuanto me vio vino, totalmente furioso, corriendo hacia mí, tal parecía que le salía humo por las orejas.

-¡Yaiza, bájate de esa moto ahora mismo, si no quieres que lo haga yo! - gritó.

-Ya tuvo que llegar el aguafiestas- me burlé de él.

-¿¡Has bebido!? -su tono subió de decibelios.

-Puede, igual un poquito- me burlé mientras hacía el gesto con los dedos.

Me cogió en brazos y me bajó de la moto mientras su furia seguía aumentando.

-¿Pero a ti qué te pasa? ¿Te has propuesto matarte o qué? ¡Borracha y en moto! No te entiendo, de verdad que lo he intentado, pero vas a tener que ilustrarme porque te juro que no lo consigo.

No tenía intención de hacer ninguna carrera, solo me había subido a la moto porque estaba apagada, jamás lo hubiese hecho con ella encendida y, menos aún, habiendo alcohol cerca, todavía conservaba algunos de los valores que me inculcaron, al fin y al cabo mi padre era policía. No sé si me ofendió más el hecho de que pensase eso de mí o el que siguiese tratándome como a su hermana pequeña, el caso es que, no pude más y estallé.

- ¿Y quién te ha pedido nada? ¿No ves que soy un caso perdido? ¡Vete con tu churri, a ver si echáis un polvo, te relajas y me dejas vivir mi vida!

En el mismo momento en el que esas palabras salieron de mi boca, la escena se dibujó en mi mente, lo que multiplicó más mi rabia.

-¡¿Qué me dejes?! - le empecé a aporrear el pecho.

-Yai, tranquila- sujetó mis manos y suavizó extremadamente el tono.

Manu, el dueño de la moto a la que me había subido, puso la mano sobre su hombro y le advirtió que me soltase.

-Mira chaval, esto es entre ella y yo, así que mejor no te metas- le contestó Leo a la vez que, de un manotazo, se libraba de él.

Veía que iba a acabar mal, Leo tenía razón, aquello era entre él y yo, nadie más tenía que meterse en medio porque ninguno de ellos era Leo y Yai, pero en ese momento, él, estaba en minoría, aunque me constaba que sabía defenderse bien, un diez contra uno era prácticamente imposible. Tenía que actuar, aunque yo misma lo empujase a lo último que desearía ver.

-Tranquilo Manu, no hay problema, él ya se va con su novia- le di un pico- ¿a que sí, Leo? - pregunté tras separar mis labios de los de Manu.

Se quedó pálido, en cuanto se recompuso soltó la mano que todavía nos mantenía unidos y muy serio me dijo:

-Tienes razón, me voy a ver si me relajo.

Pasó el brazo por los hombros de Patricia y se marchó.

-Menudo gilipollas- dijo Manu y me agarró de la cintura.

-¡Ni se te ocurra volver a insultarle! - me solté de su agarre - me voy, no debería de haber venido, este no es mi sitio.

Me marché sin mirar atrás, al final había conseguido lo que tanto ambicionaba:

Alejar a Leo de mí.

Pero entonces, ¿por qué dolía tanto?

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora