VII

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Silencio.

Por primera vez, desde que conoció a Gojō, había silencio. Ninguna canción ruidosa, los platos cayendo, los gritos o risas de los niños, discusiones o llanto. Solamente ella sentada en el suelo frente a la puerta que daba al patio. La taza de café emitía un suave calor agradable al tacto haciéndola sonreír ante tan insignificante sentimiento. Con suavidad y sin apartar la vista del cielo oscuro llevó los labios a la taza. La inclinó suavemente hasta sentir el tibio líquido acariciar sus labios. Tomando un sorbo observó encantada el cómo el Sol salía de entre los árboles coloreando poco a poco el cielo de color naranja y amarillo.

—Había pasado tiempo desde el último amanecer. ¿No? —Susurró viendo con nostalgia como las copas de los árboles se movían levemente ante la brisa mañanera.

El sonido de pies arrastrándose por el suelo le sacó una sonrisa, mientras cerraba los ojos. Dejó la taza a un lado para evitar que el pequeño travieso que se haya despertado primero se lastimara con el café al saltarle encima. Esperando por el “ataque sorpresa” Nara permaneció con los ojos cerrados, mas después de un corto tiempo los abrió extrañada. Ya era tiempo de que le saltaran encima. Preocupada por el pequeño, se colocó de rodillas en el suelo viendo hacia atrás. No había nadie.

Estaba por hablar cuando escuchó la nevera abrirse. Una sonrisa adornó su rostro otra vez, de seguro era Satoru buscando algún dulce antes del desayuno. Con una sonrisa maliciosa gateó alrededor de la isla de la cocina y con sumo cuidado levantó su torso para quedar de rodillas. Estaba pensando asustar al pequeño abrazándolo a su altura, así podría darle un beso de buenos días.

La castaña se acercó con rapidez a la nevera y justo cuando se cerró la puerta, rodeó el cuerpo del pequeño con sus brazos y depositó un beso en su espalda.

O eso ella creía.

Sus labios se sintieron húmedos y de inmediato subió la vista encontrándose con Nanami viéndola desde arriba con espanto y un ligero color rojizo en sus mejillas. En su mano cargaba el tarro de leche y de no ser porque tenía muchísimas ganas de tomar café lo habría dejado caer de la impresión. Nara era un desastre, sus mejillas ardían al igual que sus orejas. Balbuceando palabras sin sentido se alejó de Nanami notando que solo llevaba una toalla alrededor de su cintura.

El rubio no sabía siquiera como actuar. Aún no despertaba del todo.

Su alarma sonó a las cuatro cincuenta de la mañana, como en el pasado cuando iba a trabajar a las ocho. Su costumbre era ejercitar un poco antes de ir al trabajo a sentarse en una silla durante ocho horas, pero en esa nueva casa no tenía equipo y no sabía dónde había un gimnasio cerca. Aún así, despertaba a la misma hora para tomar las cosas con calma pues con cinco niños en la casa todo podía e iba a pasar.

Con delicadeza separó a Yūji de su cuerpo y en respuesta el pequeño se abrazó a sí mismo en busca del calor que el cuerpo de Nanami ya no le brindaba. Luego de estirar sus brazos hacia el cielo, el rubio cubrió al menor con la manta sacándole una sonrisa. Con el rostro de felicidad de Yūji en su mente, se dirigió al baño con su toalla, jabón y cepillo de dientes. Pisando suavemente el suelo, caminó por el pasillo apagando la luz en el proceso. Al no escuchar ninguna queja comprobó que todos aún dormían.

Su ducha fue corta y precisa, como siempre. Sin gastar agua de más o acabar el agua caliente en una sola ducha. Secó su cuerpo con la toalla y cuando estiró el brazo hacia la bata de baño no sintió nada. Suspiró al recordar cómo Gojō la había usado de trapeador cuando Sukuna derramó su jugo la noche anterior. Sin tener otra opción, usó la toalla alrededor de su cintura luego de secar su húmedo cabello. Aún así, gotas individuales bajaban desde la parte trasera de su cabeza hacia su nuca y espalda. Se vio en el espejo unos segundos notando el cansancio en sus ojos, hacía mucho que no trabajaba frente a un computador por largas horas y eso lo agotaba mentalmente.

Nana de hechiceros |Nanami Kento|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora