El Príncipe de las Tinieblas |n.h| au

Capitolo XLVI

Capitolo XLVI: Ella

***

De nuevo, escuché aquellos ruidos. Bufé, mientras me erguía sobre el colchón y dirigía la vista a mi ventana; nada quebrado, todo se encontraba en orden. No obstante, decidí abandonar mi habitación, enfurruñado con el mundo, con Julius, con Lucy... espera, con ella no. Aunque, debo reconocer, que escuchar cómo 'consolaba' a mi hermano me molestó más de lo que jamás había pensado. No sé si eran celos, o que simplemente hubiera preferido que ella corriera detrás de mí, en vez de él. Pero estaba casi seguro que eso no iba a suceder nunca. El retumbar del corazón de Lucy, junto a su delicioso aroma, me guió hasta la biblioteca. La puerta estaba abierta, y ella yacía allí, junto a la ventana, de espaldas a mí.

- ¿Qué estás haciendo aquí? -inquirí.

Ella se giró sorprendida y me miró.

- Yo... Eh... -vaciló.

- ¿Qué ha pasado aquí? -fijé la mirada en un montón de cristales rotos esparcidos por el suelo.

- He escuchado unos ruidos extraños. -respondió.

La observé expectante, y algo en su mano captó rápidamente toda mi atención.

- ¿Qué llevas en la mano? -caminé hacia ella.

- Eh... Un collar. -me admiró un tanto recelosa y confusa.

- Dame eso. -sin pensarlo ni una sola vez, arranqué el collar de sus dedos.

- Niall... -le escuché murmurar incómoda debido a mi brusco comportamiento.

Mis ojos se posaron en aquel objeto; cadena fina, de oro, y una rosa que colgaba de ella.

Su collar, era su collar.

Sentí cómo mi cuerpo se tensaba, estaba enojado.

- ¿De dónde lo has sacado? -demandé.

- Estaba en el suelo. -dijo- Justo allí. -indicó el montón de cristales.

- Mentira. -espeté.

Estaba completamente seguro que mentía.

- No estoy mintiendo. -me encaró.

- Claro que sí, eso estaba guardado en un lugar seguro. -la tomé por la muñeca y la acerqué a mí- Dime de dónde lo has sacado. -gruñí entre dientes.

Su mano tembló bajo mi brusco tacto.

- Allí. -señaló de nuevo el mismo lugar- Junto a esos cristales.

- ¡No me mientas! -exclamé furioso mientras zarandeaba su pequeña figura.

Debía calmarme, o aquello podría acabar muy mal.

- ¡No estoy mintiendo! -negó.

- ¡Claro que sí! ¿Crees que soy estúpido?

De nuevo negó mi acusación y apartó sus ojos de los míos, eso me hizo enfurecer.

- No estoy mintiendo. -susurró.

Distinguí miedo en su voz, pero aquello no significó nada para mí.

- ¡Esta es mi casa y estas son mis cosas! -mi mano apretó su cuerpo mientras gritaba repleto de furia.

Una lágrima se escapó de sus hermosos ojos, entonces, la realidad impactó en mí como un duro y frío muro de hormigón. Me estaba comportando como un cavernícola enojado.

- Vete de aquí. -reaccioné.

La solté secamente, con brusquedad, y ella me observó asustada.

- ¡Desaparece de mi vista! ¡Ahora! -vociferé.