Capitolo XX

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Capitolo XX: Nocturno


Apoyé la frente en el nítido cristal, el frío de la superficie me estremeció por unos segundos, las gotas de agua caían silenciosamente, casi invisibles a mis ojos, tan sólo alcanzaba a escuchar un leve rumor. Las nubes habían teñido el cielo de un color grisáceo, el paisaje yacía envuelto en una lúgubre luz.

Las primeras notas de una triste melodía me arrastraron a la realidad, casi inaudibles, como el susurro del mar, que encarcelado en una caracola, surca tu oído poco a poco, y lo embriaga con su cautivante acorde. 

Cerré los ojos, mientras me sumía en mis pensamientos, y me dejaba envolver por aquella magnífica armonía.

Nocturno, de Fryderyk Chopin.

La reconocí rápidamente, quería saber quién estaba tocando, quería escucharla en su totalidad.

Abandoné el lugar, en silencio, no sin antes despojarme de los ruidosos y molestos zapatos de tacón. Seguí el eco de aquella melodía cual alma hechizada por la luna, sintiendo mis pies ágiles ante las frías baldosas que engalanaban el suelo. Me escabullí por una extensa hilera de escaleras, el sonido se hacía más claro a medida que iba avanzando, era realmente atrayente, se trataba de un violín. No pude reconocer el ala del palacio donde me encontraba, en el que había puesto los pies y la curiosidad, seducida por la perfecta proyección de un misterioso violín.

Caminé silenciosamente hasta detenerme justo a escasos metros del lugar que amparaba aquella amarga canción, y enfatizaba su acústica. La puerta se encontraba semi abierta, me atreví a dar un par de pasos hacia el frente, descubriendo así, el causante de aquella extraordinaria armonía. 

Era él.

Lo admiré en sigilo, yacía de espaldas a mí, su cabellera se encontraba sutilmente despeinada, algo extraño en él. Vestía unos pantalones negros y una camisa del mismo color, sus movimientos eran delicados e impecables, poseía una increíble y envidiable maestría. 

Conseguí escuchar la parte final de la pieza, y cuando terminó, me vi obligada a esconderme rápidamente detrás de la puerta.

- ¿Por qué no pasas? -su voz me tomó por sorpresa.

Me mordí el labio dudosa.

Decidí aceptar su invitación, me descubrí ante él, e indecisa, me quedé de pie por unos segundos junto el marco de la puerta. Se giró, y sus preciosos ojos se encontraron con los míos; su rostro era deslumbrado por la luz que traspasaba a través de los enormes ventanales que decoraban la sala.

Parecía un ser celestial.

- Siento haberte molestado, debí cerrar la puerta. -habló suave.

- Oh, no me molesta la música, nunca lo hace. -dije.

- Genial, pasa. -gesticuló con la mano.

Crucé la puerta, y al instante sus ojos viajaron hasta mis pies.

Oh, mierda, qué vergüenza, pensé. Recordé que mis pies se encontraban desnudos, el calor subió a mis mejillas.

Levantó una ceja divertido, a la vez que con ese gesto reclamaba una explicación sobre mi aspecto. Desvié la mirada avergonzada, y lo escuché carcajearse por lo bajo.

Sonó raramente genuino.

- No voy a preguntar. -negó con la cabeza, en sus labios se había dibujado una pequeña sonrisa.

El Príncipe de las Tinieblas |n.h| auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora