37-Leo

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  La tarde anterior al regreso de Yai había quedado con los antiguos compañeros del instituto, tras lo ocurrido el curso anterior no había vuelto a hacerlo porque me había volcado exclusivamente en ella y, aunque no me arrepentía ya que en ese momento me había necesitado más que nadie, sí reconocía que igual era hora de ponernos al día y, en parte, disculparme. 

  Estábamos por el centro tomando algo cuando para mi no tan grata sorpresa se nos unió Patricia, confirmando de paso que no había podido superar las náuseas que me producían su presencia. No quería causar mal ambiente yéndome en el mismo instante en el que la vi aparecer, así que decidí quedarme un rato más para disimular, en peores plazas habíamos toreado ¿no?

  Media mísera hora es lo que mi cerebro pudo tolerar esa voz chirriante que monopolizaba toda la conversación, a la vigésima vez que escuché de su boca lo bien que le iba en la carísima universidad privada, a la altura de su estatus, en la que estudiaba, donde había conocido a un chico riquísimo y de alta alcurnia que la cubría de lujosos regalos, mi estómago me instó a marchar antes de que echase hasta la primera papilla que habían introducido en él. Me despedí de los chicos y volví a casa, aunque Yai había estado muy ocupada con sus primos, lo que me alegraba de sobremanera, confiaba que me llamase para hablar un rato y quería estar solo por si eso ocurría. Mientras caminaba, volví a reprocharme cómo podía haberla dejado tirada el año anterior por alguien tan sumamente superficial y vacía como la simple de Patricia. Es una espina que nunca llegué a quitarme y a lo que jamás le encontré explicación. Tampoco pude evitar pensar en todas las amigas que había hecho esa última temporada, tenía la esperanza de haber aprendido algo y que ellas tuviesen la cabeza mejor amueblada, aunque ninguna, jamás, puediese llegar a ser como Yai. Ella era única y siempre sería mi persona favorita del mundo, a parte del amor de mi vida, pero dentro de nuestro estado de amigos eso era algo que no podía exteriorizar en aquel momento.

  Cuando llegué a casa, para mi asombro, vi a mis padres a punto de marchar con los de Yai que habían regresado un día antes, en el momento en el que iba a preguntarles dónde estaba, mi madre me cortó diciéndome que quedaba cena suficiente en la nevera y que llegarían tarde, dejándome así extrañado y con la palabra en la boca. Subí a mi habitación con la intención de cambiarme de ropa y salir a buscarla, cuando abrí la puerta entendí lo que acababa de suceder en la cocina, porque un regalo con forma de ángel me estaba esperando. 

  Era ella, se había quedado dormida sobre la cama abrazada a mi almohada, llevaba unas mallas grises y una sudadera de color rosa, ropa cómoda que suponía habría utilizado para viajar, ni siquiera había perdido el tiempo en cambiarse. Un sentimiento de ternura me invadió mientras la observaba hipnotizado, el sonido de sus rítmicas respiraciones eran un analgésico que siempre lograrían calmarme de cualquier inquietud, por muy importante que me resultase. Aprecié en ella una expresión más serena que meses atrás, comprendí que esa tranquilidad había surgido tras haberse reconciliado consigo misma. La escena que se desarrollaba ante mis ojos logró que la amase todavía más —sí, habéis leído bien, ya que jamás había dejado de hacerlo —.

Aunque en ese momento creyese estar voliendo a enamorarme, con el tiempo me daría cuenta de que, esa sensación, iba a ser una constante en mi vida y, siempre que la mirase, acariciase o besase, mi corazón daría el mismo vuelco que la primera vez.

  Había transcurrido algo más de una hora, que se me antojó corta mientras la miraba, cuando empezó a moverse y desperezarse poco a poco.

—Hola preciosa — susurré cuando abrió los ojos.

—Hola amor... me quedé dormida— contestó todavía somnolienta.

  Oír esa palabra de su boca me hizo estremecer, era consciente de que no había sido producto de la lucidez sino que era el resultado de un sueño en retrospectiva del que todavía no se había despertado, pero escucharlo hizo que se me parase el corazón igualmente. Pareció percatarse de lo que había sucedido porque abriendo los ojos como platos se excusó:

Los colores del arcoíris©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora