Capítulo XIX

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Capítulo XIX: Dalia


Julius

Cuando llegué a Thornfield, algo se removió en mi interior; aquel lugar albergaba tantos recuerdos y sentimientos, aunque no eran necesariamente agradables. Salí del coche, y rápidamente un fresco olor a vegetación azotó mi nariz. Cerré la puerta vagamente y me encaminé hacia la entrada. Tomé la antigua llave —que todavía conservaba— y me abrí paso hacia el interior de la gran casa familiar; un nostálgico aroma me golpeó fuertemente. Era tan extraño, quizás porque mis sentidos me permitían recuperar pequeños matices que los mortales serían incapaces de capturar, o porque creía recordar el olor del lugar en el que me crie. Me di cuenta de que no había ningún trabajador en la casa, pues ese tipo de tareas solo eran requeridas un par de veces al mes, o cuando Niall decidía visitar el lugar y quedarse unos cuantos días.

Subí las escaleras hacia la segunda planta y me dirigí a aquella habitación que todavía protegía —entre varios y viejos libros— una parte de mi corazón de la que jamás sería capaz de desprenderme. Entré al lugar y me coloqué frente a una de las estanterías, entonces, comencé a buscar ese libro repleto de polvo. Rápidamente, lo encontré, y me di cuenta de que había sido movido sutilmente; pero no me importó demasiado. Lo tomé entre mis manos y lo abrí lentamente, hasta dar con una página concreta.

"Pienso en ti, mi amor, desde que el sol se alza brillante, hasta que se pone tras las verdes colinas de este infierno. Pienso en todo lo que he perdido... A ti, y todo lo que hemos perdido; nuestros sueños, nuestras esperanzas, nuestro amor. Todo aquello que un día te prometí bajo el viejo sauce llorón, y que sellé con un dulce beso en los labios. Te amo, te amo más que a mi vida, y me duele tanto tenerte tan cerca, y a la vez tan lejos. Te escribo, porque no puedo mirarte a los ojos sin ver todo lo que una vez fuimos, todo lo que él me ha robado.

Aunque esta carta... Jamás llegará a tus manos.

Te ama, Julius."

Una nostálgica sensación se apoderó de mí. Recordé todas y cada una de aquellas cartas que escribí en soledad, mientras mi corazón comenzaba a pudrirse lentamente por el odio hacia mi hermano. Aquella época fue tan oscura y triste, que nunca volví a ser la misma persona.

— Jane. —me atreví a pronunciar su nombre en un hilo de voz.

Tomé la carta, la doblé de nuevo y la guardé en el bolsillo interior de mi americana. De repente, mi teléfono móvil sonó. Lo saqué de mi bolsillo y observé la pantalla; se trataba de Lucy, entonces acepté la llamada.

— ¿Diga? —saludé.

— Hola. —ella me saludó de vuelta.

— ¿Cómo estás? —le pregunté.

— Bien, ¿Y tú? —respondió.

— Bien, ahora que has llamado. —dije— ¿Qué haces?

— Eh... —vaciló— Estoy en una piscina.

Ya era tarde, así que me pareció extraño.

— ¿A estas horas? Hace frío.

— Ya, sí... —dijo.

Se mantuvo callada por unos largos segundos.

— Aquí no hace frío, estoy nadando desnuda. —espetó de golpe.

Su respuesta me tomó por sorpresa.

— ¿Estás sola? —inquirí.

Escuché un par de gritos.

El Príncipe de las Tinieblas |n.h| auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora