Capítulo III

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Capítulo III. La primera grieta


Niall

Cuando salí del vehículo, una brillante luz azotó mi rostro y me obligó a entrecerrar los ojos por unos largos segundos. En realidad, fue agradable. Me recordó a la vida humana, a aquella sensación de paz y tranquilidad bajo los árboles de Thornfield, tiempo atrás. Mi existencia era ahora lúgubre, triste y solitaria; no obstante, Lucy le había devuelto un rayo de esperanza. Ella era mi pequeño rayo de luz, ella era como un cálido abrazo al sol de primavera.

Me encaminé hacia la entrada de la casa a través del camino principal de tierra, pero en el momento en el que alcé la vista hacia la mansión, mis ojos se encontraron con los de alguien. Mis pies se detuvieron al instante, y cuando reconocí aquel rostro, fruncí el ceño confuso.

Él sonreía. Lo hacía de aquella manera tan altiva y socarrona.

Aparté la mirada y reprendí el paso verdaderamente molesto. Entonces, justo antes de alcanzar la entrada, una asquerosa colilla en el suelo atrapó mi atención. Sentí mi sangre hervir; su actitud era insoportable, odiosa e irrespetuosa. Ni siquiera en Thornfield, nuestra casa familiar, él era capaz de dejar su resentimiento a un lado.

De pronto, un inconfundible aroma tanteó mi nariz. Lo seguí, hasta encontrarme en la planta de arriba. Caminé hacia una de las habitaciones de invitados, y no tardé demasiado en confirmar mis sospechas.

Pero, ¿Qué hacía ella allí?

Empujé la puerta lentamente, entonces, su figura apareció ante mí. Él se encontraba frente a la ventana, fumando casualmente, como de costumbre. Me miró, con aquella prepotencia que le caracterizaba tanto. Volví la vista a Lucy, quien parecía descansar plácidamente sobre la cama.

— ¿Qué hace ella aquí? —cuestioné.

— Quería recuperar algunas cosas, nada más. —dijo Julius.

— ¿Y tú? —inquirí.

— ¿No es evidente? La he acompañado.

Se inclinó hacia delante y dejó caer su cigarro medio consumido en el suelo. Después, lo apagó con la punta del pie. Me tensé, estaba furioso. Su actitud me desquiciaba.

En un santiamén, me encontré encima de él. Lo tomé del cuello y lo estampé contra la pared del pasillo.

— ¿Qué crees que estás haciendo? —farfullé casi sobre su boca.

Él sonrió de nuevo.

— ¿No puedes mostrar un poco de respeto por este lugar? —continué.

— Dime. —habló— ¿Tanto te molesta mi presencia? ¿O se trata de ella y yo juntos aquí?

Apreté la mandíbula.

— Si tan poco te importa Thornfield, ya no eres bienvenido.

— Contéstame. —demandó.

— Eres una sabandija que solo sabe aprovecharse de las desgracias de los demás. Ni siquiera te importa Lucy, todo esto lo haces por ti. Para alimentar tu asqueroso ego. — escupí furioso.

— Lo que te molesta es que yo jamás le he causado ningún daño, y ahora ella puede confiar en mí. —sus ojos apuñalaron los míos— La has perdido, para siempre. No esperes que te perdone.

Sentí tanta rabia.

— Haré cualquier cosa por recuperarla, tenlo muy claro. Si tengo que pisotearte y exponerte ante ella, lo voy a hacer. Porque tú no eres trigo limpio, no eres exactamente un santo. —amenacé.

El Príncipe de las Tinieblas |n.h| auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora