Capitolo LXX

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Capitolo LXX

Si estás a mi lado


Volvió a mis labios, besándome lentamente, mientras las yemas de sus dedos desaparecían en el cabello de mi nuca. Sentí mi lengua chispear ante el contacto de la suya, y mi piel se erizó al instante. Mis manos treparon por su pecho y tomaron suavemente el cuello de su camisa.

– Yo también. –hablé en aquel beso.

Cuando se separó de mí, una tímida y dulce sonrisa se dibujó en su perfecto rostro. Le abracé, y al instante, sus brazos me envolvieron cálidamente.

– Creí que vivirías encerrada en tu habitación para siempre. –bromeó.

Reí ante su comentario.

– Siento mucho todo lo que ha pasado... –expresó.

Levanté la cabeza y lo encaré.

– No pasa nada. –dije suave.

– Ven. –se separó de mí y me tomó de la mano.

Caminé junto a él hacia el interior del despacho y me senté en uno de los sofás. Él se sentó a mi lado y colocó su mano sobre mi pierna de manera gentil y cariñosa.

– Estos días he estado pensando en lo que me dijiste y me he dado cuenta que no puedo controlar tus sentimientos, que es algo natural. –comenzó a explicar– Que tienes diecisiete años. Y que, bueno... Aunque preferiría que solo te gustara yo y algún famoso, debo aceptar que te guste... –se quedó callado por un momento– Él.

– Siento haberte hecho daño con mis palabras. –murmuré.

Acaricié su mano.

– Y ojalá todo fuese más sencillo. –suspiré.

– No es sencillo, pero al menos ahora estás aquí. –dijo.

Sonreí.

– Me alegro mucho de estar aquí.

– Yo también. –me devolvió la sonrisa– Por cierto, ¿qué haces mañana por la noche?

[...]

Los dedos de mi mano delineaban lentamente la extensión de la barandilla mientras bajaba las escaleras poco a poco, temiendo tropezar con aquellos elegantes zapatos.

"¿Quieres acompañarme a la fiesta de cumpleaños de un conocido? Prometo no hablar de negocios con nadie."

Reí suavemente al recordar sus palabras.

Cuando al fin me encontré al final de las escaleras, levanté la mirada, y le vi allí. Se veía tan bien. Como de costumbre, claro. Pero quizás... Algo en sus ojos, en su manera de contemplarme cálidamente, le hacía ver arrolladoramente atractivo.

Me sonrió, mientras extendía su mano ante mí, y sentí mi corazón acelerarse. Tomé su mano, y sonreí de vuelta. Era agradable sentirse bien junto a la compañía de alguien.

– Estás preciosa. –murmuró.

Sentí el calor subir a mis mejillas.

– Gracias por acompañarme esta noche. –acortó la ridícula distancia que nos separaba.

– Es un placer. –posé mis ojos sobre los suyos.

El cielo que albergaba su mirada por un momento pareció hipnotizarme, hasta que noté las yemas de sus dedos sobre mi rostro. Acunó mi mejilla con lentitud, haciendo repiquetear mi corazón.

El Príncipe de las Tinieblas |n.h| auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora