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La mirada que me devolvía el reflejo del espejo era realmente tétrica

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La mirada que me devolvía el reflejo del espejo era realmente tétrica.

Ignoraba cuantos días llevaba sin dormir en condiciones y, como consecuencia, unas profundas y oscuras ojeras habían aparecido bajo mis ojos. Ojeras que cada vez me resultaban más difíciles de ocultar. Ni con todo el maquillaje del mundo era capaz de taparlas.

Exhalando un fuerte suspiro me coloqué de lado y observé mi perfil en el espejo, percatándome de que la piel se ajustaba a la perfección a los huesos de mis costillas y caderas. Sabía que debía comenzar a comer mejor, pero la situación que sobrellevaba me impedía vivir con normalidad.

Había perdido el sueño, el apetito... Incluso las ganas de vivir.

En más de una ocasión Derek había insinuado mi bajo peso, pero me libraba rápidamente de la situación cambiando de tema de conversación. Viggo era un asunto completamente diferente. Él sabía a la perfección las razones de mi estado anímico, y por esa misma razón me obligaba a engullir una y otra vez la comida.

Comida que terminaba desechando por el W.C., arrodillada como una esclava y abrazada al inodoro como si fuera mi único salvavidas.

Sin querer martirizarme más, pues lo hecho, hecho estaba, me metí a la ducha. En pocos minutos salía de la casa con todo lo necesario para afrontar el primer día de clase luciendo un discreto conjunto compuesto por unos simples jeans azules, mi camiseta de los Chicago Bulls y unas deportivas blancas.

¿Había una tortura más implícita que esa?

Primer día de clases.

Al igual que meses atrás, conduje como si me dirigiera al mismísimo infierno y detuve el Audi frente al gran edificio. Exhalando un nuevo suspiro, encendí un cigarrillo que me fumé tranquilamente mientras mis ojos no se despegaban de los dos adolescentes que en ese momento bajaban de sus motos de última generación a varios metros de mi posición, consiguiendo que todas las adolescentes mojabragas que los rodeaban chorrearan como un grifo.

Todo era culpa de esos mierdas.

Ellos habían llegado para arruinar todo lo bueno que había logrado en diecinueve años de mi vida.

Un fuerte bufido escapó de mis labios cuando ellos estiraron sus labios en unas tenebrosas sonrisas en mi dirección antes de encaminarse a la escuela. Yo me limité a observar cómo se alejaban hasta que terminé el cigarrillo, lanzando la colilla por la ventanilla y saliendo del coche.

Era evidente que el fin de todo lo que había logrado en los últimos meses se aproximaba, y eso se evidenciaba en el mensaje de texto que me había enviado Derek esa misma mañana, mensaje que no me había molestado en leer. Simplemente lo había borrado no queriendo seguir involucrándome con él.

Esto era como dejar de fumar... Podías hacerlo progresivamente o de golpe. Yo prefería hacerlo de golpe, como cuando te arrancas una tirita o cuando te depilas con cera. De un tirón, de un golpe seco... disminuyendo de ese modo los niveles de dolor.

The Last Sacrifice |Derek Hale x OC|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora