XXXIV

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Cinco minutos.

Solo cinco minutos bastaron para que Geto los dejara a todos en el suelo. A pesar de estar herido, Nanami seguía levantándose cada vez que lo golpeaban para cubrir el cuerpo tembloroso de Nara. La castaña ya tenía la piel pálida y sus manos temblaban sobre la herida casi sin fuerzas. Todos sabían que debían sacarla de ahí, pero no encontraban cómo.

Geto, el dragón y Mahito eran un problema bastante grande. No porque no pudieran vencerlos, sino porque se enfocaban mucho en proteger a Nara y no en batallar. Mantener a las maldiciones y a Geto lejos de la castaña era primordial y un gran problema. Y, aunque ella intentó ayudar, no contaba con la energía necesaria. Era obvio que ninguno de ellos iba a golpearla en ese estado para que los ayudara. Pobre de aquel que se atreviera a golpearla bajo el cuidado de Kento.

—No puedo —murmuró Yūta apoyando las manos en el suelo sin fuerzas para levantarse.

—Si pudiste con él una vez, puedes otra vez —dijo Maki ayudando a Yūta a levantarse del suelo. —Y conmigo lo puedes lograr. Solo no te detengas, por Nara.

—Salmón —dijo Toge colocándose de pie.

—Por Nara —dijo Panda apoyándose en Toge.

—No, no, no —susurró Nara intentando levantarse. —Maki.

Conforme los jóvenes tomaban otra vez posición de batalla, Geto sonreía listo para acabarlos. Por su parte, Mahito se entretenía con Mei Mei y Nanami destrozando sus rostros contra el suelo.

—Basta —sollozó Nara colocándose de costado dejando que las tibias gotas saladas salieran de su ojos. —Kento, no —llamó en un hilo de voz viendo cómo Mahito lo tocaba nuevamente en el abdomen haciéndolo gruñir de dolor. —Satoru... Megumi... Lo siento tanto. Lo siento tanto, Kento —susurró cerrando sus ojos con fuerza. —Perdóname, Suguru.

Escuchando los gritos, los quejidos y los golpes de batalla, Nara intentó recordar algo bonito en su lecho de muerte. Aunque imaginó uno de los tantos recuerdos con Kento y los niños, con Megumi y Satoru, su cerebro le proyectó uno que ni siquiera era bonito comparado con los demás.

—¿Algún día me mostrarás el dragón?

Suguru intentó suprimir una sonrisa y falló en el intento.

—Que mala elección de palabras.

—Geto —bufó dándole un golpe en el hombro. —Sabes a lo que me refiero.

—No, no puedo. Sigue siendo una maldición y no podría ponerte en riesgo de esa manera.

Nara arregló su postura con las cejas arriba.

—Ayer me aventaste por los aires, hipócrita.

—Tú me lo pediste —la señaló sentándose de golpe.

—Y te acabo pedir ver el dragón algún día.

—Y yo dije no.

—Pero...

—Nana, mí vida, yo no puedo sacar el bendito dragón así porque sí. Mucho menos para que solo por veas. ¿Luego que hago con él?

—Pues yo que sé —se quejó dejándose caer a la cama otra vez, a esto Suguru también lo hizo y la acercó a sí. —Y... ¿Y si algún día lo dejas salir por accidente?

—No hay forma de que eso ocurra —rió acariciando su brazo con ternura.

—Pero y si pasara. ¿Ahí sí me dejarías verlo?

Nana de hechiceros |Nanami Kento|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora