Capítulo XXI

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Capítulo XXI: Mil agujas en el corazón


Niall

Abandoné la celebración sin pensármelo dos veces, estaba tan ofuscado, que no podía ver más allá de ese pequeño retrato. Recordé su rostro, su voz, su olor... Y se sintió como mil agujas atravesando mi corazón.

Dalia, mi primer amor.

Los recuerdos de aquella época volvieron a mí como un frenesí de imágenes proyectadas en mi mente. Sentía dolor, a cada paso que daba, y no era capaz de hacer desaparecer aquel sentimiento de rabia hacia Bellini y mi hermano. Me sentía terriblemente traicionado por Marco, pero todavía más por Julius. Él había permanecido de pie, junto al fuego, mientras Bellini alzaba esa pequeña pintura frente a mis ojos.

¿Dónde quedaron todas aquellas cartas que enviaba desde Alemania? ¿Dónde quedó todo lo que le conté sobre Dalia? Julius no tenía ni una pizca de piedad hacia mí; él era puro odio y resentimiento. Eso es lo que había tomado en Thornfield, mi más preciado y doloroso recuerdo.

Cuando llegué al palacio, un sentimiento de culpabilidad y remordimiento me azotó; había dejado a Lucy —prácticamente— sola en el aquelarre. Todo por mi pobre y cuestionable gestión emocional, solo por qué estaba cegado por la rabia y el dolor. Fue entonces, cuando decidí llamar a Harry para asegurarme que ella estaba bien, pero no contestó a mis llamadas.

— Eh... Bueno, sí. —respondió.

— ¿Eso qué significa? —inquirí nervioso.

— Se ha desmayado, pero está bien. —aclaró.

— ¿Dónde estáis? Ahora mismo voy.

— No, es mejor que no vengas. Después del espectáculo que has montado y como la has tratado, creo que es mejor que te mantengas alejado de ella por unos días. —comentó.

— Sabes que no puedo hacer eso.

— Sí, lo sé. Eres un egoísta. —espetó.

Suspiré.

— Mikayla. —farfullé— Este no es momento para discutir.

— Cierto, tú ya has discutido bastante hoy.

Aquel comentario hizo hervir mi sangre.

— Que te jodan, Mikayla. —solté de repente— Nunca nos vamos a llevar bien.

— Vete a la mierda, Niall. —dijo, y colgó.

Lancé el teléfono sobre la cama y me llevé las manos a la cabeza.

— Eres idiota, Niall. ¿Por qué eres tan impulsivo? —me sermoneé a mí mismo.

En ese momento, quise dar marcha atrás al tiempo, pero no podía hacer nada. Salvo salir de esa habitación y conducir de nuevo hacia la celebración.

Dejé atrás Londres a través de mi vehículo personal, y tras conducir una larga y exasperante hora, llegué a aquel pequeño castillo.

Mis ojos observaron velozmente a mi alrededor, el ambiente era candente e indecoroso; los invitados bebían, bailaban y se magreaban entre ellos. Algunos incluso fornicaban en las esquinas y en los sitios más "apartados" de la fiesta. En realidad, a decir verdad, no eran los espacios más apartados.

Tomé las largas escaleras que conducían hasta las primeras habitaciones y comencé a buscar a Lucy y los demás. Aunque yo fuera un increíble rastreador, el aroma de todas aquellas criaturas fantásticas parecía inmiscuirse en mi objetivo. Me detuve a medio camino y cerré los ojos. No estaba dispuesto a perder el tiempo, entonces, me concentré en su aroma. Mis pies se movieron solos, mientras mi mente y mis cinco sentidos se enfocaban en el exquisito aroma de van den Bogaerde y trazaban un recorrido imaginario.

El Príncipe de las Tinieblas |n.h| auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora