XI

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Llevar a ocho personas en un solo auto fue una misión increíble, pero no imposible. Nanami era quien conducía el auto y a su lado iba Akira con su maldición en el hombro derecho y atrás... Atrás iba Nara con los gemelos en su regazo, Satoru a su lado jugando con su mano y junto a él Nobara trenzado el cabello de Megumi. Si bien fueron la mitad del camino en silencio todo se debía a que el rubio los regañó por no comportarse adecuadamente frente a la invitada. Esta última parecía estar muerta en vida, pues no hablaba, veía por la ventana o levantaba la vista de sus manos. Su cabellera rubia caía a cada lado de su rostro sirviéndole cómo cortinas para protegerla del mundo.

Al ver a la joven tan callada y rota, a Nara se le retorció el estómago y el corazón. Ella no sabía que estaba ocurriendo con su mente o su cuerpo, solo estaba siendo manipulada por esa estúpida maldición. La alegre Akira de la cual su abuela tanto hablaba debía estar escondida en alguna parte de su mente y estaba lista para liberarla.

En cuanto vieron a la horrible maldición colgando de su espalda, arruinando su postura, Nanami y Nara idearon un plan para terminar con ella sin llamar la atención. Esperarían hasta bajar del auto en el estacionamiento, allí Nanami hablaría con ella, mientras Nara iba por su espalda y terminaba con la maldición con su daga maldita. Fácil, rápido y casi limpio.

Y justo así fue. La castaña se sorprendió de la agilidad que tuvo al sacar la daga de su bota y rebanar a la mitad a la maldición dejándola en el suelo. Sonrió arrojando la daga al asiento del pasajero sin que nadie logrará verla. Casi al instante la rubia enderezó su postura estirándose, mientras soltaba un suspiro. Para hacer las cosas más “normales” Nanami le dijo que cuando se contaba con apoyo los pesos sobre los hombros se marchaban. De esa forma ella creyó que el confiar en ellos la hizo sentir mejor y no el que Nara rebanara a la bestia en su espalda.

—Vendré por ustedes en cuanto termine mis labores —dijo Nanami subiendo al auto nuevamente. Una vez su cuerpo tocó el asiento, se estiró guardando la daga de Nara en la guantera. —Te llamaré en cuanto esté aquí. ¿De acuerdo?

—Claro, amor —sonrió Nara cargando a Sukuna. —Dale saludos a los chicos de mi parte.

—Por supuesto. Akira —llamó sorprendiendo a la mencionada. —Por favor, no sigas las tonterías que ella haga. Si hace algo loco, llámame.

—Sí, señor Nanami —rió suavemente y Nara sintió como su pecho se enchanzó, ahí estaba la Akira de la cual sus abuelos hablaban.

—Y tú, Nara, por favor, compórtate —pidió cerrando la puerta del auto, de inmediato bajó la ventanilla. —Es más, me llevo tu locura.

—Pero es parte de mí.

—No ahora, ya la tengo en la guantera. Ahora compórtate como una persona normal —suspiró inclinándose levemente hacia adelante buscando algo en su bolsillo trasero. Al tomar la billetera en su mano derecha, se acomodó sacando un par de billetes. —Ten —dijo extendiendo los billetes hacia Akira, la cual se negó. —Podrás comprarte lo que gustes sin problema. No te preocupes, no voy a pedirte que me pagues.

—No puedo tomarlo, señor.

—Nara.

—Vamos, Akira —le sonrió la castaña. —Solo está vez y ya.

—Pero es que...

—Hay muchas tiendas con varias cosas que probablemente necesitas o que te gustan. Es mejor tener dinero en el bolsillo para eso.

—Tómalo, si no lo quieres usar no lo hagas, pero al menos llévalo contigo por si acaso.

—Puedes comprarme algodón de azúcar si quieres —le susurró Yūji haciéndola reír.

Nana de hechiceros |Nanami Kento|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora