Luego de las palabras de Nara, ambos permanecieron en silencio. Un largo e incómodo silencio. La castaña no sabía si debía continuar y mucho menos cuando vio a Kento levantarse de la silla. Lo observó expectante, mientras él se acercaba a ella con el semblante serio.
—Kento —murmuró en cuánto él giraba la silla de ella con rapidez.
Antes de poder reaccionar, los brazos de Nanami la rodearon llenándola de calidez. Atónita, dejó sus brazos abajo viendo hacia un punto fijo frente a ella.
—Lamento tu pérdida.
Nara levantó las cejas sorprendida al mismo tiempo que su labio inferior comenzó a temblar. Durante todo ese tiempo había escuchado miles de cosas sobre Suguru, cosas que eran ciertas y otras que solo eran basura que la gente inventaba para demonizarlo de la peor forma.
El día de su muerte, fue Satoru quién lo cargó en brazos y ella, desde la lejanía, observaba cómo los superiores le aplaudían y alababan por haber acabado con él. Aunque intentó correr hacia él, sus pies no respondieron. Quedó congelada en su sitio, luego de haber corrido desde la estación del tren hasta la escuela. Junto a ella, Megumi sostenía su mano y evitaba que ingresara al recinto.
Ella había visto cómo todos celebraban la muerte de su primer amor, cómo reían y aplaudían viendo el cuerpo inerte del pelinegro en los brazos de Satoru. Unos despiadados, eso eran. El pobre peliblanco cargó el cadáver de su mejor amigo y a ellos no les importó en lo más mínimo.
Nara se aferró a Kento con desespero y se derrumbó en sus brazos tal cual edificio en mal estado. Se permitió, luego de varios años, ahogarse en las lágrimas del pasado que nunca soltó.
—Aplaudieron cuando Satoru lo cargó muerto —soltó entre inspiraciones bruscas y entrecortadas. —Él estaba tan frío —contó entre lágrimas sujetando con fuerza la camisa de Nanami.
El rubio cerró los ojos intentando controlar sus emociones. Si bien no conoció muy bien a Geto, la forma en la que Nara lloraba por él y cómo su voz sonaba tan destrozada logró romperle el corazón.
—Se veía igual que todas las noches. Sus ojos estaban completamente cerrados y sus labios levemente separados, pero no salían ronquidos, Kento —dijo con un hilo de voz. —No salía nada.
El llanto de Nara era lo único que se escuchaba en el apartamento. En lugar de interrumpirla con un par de palabras, Kento decidió guardar silencio. Sabía que aguantar todo su pasado tuvo que ser duro para Nara y por ello estaba dispuesto a escucharla todo el tiempo que ella quisiera y necesitara. Optó por darle apoyo mediante caricias y calidez; suavemente trazaba círculos en su espalda con su mano derecha y con la izquierda sostenía su cabeza cerca de él.
Por su parte, a Nara se le hacía imposible controlarse. Durante mucho tiempo aguantó todos sus sentimientos obligándose a ser fuerte o feliz. Tanto así que solo se permitió llorar el día de la muerte de Suguru. Luego de eso, solo se daba el permiso de llorar por él unos cortos segundos y luego volvía a su vida como si nada. Es por ello que, en esos momentos, no sabía cómo detenerse. Los recuerdos con Suguru, sus risas, los chistes, los besos y las caricias la bombardearon por completo para luego desaparecer y dejarla atormentada con las discusiones, los gritos, el llanto, el dolor y la muerte.
—Yo fui quién lo limpió. Yo retiré la sangre de su cuerpo, fui yo quien le colocó bonita ropa y fui yo quien...
—Colocó flores en su cabello —completó en un murmullo. —Estuvimos semanas diciendo que había sido Gojō.
—Fui yo —sollozó con fuerza cerrando sus ojos de la misma manera. El pecho le dolía y la imagen del pelinegro con flores y los ojos cerrados pasaba una y otra vez por su mente. —Él solía dejar que yo lo peinara. Muchas veces lo llené de flores y él bufaba, pero jamás se negaba. No debí dejarlo, si no lo hubiese hecho él estaría vivo.
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Nana de hechiceros |Nanami Kento|
FanfictionCuando Nara propuso que salieran a divertirse no esperaba terminar con cinco niños y una gran responsabilidad. Tras lo que se suponía sería una tarde divertida, se tornó una noche y madrugada ajetreada. Siendo asistente de Gojō la castaña podía espe...