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Viggo

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Viggo.

Era la vigésima vez que llamaba a Lie, y como las diecinueve veces anteriores, no me lo cogió, lo cual comenzaba a ofuscarme gravemente. Teniendo en cuenta la situación que estábamos afrontando, debía reconocer que estaba preocupado... muy preocupado.

No quería ponerme en lo peor, pero me parecía extraño que no hubiera llegado ya. Eran las diez de las noche... supuestamente hacía horas que su castigo en la escuela debería haber terminado y, por tanto, debería estar aquí, o al menos, responderme las llamadas, pero nada de eso sucedía.

—Seguro que está bien —repitió Elizabeth, despanzurrada en el sofá.

Cuando se llevó a la boca un nuevo puñado de las palomitas del bol que descansaba sobre su abdomen totalmente despreocupada, me limité a mirarla, queriendo creerme sus palabras, sin embargo, el mal sabor de mi boca me daba la señal de que algo había sucedido con mi hermana.

Algo malo.

Sin poder contener mis impulsos, me dediqué a recorrer el salón de un lado a otro, pasando continuamente mis manos entre mi pelo, queriendo deshacerme de los nervios y preocupación que me corrían por las venas.

Minutos después, cuando estaba a punto de sufrir un paro cardíaco, el sonido de mi móvil rompió el silencio que nos rodeaba, provocando que prácticamente me lanzara en plancha a coger el objeto, que descansaba sobre uno de los sofás.

—¿Lie? —me apresuré a preguntar, dejando escapar todo el aire de mis pulmones en un aliviado suspiro—. ¿Dónde estás? ¿Por qué no llegas?

¿Viggo? Soy Noah.

La voz de mi jefe al otro lado de la línea hizo que fuera imposible contener el gruñido que escapó de mis labios. Ahora mismo no tenía ni tiempo ni ganas de tener que ir a encontrar otro puto cadáver.

Ha habido un accidente de tráfico.

—¿Tengo que ir? —pregunté de mala manera, apresando con fuerza el puente de mi nariz entre dos de mis dedos.

No, debes venir al hospital —se limitó a decir Noah, consiguiendo que mi ceño se frunciera levemente antes de compartir una mirada con Elizabeth—. Es tu hermana la que iba en el coche.

Mi cerebro fue incapaz de procesar esas palabras. Rojo. Eso es lo que veía en esos momentos. Todo rojo.

Sin dejar que el sheriff terminara de hablar, colgué la llamada y salí disparado hacia el garaje, subiendo a la moto mientras me colocaba el casco. De un salto, Elizabeth se colocó a mi espalda y envolvió mi cintura con sus manos antes de que arrancara la moto y condujera como un puto maniático por las calles de esa maldita ciudad hasta el hospital.

Hacía un año descubrí que nuestra madre quería haber venido a esta ciudad cuando Nealie cumpliera la mayoría de edad y por eso vinimos aquí, sin embargo, desde que llegamos a Beacon Hills nada bueno nos había sucedido, lo cual, me llevaba a arrepentirme mil y una veces de haber traído a mi hermana hasta aquí, porque ahora ya no solo eran patéticas peleas entre criaturas sobrenaturales lo que debíamos afrontar.

The Last Sacrifice |Derek Hale x OC|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora